XXXVIII

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Lo último que percibió sobre su cara fue la caída de las frías gotas de la lluvia y éstas le trajeron a la memoria con gran viveza las gotas esparcidas sobre su cabeza en otro sitio. En otro tiempo. El aspersor del jardín de su casa allá en la Moraleja. Sus postreros soplos de movilidad justo antes de ser atendida por los médicos del 112. El agua otra vez mojaba su rostro y purificadora arrastraba todas sus lágrimas...

Se sintió viajar una vez más en el tiempo, y se vio a sí misma derrumbada en el suelo en medio del césped mojado víctima de un disparo demoledor en la cerviz hecho por un atracador serbio. Solo podía escuchar los latidos agónicos de su corazón y su voz entrecortada ahogándose. –« ¿De nuevo tetrapléjica? ¿Es qué todo había sido un sueño?». –Su garganta clamaba por gritar pero no podía hacerlo. Su propia fragilidad se lo impedía.

De pronto el césped bajo su cuerpo desapareció y con él toda la humedad. –« ¿Qué había sucedido? ¿Se había quedado una vez más en blanco?». –Se miró las manos con extrañeza después fue consciente de cada fibra de su organismo. Estaba tumbada confortablemente sobre el cobertor de la cama en su habitación de La Moraleja y entre las manos tenía un bolígrafo. Recordaba la capucha carcomida por sus dientes. –« ¿Qué escribía?». – ¡Ah, sí! Le contaba a su diario el extraño y agridulce día de San Isidro que había vivido ese año. Cumplía dieciséis años y sus padres como siempre se habían empeñado en tratarla como a una cría, llevándoles a ella y a su hermano Hugo a celebrarlo a la pradera de San Isidro. Se mordió el labio con fastidio. La estarían esperando abajo, en el salón. Por última vez repasó lo que había escrito:

« ¡Tengo ganas de que ya termine este día! Deseo dormirme pronto y que llegue mañana lo antes posible. Deseo volver al instituto. A mi rutina y regresar junto a Cristóbal para perderme en sus ojos verdes como un lago en calma.

Sara».

Era hora de bajar y terminar con aquel calamitoso día de la mejor manera practicable. Se levantó de un golpe de la cama y desidiosa abandonó su diario sobre la mesilla. Se acercó hasta la ventana y con energía cerró las hojas de cristal. A pesar de encontrarse en pleno mes de mayo aún hacía frío. Estudió el exterior. Todo estaba oscuro como boca de lobo y apenas se divisaba alguno de los árboles frutales de su boscoso jardín. Resignada abrió la puerta de su alcoba y bajó las escaleras. Su familia la aguardaba para celebrar su décimo sexto cumpleaños.

–Querida Sara, ¿No crees que podías haber elegido otra manera mejor de celebrar tu cumpleaños que la de encerrarte en los sótanos del Prado para seguir restaurando? Además, hoy es festivo.

Sara Galván puso los ojos en blanco. Se colocó un díscolo mechón rubio tras la oreja y miró a su compañera la chilena Martina Rojas para decirle. – ¡No, Martina! La verdad es que no creo que haya una forma mejor de celebrar mi cumpleaños que dedicárselo a mi vocación. Pero si tanto te molestan las horas extras puedes dejarme sola. Creo que podré con todo.

– ¡Ja, ja, ja! –La americana morena y de pelo corto prorrumpió en carcajadas respondiéndole con sorna. – ¡Oh, no! Me viene muy bien ese billullo, weona. Además tú lo que quieres es que te deje a solas con ese mino de mirada turbadora.

Analizó con vista experta el último retoque hecho al valioso lienzo de Diego Velázquez; su pintor favorito. Había quedado perfecto. Debía confesar que no había visto ese cuadro hasta que el director del museo lo puso en sus manos para ser recompuesto, y ya en ese primer contacto se sintió extrañamente turbada por la figura alta y varonil que parecía taladrarla con sus ojos azul cobalto a través del lienzo. Contestó con más seriedad de la que pretendía. –Solo es un cuadro, Martina. Este hombre murió hace más de trescientos años. Además los hombres ya no me interesan.

Sara es nombre de princesa (Chris Hemsworth)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora