25: Nuevas reglas
Kayla
Me hice una bolita en la cama de Skalle mientras él se ocupaba de varias cosas más, como quitarse la ropa y ponerse su propio pijama, antes de acostarse a mi lado.
Toda la sensación fue extraña, pero me descubrí increíblemente eufórica. No me acordaba mucho de la última vez que habíamos dormido juntos porque estaba agotada después de matar a alguien y ser cogida duro e intenso. Ahora, estaba cansada y adolorida, sí, pero lo suficientemente alerta como para percibir cada centímetro que nos separaba. Además, las almohadas y las sábanas tenían su aroma. Eso tenía que ser el cielo.
—¿Quieres otra almohada? —me preguntó, acercándose levemente a mí. Erguí la cabeza y lo miré por encima de mi hombro, solo para negar. Lo quería a él y no sabía cómo decírselo sin ser una acosadora. No era lo mismo pedir sexo cuando manteníamos una relación puramente sexual, a pedir que me abrazara cuando manteníamos una relación puramente sexual.
Las cortinas de las ventanas se cerraron, entonces, por arte de su magia, para evitar la luz del amanecer, y nos sumergimos en un profundo silencio, ideal para descansar. Yo no pude pegar un ojo y lo inmóvil que estaba me hizo darme cuenta, largos minutos después, de que él tampoco se estaba durmiendo.
Me giré, despacito, para espiarlo. Pude ver sus ojos completamente abiertos, aún en la penumbra de la habitación. Sus pupilas se clavaron en mi rostro, pero no dijo nada, así que me quedó soltar las inseguridades todas de golpe.
—¿Puedo... ponerme más cerca de ti?
Hodeskalle giró por completo la cabeza. Una de las comisuras de sus labios se tensó hacia arriba. Algo le pareció divertido y por eso me encogí entre las almohadas, con ganas de que me tragaran y me escupieran en Bora Bora.
—¿Por qué sientes vergüenza? —inquirió.
Yo me congelé. No sabía qué responderle a eso. Supuse que era más sencillo ser una mujer llena de deseos carnales que una sentimental.
—No lo sé —admití.
Skalle se giró hacia mí, levantó un poco las sábanas y me mostró el espacio entre ellas, sus brazos y su pecho. Mis ojos bajaron por su rostro, por su cuello, hacia sus hermosas clavículas y el inicio de sus pectorales, que se le veían a través del escote en v de la camiseta del pijama. Me quemó la piel de las mejillas y mi necesidad de tocarlo aumentó tanto que no esperé ni un segundo más y me apresuré a acurrucarme contra él.
Apoyé la mejilla sobre su brazo y enterré la nariz en su camiseta. Aspiré su aroma, bien concentrado y delicioso, y suspiré entonces, llena de paz y confort. Él me cubrió bien con las sábanas y la colcha y primero me pasó el otro brazo por encima de los hombros.
Luego, despacio, colocó sus labios en mi frente.
Estuve a punto de derretirme. Me convertí realmente en mantequilla y podría haberme escurrido entre sus dedos de no ser porque no deseaba moverme para nada de ahí. Fue como encontrar mi lugar soñado, mi sitio seguro y más placentero y cómodo del mundo. No volví a pensar en besarlo porque, aunque no dejaba de desearlo, sus labios en mi piel eran suficientes para deleitarme.
ESTÁS LEYENDO
Hodeskalle [Libro 1 y 2]
VampirCuando Kayla White, una semi humana y la menor de su clan, asesina por error a un compañero de clases, no tiene más opción que hacer un trato con Mork Hodeskalle, un vampiro milenario y peligroso que tiene una sola cosa en mente: llevársela a la cam...