Monstruos

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Horribles ruidos llenaban su cabeza, quería callarlos, hacerlos desaparecer para siempre, los odiaba. Caminaba por el pasillo tranquilo, no tenía prisa ninguna, sabía de dónde provenían esos ruidos insoportables que tanto lo irritaba, sabía donde ir a buscarlos y cómo hacerlos desaparecer uno a uno. Cada vez se iba acercando más, cada vez los escuchaba más fuerte, cada vez se sentía más irritado y más fuerte apretaba su mano alrededor del mango del cuchillo que había cogido de la cocina de ese orfanato.

Estaba harto de su vida, de obedecer las órdenes de esos, órdenes que no tenían ningún sentido. ¿Se supone que él debía mostrar su cuerpo a esos viejos ricos? ¿Tenía que dejar que tocaran su cuerpo donde quisieran? ¿Qué lo penetraran sin piedad y lo violaran hasta que ellos se quedarán satisfechos? ¿Se supone que debía quedarse quieto mientras les obligaban a hacer todo eso? ¿A ellos? No.

Una puerta, jadeos y gemidos salían de ella, esos horribles ruidos debían desaparecer, debía salvar a su hermano o hermana que se encontraba detrás de esa puerta con ese horrible monstruo, debía ser su salvador, iba a ser su salvador. La puerta no hizo ningún ruido al ser abierta y si lo hizo ese pequeño ruido no pudo sobreponerse a los del viejo que violaba a la niña que tenía bajo de él. La niña lloraba en silencio, con lo que afirmó que aún seguía viva, tenía en la cara una clara marca de haber sido golpeada y que se convertiría en un gran moretón, que normalmente la habría salvado de cualquier trabajo sexual hasta que se le curase, y en el cuerpo se pueden ver marcas de golpes y cicatrices.

El viejo se encontraba de espaldas a la puerta, de espaldas a él, de rodillas cogiendo a la niña como si fuera una muñeca y penetrándola sin parar, una y otra vez. Los brazos de la pequeña estaban estirados en la cama muertos, justo como su espalda, las caderas eran cogidas fuertemente por el viejo dejando una marca en ellas y levantándolas para poder violarla mejor, para disfrutar él mejor del cuerpo de una niña, moviendo sus caderas para adelante y para atrás de forma violenta y moviendo a la niña de la misma forma, como si fuera una simple muñeca sexual. El semen de ese viejo se encontraba en la cama manchando las sábanas, por el cuerpo y cara de la niña, pero sobre todo estaba dentro de su cuerpo. ¿Sería todo eso de ese mismo monstruo? ¿O ya habían pasado varios por esa habitación violandola una y otra vez?

Los ruidos eran horribles, quería callarlos, debía callarlos. Y se acercó, se subió a la cama que se movía sin parar y con el cuchillo le cortó la garganta lo más rápido posible, convirtiendo esos ruidos en un canto angelical, en el sonido más hermoso que había escuchado en su vida. El viejo agonizaba mientras la sangre del cuello salpicaba a la niña, ella ni gritó ni hizo nada aun y cuando el cuerpo del hombre se le cayó sobre ella, solo después de comprender que realmente había muerto su violador se rió. Sacó la polla de dentro suyo con una expresión de asco y sonrió mientras lloraba. Dejó la cama y al muerto, ni siquiera se limpió toda la sangre que tenía por el cuerpo, la sangre del monstruo y su propia sangre, cuando dejó la habitación corriendo desnuda y yendo hacia algún sitio, o hacia ninguno.

Él salió de la habitación, seguiría acallando esos ruidos tan molestos, tal y como había hecho con el ser que estaba violando a la niña o como el ser que lo llevaba violando cinco años noche tras noche, turnándose con otros mientras se masturbaba al mirar como lo penetraban violentamente. Caminó recto por el mismo pasillo, persiguiendo los ruidos que llenaban el lugar esa noche, caminó y caminó, se manchó las manos de sangre y vio correr a muchos niños y niñas, algunos le daban las gracias, otros escapaban rápidamente y algunos se iban directamente a la ventana y se lanzaban, acabando con todo de una vez. Y él solo sonreía, él era la salvación.

Pero los ruidos no se callaban, seguían y seguían aún y cuando los convertía en cantos angelicales. Ya no lo soportaba, con cuchillo en mano cambió de rumbo, bajando de piso hasta donde se encontraba la cocina, donde cogió cerillas y trapos que mojó con vino y cogía más vino. Subió piso por piso y entró a las habitaciones donde los cuerpos de los viejos yacían sin vida, sonrió, era una imagen tan bonita, tan hermosa y tranquila como la vista del mar al amanecer con una brisa suave. Aunque él nunca supo cómo se sentía eso hasta ese momento.

Llegó al cuarto donde estaba su monstruo y lo roció de vino, fue hasta las cortinas, encendió una cerilla y las quemó, empezando un pequeño fuego que poco a poco se convertiría en algo grande. Tiró la cerilla encendida sobre el cuerpo del hombre muerto y rápidamente ardió, aún sentía el calor del fuego en sus manos al irse de la habitación que había sido su infierno. Esto lo hizo en varias habitaciones en diferentes puntos y por los pasillos tiraba el vino que después hacía arder. Cerró las posibles rutas de escape y salió por la puerta principal, cerrándola.

Y rió.

Él nunca se había sentido tan bien en toda su vida, veía cómo ardía todo el orfanato, escuchaba los gritos de los viejos que quedaban, el forcejeo de la puerta y vio como cuerpos empezaban tirarse por las ventanas para escapar, pero no oyó ni vio a ningún niño ni niña. ¿Se sentía triste? No, era su salvador, la muerte también era una salvación y tal vez la única para ellos. Paró de reír y empezó a llorar. Se lamentaba de su vida, de lo que había vivido, de unos recuerdos que le perseguían estando despierto o dormido, de un miedo que no podía quitarse del cuerpo. Se lamentaba de vivir, de nacer, se lamentaba de haber cogido una mano y de creer en la esperanza. ¿Quién fue el que le dijo ese día que la esperanza fue lo último que se pierde? Lo recordaba, recordaba al hombre que le mencionó eso, ese hombre que había matado primero. Su monstruo era ese hombre y nunca olvidaría esa sonrisa engañosa, esos ojos viles, esa expresión de placer que siempre hacía cuando se corría dentro de él o cuando lo veía llorar, pero nunca olvidaría su cara de sorpresa y terror al verlo con un cuchillo y al apuñalado una y otra vez, nunca olvidaría eso.

Sonrió, viendo por fin como el orfanato estaba ardiendo completamente, como el ruido se callaba, sonrió mientras lloraba. Con el cuchillo con el que había matado a los monstruos se apuñaló el estómago, giró el cuchillo hacia arriba y lo alzó dentro de él. Cayó al suelo y se desangró, por fin tendría la ansiada y prometida paz.

Esa noche el orfanato se incendió y nadie pudo salir con vida, esa noche se encontraron a un niño de unos once años muerto delante del orfanato en llamas con el estómago abierto y un cuchillo debajo de él. Ese día se declaró culpable a un niño violado, torturado y muerto e inocentes a violadores, ese día rezaron por la salvación del alma de esos monstruos, ese día se vio el rostro del demonio por primera vez. Y ellos volvieron a lamentarse sin esperanza, sabiendo que todo seguiría igual. 

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