Toc toc

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Y de pronto, aquel sonido tan molesto que se producía al abrir la puerta de entrada, volvió a sonar. Hacía tiempo no lo oía, lo extrañaba. Honestamente, creía que mi vida a partir de aquella trágica tarde iba a ser silenciosa para siempre. Pero luego apareció ella para probarme que estoy equivocado, como cuando era pequeño.

  La vi entrar tan hermosa, discreta, delicada y apagada al igual que solía estar cada vez que cruzábamos miradas.Caminó unos pocos pasos y frenó. Hacía mucho frío adentro a pesar de ser verano, seguramente por eso estaba abrigada. O tal vez porque tenía frío el corazón. Observaba todo como si no lo conociera, el techo veteado por la humedad, las paredes llenas de hongos. El piso de madera crujía con cada pisada, estaba viejo y seco. Acarició los sillones desgastados mientras cruzaba el living y cuando llegó a la cocina, hizo lo mismo con el mantel gris. Las ventanas que se encontraban en frente de la mesa estaban empañadas. Las intentó abrir y no pudo, sin embargo, se sintió una suave brisa que provocó la caída de tres servilletas. Los platos en la alacena estaban intactos, recuerdo que ella los amaba. Decía que la abuela los había traído de Italia, que por eso debíamos tener mucho cuidado de que no se nos rompan. Los agarró y colocó sobre la mesa como si se tratase de un almuerzo familiar.

  Caminó por el pasillo hasta llegar a los accesos de las solitarias habitaciones aún repletas de muebles, no quiso ingresar. Su ritmo de caminata disminuyó al acercarse a las escaleras, el corazón cada vez le latía más rápido. Es increíble como todo puede terminar en un instante. Sé que siente culpa por lo que pasó. Pero las personas, y los hogares, esconden más secretos de los que caben escritos en un diario íntimo.

  Se sentó sobre el primer escalón, una lágrima descendió por su mejilla. Bajé y me senté a su lado.

 -Te quiero. – dije.

 No obtuve respuesta. Sé que si fuese capaz de escucharme lloraría todavía más. Pero no puede, estoy encerrado. Estar en la casa me incomodaba, las otras presencias me hacían compañía más nunca me había sentido tan solo. Me contaban repetitivamente como sus almas habían sido desterrada por aquella maldición, que a todos nos quitó un poco de vida. Yo sé que ella sabe y ella no cree que yo sé. 

-¡Te quiero! – grité. 

Uno de los platos servidos sobre la mesa de la cocina se rompió. Ella se exaltó y corrió, siguiendo al ruido. Soltó una carcajada. Su risa era tan calma como la playa por la mañana en un día nublado, podría verla reír todo el tiempo y no me cansaría. Cerró los ojos y juntó sus manos pintadas con rojo carmesí. 

-Siempre, siempre te pienso hijo mío. Siempre, siempre te pienso. – susurró. 

Por favor, no. No te ahogues en el engaño.

 -Siempre, mi pequeño superhéroe, siempre. – repitió. 

Su rostro cada vez más violeta, iba perdiendo circulación. Ya no había salida. Tenía que decirle la verdad antes de que se vaya de nuevo. Recordé la tarde del presunto accidente, cuando por creer que mis amigos eran reales y que querían ayudarme a volar, salté por las escaleras. Presencias malditas e infantes ingenuos no combinan. La realidad es tan efímera y difícil de asimilar que se me atoran las palabras. ¿Cómo se explica lo inexplicable? Traté de anular la condena milenaria que estaba escrita, en letra diminuta, en el destino de cada familia que aquí viva, pero me fue imposible. Quimérica ilusión de poder criar niños, que la fuerza de la oscuridad se terminará llevando y ocultando en noticias falsas. De pronto, alguien entró a la casa. Ahora entiendo por qué se intenta vender cada año. Nadie quiere convivir con espíritus de niños muertos, como yo. 

-Llévensela – dijo, firme. – está loca.

 No mamá, nunca estuviste loca.

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⏰ Última actualización: Nov 23, 2021 ⏰

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