Sepultura

12 2 0
                                    


Todos estos ciudadanos estaban entrando a Cabo de Luna. Sus rostros no tenían ya vestigio alguna de aquella pena, angustia y tristeza que los agobiaba en momentos anteriores, qué cosa más extraña; este sentir grupal desapareció en tanto empezaron a travesar esa verja quizás haya sucedido porque así como nos imaginamos esos anhelos de manera tan perfecta, porque generalmente sólo pensamos en nosotros pasando por encima de todos, y somos felices con aquello que no existe, aunque tampoco hacemos mucho para que se cumpla; demos las gracias por eso, también vemos más oscuridad y sombras en donde no las hay, como suele pasar. Ya no había nada de dolor, no, ha éste lo reemplazo un poco de miedo mezclado con horror, estos dos pequeños estaban siendo guiados por la exasperación y bueno esta mezcla dio lugar a que se vieran y sintieran como una de esas turbas furiosas de antes, sólo les hacían falta los trinches y antorchas. Así eran los entierros en aquel pueblo. Querían acabar lo más rápido posible aquella funesta hora. Este, miedo, estaba respaldado por las densas sombras, ya que por algún motivo la lumbre colocada en Cabo de Luna nunca era, digamos, satisfactoria; siempre llevaban unas cuantas linternas, por precaución, para ayudarse a caminar, no fueran a caer en un hoyo y unirse a los muertos antes de tiempo. Siempre hemos visto que los animales con miedo son en sobre manera peligrosos, pero ya que las personas están algo alejadas de tal concepto digamos que se vuelven niños, pero sin esa infancia que brinda esa hermosa inocencia y queda sólo un triste vacío, lleno superstición y prejuicio para todo aquello que desconocemos y como resulta ser extraño, puede ser dañino y como puede ser dañino, bueno, "el que pega primero pega dos veces". Estas sombras y ese aire tenebroso que poseía Cabo de Luna daban ese aspecto oscuro y horroroso que aleja esa palabra llamada "cementerio".

- Buenos días Jack, hace ya tanto tiempo que no te veía-Libre de toda desaprobación o prueba ciudadana se hallaba aquel Hombre solemne que le dirigía la palabra al temible y funesto Jack Spear, con fingida alegría por el desgraciado reencuentro- ¿Cómo va todo? Parece que caerá un buen chaparrón, ¿verdad?

- Hace tanto, ¿tanto? – Cathy estaba insultada- oh, pero claro, las apariencias. Anciano olvidadizo.

- Sí, desde luego- decía Javier- ya olvidaba ese andar de cojo patético.

- Gracias al cielo que nuestro veneradísimo Padre Josué nos visita, para purificarnos- Les decía a todos Antonio- ya hacía falta por aquí el buen rostro decrepito de un gran Hombre.

- Sí Padre Josué, hace tanto que no nos veíamos- Dijo Jack, conteniéndose- pareciera que sí, el cielo está algo tris...

- Deberíamos dar comienzo ya, ¿no cree? - le dijo a Jack en un susurro, innecesario porque todos estaban bien apartados de ellos; sólo el Padre tenía suficiente valor para estar tan cerca de Jack- Supongo tendrá un hoyo listo para el difunto, ¿no?

- Oh, pero claro que hay un hoyo listo- ataja Carlota- ya que se encargaron de avisar y dar las medidas apenas el muchacho falleció, excelente servicio comunicacional, digo.

-Hace ya dos días que el muchacho murió- comenta, tranquilo Alirio-dos días y aún nadie viene avisar que necesitan un hoyo de un metro con ochenta, el hoyo estuvo listo desde que el joven murió... ya no tiene importancia.

- Sí, si hay un hoyo listo y apto para el entierro, Padre - responde Jack.

- Bueno, hay que empezar- dijo, para todos, pero más para sí que para cualquiera; aunque los amigos de Jack y Jack lograron oír – es una verdadera pena- balbuceaba- la verdad algo así no había pasado antes, un suicidio.

- Qué!!!- gritó Alirio- eso es mentira Jack, tienes que creerme ese niño no se suicidó, yo lo sé- el rostro del sexagenario se montó en cólera, tiró su sombrero de paja y se fue para la casa a esperar que todo acabara.

- Es verdad Jack- dijo el resto- lo conoces muy bien- Terminó Carlota.

