Derrota, decepción y entrega

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Los años llegaban y, por no decir que huían, se iban más rápido que de costumbre, o al menos así les parecía a todos, considerando que en trozo de Cielo existía desde hace ya tanto tiempo una comunidad que vivía en y por la rutina, nada de interés surgía en los días y, básicamente, nada nuevo pasaba. Aunque, bueno, pueden suceder cosas que escapan de la vista inquisitoria de esta humilde comunidad aún más si ha esta no le parece necesario saber nada más que aquello que, digámoslo así, no le afecte. Pero no seamos así, no les hacemos justicia, no es que se mantuvieran día y noche en sus casas y trabajos, no, claro que uno puede manejar información que, mientras no nos afecte, afecta a los demás. Da igual si sea verdad o no. En este pueblo esta transacción de información, no tenemos por qué llamarle de la manera bien sea popular o vulgar, era el medio informativo si no más veraz el más veloz, con lujo claro, pues daban a conocer los más mínimos y sustanciosos detalles que "Juana así mismito lo dijo". Apenas surgía un chisme ya otro lo reemplazaba, pero daba la fortuna de que estos temas de conversación nunca les llegaban a oídos de los afectados y mucho menos dañaba a los buenos conocedores de lo que sucedía en casas que estaban muy distantes, de las de ellos, donde vivían gentes, con las que no platicaban y que en fin hacían lo mismo.

Afortunadamente Trozo de cielo no sabía qué eran los robos y mucho menos los asesinatos, esa palabra era tabú. Pero sí llegaban a sus oídos en esas fervientes pláticas "oigan supieron que Lorena Cuello se tomó un frasco de pastillas muy fuertes y se murió" también estaba el "el Sr Fernando logró demostrar en el juzgado que esos viles campesinos no estaban cancelando la renta y que tenían más de dos años que no realizaban los trabajos que les correspondían y entonces los obligaron a pagar y se fueron quién sabe a dónde" Cuán peligrosos habrán sido estos campesinos que vivían aislados de todos, levantándose antes del alba para trabajar y por supuesto evadir, como sólo ellos sabían según los estudiados y conocedores de esto, todos las rentas e impuestos que cancelaban y no recibían factura alguna, "son profesionales su señoría, tendremos más cuidado a quienes les arrendamos esas tierras la próxima vez" se oía todo el tiempo al culminar la sesión. Un pueblo sano, un lugar tranquilo donde cualquiera viviría tranquilo mientras su vida pasaba plácidamente y su esencia decrecía a medida que su felicidad moría con el paso del tiempo.

Luis, conocido popularmente como Álvaro el tres palas, había dejado de ser aquel hombre que todos conocían y, en cierto modo, admiraban. Todo fue cambiando desde dejó de asistir a la santa misa dominical, una, dos, tres, cuatro... al principio se creía que algo lo estaba afectando pero esta sugerencia o escape de la realidad quedó mitigado al observar que su trabajo en el cementerio jamás había sido tan excepcional, todo estaba listo antes de tiempo, la verja sonaba poco, había unos faroles que él había puesto y, por si fuera poco, destinaron unos fondos para hacerle una cerca a Cabo de Luna que lo delimitara de todo y él ayudaba a colocarlos puesto que no había mucha, o suficiente mano de obra. Aunque ocurrió un hecho muy espantoso que, como sabemos cuándo buscamos razones las encontramos y no pasan desadvertidas, ocurrió que, en una ocasión, era pues costumbre; como tantas otras cosas, que el sepulturero, luego de confirmada la muerte de cualquier individuo, recibiera y diera él las tallas para la creación del ataúd, cosa rápida pues ya eran muy diestros haciéndolos. Álvaro dio las tallas exactas de una mujer, cuando aún nadie le había dicho.

Aquellas visitas nocturnas, a las que descansaban en paz, fueron disminuyendo con el paso del tiempo, de manera algo dramática, ya que los visitantes oían a, su querido y respetado sepulturero, Álvaro charlando, acaloradamente, todo el tiempo, o al menos cada que alguien iba y le oía, con varias personas en su hogar, y, era sencillamente imposible llegar a creer que en aquel almacén deteriorado pudieran permanecer Vicente, Ana, Carmen, Juana, Gabriel y el Sr Álvaro. Platicaban, o Luis lo hacía, como si estuvieran discutiendo y generalmente el buen tres palas decía "sí, sí está bien ya déjenme en paz", se rendía pues ante las exigencias de estos amigos, tan extraños y distintos a él.

Luz Vaga: Jack Spear, el cavador de tumbasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora