Los Aristogatos y la señora de Logroño.

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La maleta seguía sin hacer y ni ella ni él tenían pinta de querer levantarse del sofá para fregar los platos de la comida.

Era un día no muy frío en Madrid. Los catorce grados de la calle se convertían en veinte dentro del piso y ninguno de los dos necesitaba excusas para acurrucarse contra el otro y dejar pasar las horas muertas entre películas que no terminaban de ver y siestas tontorronas de domingo por la tarde. El señor del tiempo del telediario de las tres había vaticinado nieve para finales de semana, temperaturas bajo cero por las noches y días de lluvia y neblina. Un panorama nada halagüeño para todo aquel que tuviera que pasar la semana en Madrid...

...pero no era su caso.

Ellos tenían otros planes.

Sus navidades empezaban ya, cuando ni siquiera habían comprado adornos para la segunda casa que compartían juntos en toda su vida y que no sería la última porque la familia tendría que ampliarse en algún momento, ya fuese con animales domésticos u otras cosas en las que Flavio pensaba pero Samantha no. Y cada vez que él lo hacía, ella se reía, le callaba la boca con un beso y le demostraba lo bien que estaban de momento así, tirados en el sofá del salón con el capítulo de Aquí No Hay Quien Viva en pausa, porque el sexo es importante para mantener viva una relación, pero lo que ocurriese en ese capítulo en la vida de Belén López Vázquez también era importante para Samantha.

- En tres años está bien, Samantha – decía Flavio.

Samantha le miró. Se vestía con la sudadera con agilidad sin necesidad de ponerse antes la camiseta naranja que ya llevaba desde la academia. Al pasar la cabeza por el cuello, la capucha cayó sobre ella y le despeinó el pelo que ya le había despeinado ella misma hacía unos minutos, y el aspecto descuidado y relajado que tenía la hizo morderse el labio. Le gustaban todos los Flavios que conocía, pero ese, el que respiraba tranquilo y al que nada podía alterarle después de hacer el amor, era uno de sus favoritos. El chico sonrió sintiéndose observado, cerrándose el cinturón de su pantalón de pijama.

- Vístete, que vas a coger frío – le dijo, y ella alargó una mano y tiró de su sudadera para tumbarle de nuevo en el sofá - ¿Qué me dices?

- Te digo... - le besó en la mejilla, con el peso de su cuerpo entero sobre ella, tapada con una manta blanca de pelo extra suave y una sencilla camiseta clarita de manga corta puesta. – Que te toca a ti fregar los platos.

- No me cambies de tema – pidió, dejándose besar. Levantó la manta y se metió de nuevo bajo ella y encontró a su chica en bragas todavía. – En algún momento tendremos que ponernos de acuerdo.

- ¿Y tiene que ser hoy?

Se abrazó a él, introduciendo sus manos por dentro de la sudadera y Flavio se sobresaltó porque ya estaban frías, pero dejó que las posara en su espalda, abiertas, piel con piel, y que lo apretara contra ella. Se dejó besar en los labios, dejó que buscara su lengua y no la detuvo cuando abrió de nuevo las piernas para que se colocara entre ellas. La pantalla de la tele fundió en negro por inactividad.

- Samanzi, que tenemos que hacer la maleta... - susurró.

Ella asintió con la cabeza y volvió a besarlo de nuevo, y sus gafas chocaron al enredarse el uno con el otro. La primera en reír fue ella, pues a él siempre le preocupaba más que le rompiera las lentes por mucho que le dijera que le compraba tres si hacía falta.

- Mañana se nos olvidarán cosas... - siguió quejándose de mentira.

- Siempre se nos olvidan cosas, bebé.

- Ya, pero no es lo mismo que se te olviden en Lanzarote que en el extranjero...

Se separó de ella lo mínimo, para mirarla a los ojos, y le quitó las gafas con la mano izquierda para dejarlas sobre la mesita de té blanca del Ikea donde todavía había un bol de palomitas a medio comer y varias infusiones ya frías. No se quitó las suyas.

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⏰ Última actualización: Nov 22, 2021 ⏰

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