Capítulo 1

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Estamos a día trece de mayo del dos mil catorce y mis ganas de volver a casa están calmadas, es increíble que sigan dormidas como yo hasta hace apenas unos segundos con la diferencia de que mi sueño ha durado casi seis horas y estas siguen prácticamente inertes desde hace dos años, desde que abandoné España y decidí quedarme a vivir en Toronto, esta hermosa ciudad canadiense.

"She´s got a smile that it seems to me reminds me of childhood memories, where everything was a fresh as the bright blue sky. Now and then when I see her face, she takes me away to that special place and if I stared too long I´d probably break down and cry...". La alarma deja de sonar sin que nadie se levante a apagarla. Estamos tan muertos de la noche anterior que hoy ninguno de nosotros fue capaz de abandonar nuestras camas para detener la canción que nos ha acompañado a lo largo de este curso: "Sweet child of mine" de Guns & Roses. Épica. Casi tanto como la noche de ayer.

Todavía no recuerdo cómo llegué a casa. Creo que me han traído Jorge y Alex. Ellos han sido mis compañeros de piso este año en la Universidad de Toronto. Ayer hemos tenido cena de fin de curso y también de fin de carrera. Se puede decir que ha sido mi última noche en Toronto, la ciudad más bonita en la que he estado hasta ahora, pero también en la que más he sufrido, luego de Santiago de Compostela.

Jorge es alto, tiene unos ojos azules enormes que junto con su cabello corto y rubio enamora a todas las nenas con sólo añadir su sonrisa perfecta. Es blanco de piel, quizás demasiado. A Canadá llegó un poco engañado, más o menos igual que yo. Ambos tocamos tierras canadienses imaginándonos que nos encontraríamos a los típicos americanos, muy morenos y fuertes o muy blancos y rubios; también muy fuertes; pero sobre todo altísimos y con un humor que nunca llegaríamos a entender. Lo que nos hemos encontrado han sido personas procedentes de Corea, China, Japón, Filipinas...Nada de lo que habíamos fabulado antes de respirar de cerca este maravilloso lugar.

Alex es el típico guaperas, le falla un poco la estatura; no es tan alto como Jorge ni tampoco llega a mi metro ochenta y cuatro. Pero el tío es de Gran Canaria y su piel está bronceada de un modo tan perfecto que me da envidia. Nunca se lo he dicho. Parece que eso de tenerse envidia entre compañeros es sólo propio de las chicas, pero no es cierto; nosotros sentimos celos de que el compañero de turno sea más deseado que nosotros. También nos pasamos horas delante del espejo pero nos engañamos entre nosotros diciendo que no encontramos los calcetines o cualquier excusa que encontremos en el momento en que esta competición se está iniciando. Las chicas en cambio ya admiten entre ellas que se toman dos horas para arreglarse, aunque luego a los hombres nos digan que lo han hecho en media hora. No nos lo creemos nunca pero preferimos asentir diciéndoles lo guapas que están.

A pesar de la competencia física de la que estoy hablando ahora, nosotros nos llevamos bien; no hemos discutido ni un sólo día este año y hemos pasado juntos muchas horas al día. Hemos vivido momentos inolvidables que siempre quedarán en nuestra memoria como de los mejores en nuestra vida universitaria en el extranjero, en sus Erasmus; y en mi año de "decisión personal". Me explico. Mi Erasmus a Toronto fue concedido para el tercer año de carrera y lo acepté, pero por circunstancias de la vida decidí no abandonar Canadá hasta que terminase mis estudios aquí, por eso me quedé un año más. Jorge y Alex quisieron solicitar el Erasmus para el último año de carrera por esos rumores de que "resulta más fácil" en el extranjero y además la "remuneración es más alta". Yo no estoy del todo de acuerdo con estas ideas que flotan y se sumergen cada vez más en los cerebros de la sociedad española, sólo sé que este año sin mis dos mejores amigos aquí, no hubiese sido ni la mitad de divertido y ameno.

Jorge es el primero en levantarse de la cama y se dirige a las ventanas a desplazar ligeramente las cortinas, por el modo suave y lento en que lo hace puedo percibir que tiene demasiado sueño. Por la ventana asoman rayos de sol enormes y luminosos que parece que han sido creado únicamente para cegarme ya a primera hora de la mañana, bueno; tal vez debería decir a las tres de la tarde, que es la hora en la que nos encontramos. La resaca nos ha causado más mal que bien, como siempre, pero aún así seguimos repitiéndolas. Nosotros ya no decimos ese dicho español "hasta que el cuerpo aguante", que bah. Nosotros ya nos hemos pasado a "hasta que el hígado aguante". A nuestros veintidós años ya nos tendrían que pasar esas ganas de emborracharnos como cuando éramos todavía unos críos, pero no ha sucedido; no hemos cambiado nada.

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⏰ Última actualización: Mar 31, 2015 ⏰

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