Los entierros, antaño en Trozo de cielo eran algo triste, doloroso, funesto y tétrico; pero mientras el padre daba su oratoria esos malestares empezaban a esfumarse dejando un gran sentimiento colectivo de consuelo, todos se iban tranquilos a sus hogares para luego notar la ausencia de aquel ser querido para luego decir " has dejado de sufrir" lo que ocultaba un " ya te has ido, no estas y no volverás" o un " has muerto espero no olvidar los buenos momentos" pero como lo bueno desaparece, digamos que se convertía en costumbre pasar por el cementerio, dejar algunas flores y limpiar algo una tumba de porcelana, nada espontaneo y completo. Semanas antes de que Jack se volviera el sepulturero la costumbre arraigada desde hacía ya un buen tiempo, empezó a morir, el "vamos a Cabo de Luna a visitar a" decreció, tanto que aquellas flores destinadas a la muerte, como todas pero, en el cementerio terminaban esperando su traslado, a manos del sepulturero, en la catedral, así se evitaban los encuentros no deseados. Incluso antes de que Jack asumiera su aislado puesto se creó un depósito, en la parte trasera de la catedral, para así "agilizarle y hacerle el trabajo menos fatigoso al velador". Sí claro.

Se habían vuelto cada vez más tímidos, por no decir que veloces, y éste no fue, en lo absoluto, la excepción, podemos admirar esa cortesía que tuvieron los ciudadanos, aquellos que asistieron a misa, de estar en el entierro de aquel muchacho. La urna, que fue llevada con antelación al cementerio; en la mañana antes de empezar la misa puesto que los padres del difunto no querían que su hijo pasara mucho tiempo "afuera" porque se podría descomponer muy rápido, los malos e indignos así lo hacen. Fue puesta, de una vez, en el fondo del hoyo, el Padre dijo su monólogo, el padre del muchacho dijo "descansa en paz hijo" mientras la madre se sonaba la nariz, en un pañuelo de forma muy escandalosa, y se hiperventilaba por la pérdida de su único hijo. Nadie más habló el padre y la madre del joven arrojaron unas rosas arriba de la urna y echaron las primeras tierras también, nada más. Mientras Jack llenaba la tumba de tierra, puesto que tal era su trabajo y porque los hombres que estaban allí; aquellos que eran grandes amigos de los familiares del muchacho y no de él; tenían unos terribles dolores en la espalda o en las manos o en fin en cualquier parte y por tal motivo prestar su muy solicitado apoyo, lo cual ellos hubieran hecho con gusto, les sería imposible. Todos se hallaban expectantes mientras Jack hacía su trabajo, apretados unos con otros, mirando en una dirección y luego en otra, como su de alguna parte saldría algo que les tomaría, de cualquier modo, por sorpresa y les quitaría la vida en un parpadeo, o quizás lo hacían porque en aquel cementerio, donde habían más de 500 tumbas, no había suficiente espacio o, bueno, porque tenían mucho frio. Porque unos adultos pensarían en esas cosas.

De vez en cuando algún espectador decía "oh, pero miren la hora tengo que trabajar" y se iba con un pequeño séquito que admiraba su gran inteligencia, astucia, dedicación al trabajoy porque casualmente también tenían que trabajar a esa misma hora, un domingo. Las damas en vista de que los caballeros se iban a sus labores, por alguna razón, decían "mi esposo espera el almuerzo", que por desgracia no les daban en su trabajo de tiempo corrido, y se iban en la misma dirección. Antes de notarlo siquiera Jack se hallaba, en Cabo de luna con los Guterrez y el Padre Josué, terminando su labor.

- Lamento su pérdida- les dice Jack a los Guterrez- mis condolencias.

- Sí, gracias- dijo sin mucho agrado la Sra. Guterrez.

El Padre se había retirado mientras se daba este intento de conversación, dejando a los dolidos padres contemplar a su hijo descansar con la buena compañía claro del cavador de tumbas. Una pala que estaba a espaldas de los Guterrez, recostada en una lápida, se cae y emite un ruido seco que exalta a los dolidos Guterrez.

- Bien, ya está hecho, adiós nos vamos- terminó el Sr Guterrez.

- Vaya que son valientes- dice entre risas Antonio- ¿no lo creen?

Luz Vaga: Jack Spear, el cavador de tumbasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora