Creo en mí como último recurso, creo en lo que soy y lo que siento como esa alternativa que se descarta al final, como la posibilidad menos posible, como si yo fuese lo más nulo, tal vez lo soy, tal vez no, pero mis pies ya duelen lo suficiente como para correr tras esa respuesta, así que solo me recuesto aquí a escribir como siento que se me desmorona el corazón. Desconozco si el corazón puede llegar a doler, pero al menos la ilusión de que así es, ya es bastante dolorosa. Quiero dejar de ser yo, empezar en otro lugar, conocer a otras personas, quizás un nuevo nombre, una nueva vida por completo, ese lugar donde no sienta vergüenza de ser quien soy, donde no cuestione lo que hice por horas y horas, hasta terminar llorando desconsolada en una lucha absurda contra la persona que soy. No me siento una buena persona, mis comportamientos y mis pensamientos alimentan esa idea, incluso si en el fondo trato de ser la mejor versión existente de mí, no pasará, porque no sólo no creo en mí, también soy la persona que más me detesta en el mundo, así que mi felicidad no es una prioridad, no es aquella aventura que alguna vez me propuse iniciar, es como un anhelo que se ha ido apagando hasta estar casi erradicado. Estoy recostada en mi cama, la música suena fuerte y la luz sigue encendida, mis ojos se cierran cada cierto tiempo y las ideas son como salvajes que corren por mi cabeza, y tengo todos estos pensamientos que no parecen míos, todas estas situaciones dentro y fuera de mi mente que me llevan a probar el extremo de la locura y siento sucias muchas de mis facetas, como si mis capas estuviesen llenas de agujeros y manchas, así que creo nuevas para poder mostrarme menos vulnerable ante la sociedad hambrienta. Desconozco la solución al problema, no sé cómo se soluciona una persona.