Capítulo 124 parte D

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La pareja de rebeldes estaba terminando sus alimentos cuando el capitán les avisó que ya era hora de partir.

Los chicos se dirigieron a la proa de la embarcación; y mientras ésta comenzaba a navegar por el ancho Río Hudson, Terry recargaba medio cuerpo sobre la baranda sin dejar de mirar cómo el viento jugueteaba con la cabellera rubia de la chica la cual sintiendo la mirada penetrante del castaño, lo miró sin decir nada. Sólo se contemplaban mutuamente.

Gracias a la distancia, Terry extendió su mano para quitar unos cabellos que estaban en el rostro de la rubia; luego, los pasó por detrás de su oreja para depositarlos ahí poniendo, con cada uno de esos pequeños detalles del actor, muy nerviosa a Candy quien quería preguntarle si él sentía lo mismo que ella para encontrar que todo era normal, pero la joven sabía que no era apropiado, así que, para evitar seguir pensando en sus extrañas sensaciones, preguntaría:

— ¿Cómo conseguiste el yate?

— Bueno, a Ricco lo conocí una noche en un bar — dijo un poco apenado; — ahí me comentó que había diseñado una pequeña embarcación y que lo tenía en venta, pero como en ese entonces yo no tenía el dinero para comprárselo, me dijo que me lo alquilaba o lo que yo quisiera; pero el hecho era que Ricco ya no podía costearlo más. Así que hicimos un trato, yo lo alquilaba una vez por mes y yo le daba entradas para el teatro.

— Terry.

— Lo sé, pecosa, un trato raro, pero así es Ricco... además, de ser una gran persona.

— Pero... ¿por qué mi nombre? — preguntó Candy con más curiosidad y abrazándose a su chaqueta ya que con el viento se sentía más frío.

— Ah, bueno, en una de esas veces que salimos a navegar, estaba yo precisamente aquí parado... y comencé a tocar la armónica, él se acercó a mí y me cuestionó. Al no recibir respuesta mía, Ricco adivinó de inmediato que se trataba de una mujer.

Terry volvió aclararse la garganta; y sin mirarle a los ojos, proseguía:

— Me preguntó quién era, yo le platiqué de ti, le dije tu nombre y el siguiente trato que me propuso fue que en mi próximo alquiler no lo haría solo, hasta que tú vinieras conmigo y él, a cambio pondría tu nombre en el barco.

— ¡Oh! — exclamó la rubia sintiéndose halagada.

Enseguida, callaron para escuchar el ruido de las olas golpeando la embarcación. Instantes después:

— ¡Mira eso, Terry! — señaló Candy cuando veía que la nave se acercaba más y más hacia la Estatua de la Libertad —que fuera inaugurada el 28 de Octubre de 1886—.

Ricco quien los observaba desde la cabina de mando, hizo sonar el silbato de la nave para que voltearan a verlo.

Haciéndolo, les indicó que se acercarían al muelle de la isleta.

La rubia observaba maravillada al monumento de casi 46 metros de altura; entonces, Terry conociendo la intrepidez de la chica, la provocaría:

— ¡¿Serías capaz de subir hasta la corona?!

— ¡Ya lo creo! — dijo Candy aceptando el reto; — pero, ¿podemos hacerlo? — preguntó con ingenuidad.

— Yo digo que sí... aunque depende que tan lejos quieras llegar, por ejemplo, hasta el pedestal serán 168 escalones; pero si hay acceso, subiremos un total de 354 hasta la corona.

— ¡¿Tantos?!

— Bueno, hay otros tantos más para ir a la antorcha; pero el acceso es más difícil, porque es individual, por lo angosto del lugar; claro que si no quieres subir, usaríamos el ascensor, pero ese llega hasta el pedestal y no hay manera de subir a la corona.

— ¿Cómo sabes tanto de esto?

— Porque resulta que Bartholdi se inspiró en una mujer llamada Isabella Eugenie Boyer para el rostro de la estatua... aunque claro hay muchas versiones, pero ésta es la más acertada. Y lo sé, porque esta mujer fue la esposa del inventor Isaac Singer, que también era actor, y era originario de Pitts Town, Nueva York.

— ¡Oh!

— Pero para estar más seguros, no hay como visitarle. ¿Qué dices? ¿quieres ir a contarlos, pecosa? Además, está estrenando iluminación que fue inaugurada hace poco por el Presidente Wilson. Así que, no habrá nada que temer... o al menos que no sepas contar, Candy —; y el castaño comenzó a reírse pero:

— ¡Terry! — Candy le golpeó el brazo por burlarse de ella que estaba también estaba sonriente.

— Entonces... ¿se decidieron? — los interrumpió el que estaba a cargo.

— Sí, capitán — fue la respuesta el actor.

— Bueno, entonces los llevaré al muelle de la isla y después volveré por ustedes, ¿están de acuerdo?

— Está bien — respondieron los dos jóvenes.

El barco pidió permiso para bajar a los rebeldes; y pagando primero la cuota reglamentaria, les indicaron el acceso.

Después de una rutinaria revisión, los chicos se encaminaron hacia el impresionante interior del coloso.

Candy iba más que feliz por interesante aventura, y como si fueran unos chiquillos detuvieron su andar en el primer escalón.

La rubia ya estaba lista para emprender la carrera hacia arriba y sonreía divertida y retadora hacia su acompañante.

Terry fingía arremangar su chaqueta cuando le preguntaba:

— ¿Lista?

— ¡SÍ! — fue la respuesta de ella que ya emprendía la carrera sorprendiendo al actor.

— ¡CANDY! ¡No corras! ¡Te cansarás! — le advirtió divertido y saliendo disparado también para darle alcance a la pecosa.

AMOR PERDIDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora