Pastillas para dormir.

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La voz ronca resonó en mis oídos, era como que si estuviera a mi lado.

Empecé a jugar con mis dedos más rápidos, doblándolos o apretándolos para que volvieran a tronar, cosa que no hacían.

Miré la ventanita, y sentí curiosidad, pero a la vez un poco de miedo.

Me acerqué a ella, posé mi palma en la tapa que la cubría, quería deslizarla. Sin embargo, no lo hice, solo me quedé parada pensando si era Cass o había un fantasma en la mansión que pretendía asustarme, aunque claro, no creía mucho en eso.

Entonces, volví a escuchar esa temerosa y varonil voz.

—¿Qué esperas en deslizar la ventana, pequeña?—su voz me daba cierta curiosidad, era atrayente, temerosa y a la vez sexi; como la tendría un chico apuesto de una prestigiosa escuela, que se acuesta con todas las chicas del lugar.

Helada y atemorizada, con la garganta apretada, quise responderle, pero en cuanto estaba a punto de soltar las palabras que se deslizaban en mi lengua para salir de mi boca, la vocecita en mi cabeza se apresuró:

No Alex.

Recordé las caricaturas de mi infancia, aquellas partes en las que salía un diablo en el hombro de un personaje, y en el otro hombro un ángel, y eso era el escenario perfecto para lo que ocurría en ese momento. Cass era el diablo en uno de mis hombros, y la vocecita en mi cabeza era el ángel que se posaba en el otro hombro.

Uno insistía con que abriera la ventana, y otro me detenía diciéndome que eso era muy arriesgado, era como una guerra de decisiones. Finalmente tomé una decisión, la de la vocecita de mi cabeza, y retrocedí alejándome lo más lejos posible de la puerta.

Aún seguía jugando con mis dedos debido a los nervios, bajaba la mirada hacia los zapatos, mientras seguía recostada de la pared, y de vez en cuando la volvía a subir, como una niña pequeña que espera a su papá o a su mamá, recostada en la pared, mientras chequea unos papeles en el banco, o mientras hace una diligencia importante.

Ya se me estaba haciendo un poco extraño que el señor Faddei tardara en regresar, así que sin pensarlo tanto, decidí bajar, para ver qué sucedía. Me di vuelta y me encaminé por el mismo pasillo de luces en mal estado, por el pasillo donde se dirigía a las escaleras para bajar a la cocina. Pero entonces dejé de avanzar con lo que vi.

En el pasillo cerca a la escalera, donde las luces fallaban, había una sombra alta, y parecía imitarme. Estaba parada en el medio de todo el pasillo, justamente por donde tenía que pasar, sin moverse, como una estatua, solo observando. Mis cejas se hundieron, y una alerta de riesgo empezó a adentrarse en mis venas. De la nada empecé sospechar en los fantasmas. Siempre había tenido la idea de que los fantasmas eran irreales; pero eso... no se veía nada irreal.

Entonces soltando aire por la boca, y haciendo una cuenta regresiva en mi mente del diez hasta el uno, decidí retroceder un paso. Lenta, a paso de tortuga. Pero en aquel momento, ocurrió algo que me dejo tiesa, obligándome a representar el papel de estatua.

La sombra se movió también, aunque no fue un movimiento de copia, si no uno normal, como el que daría cualquier persona, de mucha confianza y seguridad.

Retrocedí otro paso lenta y pausadamente, y al instante que hice eso, la sombra o lo que sea que era esa cosa, avanzó otro paso.

Mire fijamente; aunque la sombra estaba rodeada de oscuridad, se podía ver, era la silueta de una persona, y poco después avanzó.

No supe qué estaba haciendo yo en ese momento, mi instinto había sido: correr. Sin embargo, mis piernas estaban inmóvil al igual que mi cuerpo, como si una fuerza superior impidiera moverme. Solo esperé las peores ideas que se me pasaron por la mente en ese momento, y que podía pretender esa figura conmigo.

CASS don't let it outDonde viven las historias. Descúbrelo ahora