Pero...son sólo 5 libras

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2013

El ruido de una puerta abrirse indicó a Harry que Mitch acababa de levantarse, viéndolo aparecer por la puerta de la cocina segundos después, frotando sus ojos y dando un largo bostezo. Los buenos días fueron escuetos, demasiado breves, acorde con cómo se sentía el rizado, pero Mitch no preguntó y respetó su intimidad. Desayunaron en un silencio pesado, incómodo para Mitch, agobiante para Harry, pero que ninguno de los dos rompieron, demasiado sumidos en sus pensamientos como para pronunciar palabra alguna. La mente del rizado trataba de distraerse con las tareas pendientes que tenía para ese día, pero no hacía otra cosa que volver al rostro de Louis, a sus ojos azules, mandándole pinchazos al pecho y erizando su piel. Mitch observaba al joven desde el otro lado de la mesa, encogido bajo su gran sudadera, con una taza de té entre las manos y la mirada perdida en el plato, aún sin tocar, de tostadas con mermelada. Comenzaba a pensar que no era una de sus usuales recaídas, que algo había ocurrido la tarde anterior, algo que había desatado demasiados recuerdos a Harry, y temía que este volviese a caer en el estado en el que estuvo durante meses. Las ojeras de sus ojos solo hacían que su preocupación creciese, y en silencio, se aproximó a él, rodeándole con sus brazos desde atrás, estrechándolo contra su pecho y besando cariñosamente sus rizos.

- Cancelaré el viaje, me quedo aquí contigo - dijo, apartándose de su cuerpo cuando Harry negó con la cabeza y lo miró serio a los ojos.

- No vas a hacer eso - demandó con voz firme pero suave - Tu familia está deseando verte.

- Podrán esperar unos días más - sujetó sus mejillas con sus frías manos y juntó su frente a él, mirándolo fijamente con sus orbes brillantes - Ahora me necesitas.

Harry abrió la boca para debatirle, pero volvió a juntar sus labios cuando comprendió que no podría convencer a Mitch de que se fuera. Abrazó a su amigo con fuerza y se permitió sollozar sobre su hombro mientras acariciaba sus rizos con sus largos dedos. Estuvieron así unos minutos, palabras dulces llegaban a los oídos del rizado, su respiración se calmaba poco a poco y las lágrimas dejaban de caer por sus mejillas, siendo sustituidas por una sonrisa agradecida cuando por fin se separaron.

- Deberías vestirte, pasaremos la mañana de compras.

Harry obedeció y se dirigió a su habitación, abriendo su armario y buscando prendas sencillas y discretas para pasear por el centro de la ciudad. Su mirada se desvió hasta el abrigo que descansaba sobre el respaldo de la silla una vez terminó de vestirse, acordándose del pequeño papel que se ocultaba en uno de los bolsillos. Lo cogió con cuidado, examinando la firma de Louis escrita en él, tocando con dedos temblorosos la tinta negra. Agarró uno de los libros que reposaban sobre la estantería de la habitación, abrió una de las páginas y depositó el garabato en él, junto a otros trozos de papel que compartían caligrafía. Lo cerró, observando la portada y acariciando las letras del título que la adornaban, doradas y brillantes a pesar de los años de antigüedad que acumulaba el ejemplar. Volvió a colocarlo en su lugar, cogió su abrigo y se dirigió a la puerta, volviendo la vista al estante antes de salir, observando como el nombre de Oscar Wilde resaltaba entre todos los demás autores.

Se reunió con Mitch en la sala de estar, quien sonriente y entusiasmado entrelazó su brazo con el del rizado, saliendo del apartamento junto a él mientras exclamaba las maravillas de la nueva moda que podrían encontrar. Harry sonreía de vuelta a su amigo, tratando de contagiarse de su alegría.

El sol brillaba en el cielo, cegando sus ojos cuando estuvieron bajo él, dando a Londres una luz que no acostumbraban a ver y contrastando con la espesa niebla del día anterior. Un taxi los llevó hasta el centro de la ciudad, disfrutaban de los edificios que adornaban las calles, del aire que entraba en el vehículo por las ventanillas abiertas, meciendo los rizos de Harry y deleitándolos con el sonido del Támesis al pasar sobre él. Harry pidió a Mitch visitar el museo Tate Modern una vez terminaran de comprar, explicando que hacía mucho tiempo que no paseaba entre sus paredes disfrutando de sus obras modernas e inspiradoras. Su amigo accedió, feliz de ver cómo su humor se recuperaba poco a poco, dando paso a su carisma e ilusión, dejando ver de vez en cuando sus hoyuelos con sus leves sonrisas.

Holding Your HandDonde viven las historias. Descúbrelo ahora