Deslizó una mano por entre sus hebras sedosas, que pocas veces veía libres de la gorra, y sonrió con afecto. Jotaro parecía avergonzado. El flequillo, negro, desordenado y seco después de días atravesando el desierto, le oscurecía también los ojos, pero Tenmei todavía percibía en ellos esa suavidad que adquiría Jotaro en sus momentos juntos, solos, cuando se alejaban un poco de los demás.
La apariencia de muro impenetrable era sólo una fachada que le importaba mantener para dar seguridad al resto del grupo, pero Kakyoin sabía cuánto le pesaba sostenerla todo el tiempo. Para ser honesto, no estaba seguro de cómo se había construido esta confianza que ahora le permitía acariciarle los rizos y a Jotaro descansar la cabeza sobre sus hombros, pero le costaba imaginarse sin ella. Era la única paz de los dos.
De JoJo, que cargaba con un legado de cien años sobre sus hombros. De sí mismo, que había elegido encarar el terror para poner a prueba su perfección. Era consciente, tanto como Jotaro, de que las personas que eran ese día estaban condenadas a perecer para siempre en la batalla decisiva contra DIO, fuese cual fuese el resultado; por esto nunca hablaban del tema.
Se tenían. Se sostenían. Sobraban las palabras.
Hundió los dedos en el cuero cabelludo de Jotaro para sentir más la calidez de su piel y su amigo respondió con un "hum" de placer. Tenmei sonreía tenuemente, iluminado apenas por la lámpara antigua de la mesilla de noche cuyo brillo se había ido mitigando en capas de polvo, de tiempo y de ausencias. Su temblor amarillento creaba más sombras que la oscuridad de afuera.
Era de madrugada, y las agujas del reloj estabilizaban el ritmo de su silencio. En períodos acompasados, más lentos, más profundos, Jotaro respiraba a su lado. Entre las inspiraciones de quien le ofrecía paz y el tic-tac del reloj que apremiaba, Kakyoin pudo sentir, armonizando las tinieblas, los latidos de su corazón; más lento que las agujas, mucho más rápido y fugaz que la vida de su último amigo.
—JoJo —murmuró, dejando caer hasta su hombro la mano con que lo acogía y reposando los ojos en aquellos párpados cerrados, de negras y espesas pestañas, que se tensaban siempre soportando la carga de su ceño fruncido—. ¿Ya duermes?
No hacía falta respuesta, como antes tampoco faltaban motes ni confesiones. Por ellos habían hablado el reloj, la expresión suave de Jotaro y la aceptación de Tenmei cuando su amigo hizo la primera tentativa de reposar sobre su hombro, sin atreverse a cargarlo todo de golpe. Pero Kakyoin era fuerte y Jotaro estaba agotado, y en aquella conexión nocturna que parecía de otro mundo lo habían sentido sin hablarse.
La luna suave se desparramaba por el dormitorio y les lamía los pies, descalzos y fríos. Los dedos de Tenmei trazaron una caricia en círculos por el antebrazo de su amigo y de repente lo invadió la sensación de que todavía quedaba una eternidad para llegar a Egipto y perderse. Como si fuese la última persona despierta del mundo, se recostó también sobre los rizos enredados que cosquilleaban en su cuello y exhaló el aire que había estado conteniendo. Ellos, juntos, podrían ser eternos.
Ambas espaldas contra la pared, dos chicos abandonados en la misma cama, uno que respiraba, el otro que sentía, y sólo la luna, blanca y distante, para contemplarlos.
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Nocturno [JJBA: Jotaro × Kakyoin]
FanfictionSu relación no requiere palabras. El tiempo, la soledad y un destino que va a matarlos los atan en su cruzada contra el desierto; porque han estado caminando sin detenerse hacia el último fin, pero, con los dedos entrelazados, saben que el futuro qu...