He estado pensando en la mejor manera de comenzar esta historia, es decir, hay miles de formas de iniciar un cuento, ¿verdad? Pero la cuestión es que este no es un cuento cualquiera en el que todo comienza raro, hay un problema y al final “todos viven felices para siempre” así que me parece que lo más adecuado sería simplemente comenzar a contarles lo que sucedió.
Hace algún tiempo en un bosque vivía una chica, no era una chica cualquiera, sin embargo, no conocía demasiado acerca de su origen, lo único que recordaba era una guerra contra demonios y miles de muertes. Pero, de una cosa estaba segura: ella era diferente. Era sencillo saberlo, pues no encajaba en ningún lugar. Era más pequeña que los demás, tenía una figura delgada y delicada, sus ojos eran de un negro profundo y la marca más significativa era que tenía poderes mágicos. Su nombre era Aleah, la verdad es que no hay mucho que decir respecto a ella, era un hada solitaria que había logrado escapar de la invasión de demonios que hubo en su tierra, pero hasta donde sabía nadie más había corrido esa misma suerte.
En un lugar alejado de ahí vivían una anciana y su nieta, casi nadie se atrevía a acerarse a la cabaña de la anciana debido a que era demasiado aprensiva con su nieta y solía correr a los merodeadores con palos o piedras. Nadie entendía por qué tenía este tipo de actitud e incluso la juzgaban por no dejar que su nieta tuviera una vida fuera de la pequeña cabaña, pero Dorothy tenía sus motivos para proteger a la pequeña Samara.
Samara no era una niña como cualquiera, la verdad es que tenía mucha más edad de lo que se creía y hasta donde sabían era la última hada con sangre pura que quedaba, a Dorothy le habían encomendado la misión de cuidarla y la verdad es que no tenía ninguna intención de desobedecer las ordenes de su amo.Sin embargo, la tranquilidad de Dorothy y Samara estaba a punto de verse interrumpida por Aleah quien sin siquiera saber la tormenta que iba a provocar en la vida de las tres un día decidió tocar a la puerta de una cabaña para pedir refugio durante una nevada.
Aleah tocó a la puerta y Samara abrió con cuidado, se encontró con una figura demasiado parecida a ella, la misma estatura, la misma complexión, el color de los ojos eras de un negro profundo, a diferencia de los suyos que eran cafés, pero fuera de eso y la diferencia de tonos en el cabello habría jurado de eran la misma persona. Incluso podría apostar que bajo la capa escondía un par de alas parecidas a las suyas, ambas quedaron petrificadas ante la imagen de la otra hasta que Aleah rompió el silencio:
- Habrás de perdonar que toque tan tarde y en medio de tal nevada, pero me preguntaba si serías tan amable de prestarme refugio y algo de comida por esta noche –dijo tratando de salir del asombro - tengo como pagar tu amabilidad, claro - añadió mostrando unas monedas de plata que cargaba.
- No será necesario, mi abuela no permite que los extraños se acerquen a la casa, pero…
- Oh, lo entiendo, no te preocupes, puedo buscar otro lugar - respondió alejándose un poco agradecida por zafarse de ese momento tan incómodo.
- ¡Espera! - exclamó Samara alcanzándola – Puedes quedarte en el cuarto que está detrás de la cabaña, por favor, sígueme.
Aleah no estaba segura de que fuera buena idea, pero la nevada no parecía querer parar y la verdad era que no había un lugar del que no la hubieran corrido antes por su aspecto o los problemas que sus poderes le ocasionaban. Aquel cuarto era su única oportunidad por el momento, así que decidió seguir a la chica, sin importar lo incómoda que la hacía sentir el hecho de que fueran tan parecidas.
- Así que… ¿de dónde eres? - preguntó Samara una vez que le había dado unas mantas calientes y un poco de sopa que sobró de la cena.
- ¿Disculpa?
- Oh, bueno, ya sabes, pensé que como claramente eres un hada y hasta antes de que tocaras a mi puerta creía que yo era la última que quedaba podríamos, no sé, ser amigas.
- ¿Que soy una qué? - preguntó Aleah confundida.
- Un hada, claro. - afirmó Samara – Yo también soy una, pero Dorothy me dijo que no había más, creí que tenía razón, ¡pero mírate! Seguro se va a alegrar mucho de que vengas, últimamente el polvo que puedo darle no es suficiente para ayudarla a mantener su forma humana, tu ayuda nos será muy útil.
- Primero, no deberías andar por ahí diciéndole a cualquier extraño que eres de las últimas hadas que existe, ¿sabes? Y segundo, ¿estás enterada de que nuestro polvo es lo que nos da vitalidad? Quien sea que te lo está robando te está quitando una barbaridad de energía, así que me parece que lo más prudente en este momento es que me retire – dijo Aleah levantándose rápidamente.
- Espera, ¿vitalidad? Pero ¿quieres decir que ayudar a mi abuela está debilitándome? – preguntó confundida.
- Lo que quiero decir…
- Samara
- Claro, lo que quiero decir Samara es que esa señora no es tu abuela y que deberías huir lo antes posible de aquí. Si quieres puedes venir conmigo.
Antes de que Samara pudiera protestar o preguntar algo una nube negra inundó la habitación y unos ojos rojos como la sangre aparecieron en medio de todo. Samara apenas pudo contener un grito cuando unos dientes gigantes se lanzaron a su cara. Aleah sacó su espada y concentró todo su poder en la hoja de Adamas para poder atravesar al demonio que estaba a punto de comerse a la única hada que había visto en décadas. Dió una tajada que no mató al demonio pero consiguió debilitarlo lo suficiente para que Samara pudiera protegerse mientras Aleah combatía.
En medio de la pelea Samara no podía procesar toda la información que había recibido de golpe, hasta que entre el humo y la sangre pudo distinguir el brazalete que le había dado a su abuela Dorothy cuando la rescató del ataque de demonios y poco a poco fue comprendiendo todo: Su abuela, la dulce anciana de cabello blanco y apenas un poco más alta que ella debido a la curvatura que los años había causado en su espalda, no era sino uno de los demonios que había destruido su mundo y que todo ese tiempo había estado consumiendo su vitalidad para no mostrarse su verdadera naturaleza.
Con lagrimas en los ojos Samara tomó la pequeña daga que su padre había tallado para ella cuando era joven y se lanzó contra Dorothy. Logró tomar al demonio por sorpresa hiriendo su pecho, pero en un intento desesperado de alejarla el demonio dio un zarpazo que le atravesó el estomagó y le robó el último suspiro.
Samara calló y escuchó a lo lejos como si alguien gritara su nombre, sintió que unos brazos la levantaban y lágrimas caían sobre su rostro, vio al hada que llegó aquella noche y que la dejó sin aliento desde el primer momento, lo único que pudo hacer fue sonreír débilmente mientras lentamente acariciaba su rostro.
- Tu nombre… - Dijo en un susurro casi inaudible.
- A… Aleah – Respondió entre sollozos.
- Aleah – susurró Samara y mientras su visión se iba oscureciendo se perdió entre dulces sueños que le mostraban todo lo que pudo haber vivido junto a esa chica que, sin saberlo, llegó a liberarla de años de tortura.
Fin.