XXIII

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La travesía de vuelta la hizo en otra fastidiosa litera alquilada por su benefactor Pizarro. Ni siquiera se percató del incordio que le producía el errátil baqueteo de las mulas. Había algo que le reconcomía el alma. –«El Conde que nada esconde». –« ¿Quién sería el misterioso tipo del que le había hablado su recién encontrada prima?». Un conquistador de la época, sin duda alguna. Seguro que los reproches de las dos arpías en la Iglesia de San Andrés tenían mucho que ver con él. Angustiada se lamentó. –« ¡Oh, Sally Neila! ¿En qué lío te habías metido? Y, ¿De qué embrollo tendré que rescatarte?».

Pocos minutos después de llegar a la Casa-palacio de los Pizarro, el retrechero capitán volvía a dejarla a solas. Debía atender «unos asuntos impostergables», al menos eso fue lo que argumentó, y ella aunque se moría de ganas de disfrutar de su compañía, para así conocerle más en profundidad, agradeció la soledad que en esos momentos se le brindaba, para pensar con esmero en todo lo que su prima Ágata había puesto en su conocimiento esa mañana.

Ociosa y pensativa decidió ocupar tanto tiempo de asueto en la pintura. Una vez a solas, subió al que se había convertido en su aposento durante su convalencia, y destapó el lienzo que había comenzado la tormentosa tarde anterior. Durante unos momentos contempló embobada el esbozo hecho sin pensar, y en sus comisuras se dibujó una tímida sonrisa. Pensó, «A veces nuestros más profundos sentimientos son traicionados por nuestros estúpidos actos». Porque eso era lo que le había sucedido a ella. Sus manos habían dibujado distraídas en el paño a su libre albedrío y traicioneros delataron a sus meditaciones más secretas. Pasó con suavidad la yema de sus dedos por la tela y suspiró lánguida. Luego se puso manos a la obra, y dispuso el caballete justo delante del mirador, para que le diera la luz del día y tener un panorama mejor del bosquejo.

Apenas se dio cuenta del tiempo transcurrido, hasta que la puerta de su dormitorio se abrió, delatando con un sonoro chirrido la presencia de otro ser en la estancia. Desvió la atención del cuadro, y levantó la vista hacia Constanza, que venía cargada con una repuesta bandeja llena de comida. Al instante su ceño se frunció quejándose. – ¡Vaya! ¿Qué hora es? ¿Es qué es tan tarde que todo el mundo ya ha comido? ¿Y Gasp... quiero decir el capitán? –La severa gobernanta le dedicó una mirada enarcada y escéptica contestándole algo sardónica.

– ¡No, señorita Sara! No es tarde. Es justo la hora de la comida. El señor Pizarro no comerá en casa hoy. Me ha pedido que le excusara con vos. Pero según sus exactas palabras: «Ciertos asuntos monárquicos» requerían su atención. Ha salido hará como cosa... de una hora para entrevistarse con el Rey, nuestro Señor.

Su boca se abrió para decir algo pero rauda volvió a cerrarla. Forzosa tragó saliva. Acababa de tener una epifanía. –« ¿Habría llamado el rey a Gaspard para informarle de las andanzas de su exprometida con «El Conde que nada esconde»?». –Comenzó a herirse frenética el labio inferior igual que cuando estaba nerviosa o se sentía culpable por algo. Pero ella no era responsable de lo que hubiera hecho Sally Neila antes de desaparecer y ser sustituida por ella. –« ¿O sí? ¡Claro que sí!». Al fin y al cabo ella, Sara Galván, profanaba su cuerpo y nadie era artífice de ello. Ni siquiera ella que era la sacrílega. Si bien estaba claro que tendría que apechugar con todo el equipaje que Sally le había dejado. Fueran ricas pieles o cochambrosos andrajos, y desde luego, la caprichosa jovencita tenía más de lo segundo que de lo primero. Diligente, la gobernanta comenzó a dejar las viandas sobre la limitada mesa redonda de la alcoba, indiferente a su abstracción. Una vez hubo terminado, y cuando iba a abandonar el cuarto, sus negros ojos se posaron en el lienzo que descansaba sobre el caballete de cara a la calle, y se adelantó para mirar diciendo. – ¡Oh, señorita! ¿Ya ha comenzado a pintar? Podría...

...Sara despertó al instante de sus hondas reflexiones y corrió más que la mujer. Se puso en un santiamén enfrente de la pintura, y con rapidez le echó una tela encima para taparla, a la vez que respondía reservada y sin parar de morderse el labio. – ¡No, Constanza! Es mejor que no lo veas todavía. ¡Que no lo vea nadie! Solamente es un boceto, y no sé muy bien lo que va a ser, o lo que va a representar. Me gustaría que fuera toda una sorpresa y que todos lo vieran cuando esté finalizado. ¿Puedo confiar en ti? Espero que nadie vea el cuadro. –La fiel ama de llaves enarcó una ceja con suspicacia, y algo decepcionada, contestó como una obediente empleada bajando la mirada al suelo.

Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora