25. ¿Sería esto y nada más?

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Había mucho sol entrando por los ventanales de la habitación que comparto con Alex

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Había mucho sol entrando por los ventanales de la habitación que comparto con Alex. Era una día de verano que muy fácilmente podría disfrutar con mis hijos, poniéndoles protector solar, llevándolos a la piscina, quizá hasta yendo a la playa, tomaríamos un helado e iríamos al caserón para compartir un poco de música con nuestra familia... pero no puedo hacerlo cuando he perdido a mi primer bebé.

Carlos ya no estaba aquí, se había ido al cielo de los perros y yo simplemente no me sentía con ganas de nada, estaba muy deprimida, no me quería levantar y además, moría de sueño, pues anoche me quede despierta, esperando escuchar su ladrido en la madrugada o que venga a acostarse a un lado de mi cama, pero últimamente no podía subir las escaleras, así que algunas noches, Alex y yo las pasábamos en el sofá, acompañándolo para que no se sienta solo.

Ahora solo estaba sentada en mi cama, sintiéndome completamente demacrada, seguramente tenía ojeras, probablemente no estaba en el mejor aspecto que mostrarle a mis hijos, es por eso que no había querido salir de la habitación, pero no quiero dejar a Alex solo con todo, además el tiene una llamada de trabajo importante a la tarde y supongo que como siempre querrá tiempo para prepararse aunque sepa ya todo a la perfección.

Alguien tocó mi puerta, así que me seque las lágrimas mientras me sentaba al borde de la cama, sonriendo para no alarmar a quien sea que toque la puerta.

—Pasa— dije lo más alto posible, pues tenía la voz cansada.

Perséfone abrió la puerta, ella traía una camiseta de su padre que le quedaba demasiado holgada y andaba descalza, pero me llamó la atención ver su cabello tan perfectamente peinado, lo que me hizo saber que Alex se había encargado muy bien de ella.

—Hola, mamá— ella se acercó a mi y yo me incliné, dejando que me tome por las mejillas, para después besar una de ellas.

Perséfone es salvaje, eso nadie lo niega, pero tiene ese lado dulce que te puede poner de rodillas ante ella con solo una mirada y yo me arrastraría por sobre cualquier cosa con tal de conservar esa faceta suya, no quiero que nadie la lastime y pierda ese sentido de empatía que perdí en la adolescencia y tuve que recuperar cuando me convertí en una adulta.

—Yo quiero un libro ¿puedo tomar uno?— me preguntó, con su voz segura y sus hombros rectos.

—Claro, mi amor, toma el que quieras— le acaricié el cabello y ella me sonrió antes de darme la espalda para ir hacia la repisa donde estaban los libros.

Hay varias repisas en la habitación, también una biblioteca pues esa fue la solución que encontramos a los libros que nos dejó Rami más los que hemos ido adquiriendo, como los que me regala Alex en mi cumpleaños o me compro yo cuando me viene un impulso.
Aún así, están divididos y hay una sola repisa de color verde, que es la que le indica a los chicos que esos libros son aptos para ellos, así que Perséfone estaba parada frente a ella, con sus manos detrás de su espalda y leyendo los títulos que quizá no llegara a alcanzar por su baja estatura.
Me encantaba mirarla, pues ella siempre se veía tan fuerte e independiente a pesar de sólo ser una pequeña que apenas sabe leer, es tan raro ver como mi marinero y yo estamos mezclados en ella, pero a la vez tan hermoso. Perséfone en una visión, algo que podría hacerte creer que en el cielo y los ángeles muy fácilmente, por eso me daba tanta paz verla.

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