Capítulo 4. Dolores y rarezas.

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No me quiero mover, siento mis piernas cansadas, como si hubiera corrido una maratón, y las muñecas adoloridas

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No me quiero mover, siento mis piernas cansadas, como si hubiera corrido una maratón, y las muñecas adoloridas... juro que a penas vea al idiota ese le reclamaré para que deje de dormirme. ¿Por qué no me deja simplemente irme a mi casa tranquila y sin dolores ni rarezas?

—Ima, tu mamá te ha llamado dos veces, créeme que no quieres escuchar la tercera —Veo a papá en el marco de la puerta—. Baja rápido, que ella crea que lo hiciste sin que yo te diga porque el regaño será para ambos.

Lo veo reír y a pesar de sentirme cansada, le sonrío de vuelta.

—Ok, papá.

Veo como él se va a su habitación haciéndome una seña de que quiera o no tengo que ir.

Siento mis pies pesados, como si hubiera corrido una maratón... espera eso ya lo dije. Como sea.

Me levanto de la cama y camino hacia donde sea que esté mamá, porque ni la he escuchado llamarme, pero antes de salir de mi cuarto termino cayéndome al enredar sin querer mis pies con una polera de tirantes. Dios, tengo que ordenar este desorden antes de ser comida por él.

—Sin caerse —Escucho a papá decirme desde su habitación.

—Tarde —Digo riendo.

—Por fin llegas, mujer —Dice mamá con posición en jarras—. Mírate, todavía en pijama, pareciera que recién te levantaste.

—Puede ser porque eso es verdad.

Ella me regaña con la mirada, pero nota mi cansancio y frunce el ceño.

—¿Qué ocurre?

—Nada, es sólo cansancio.

—¿A qué hora te dormiste, Imaudane?

—A la hora de siempre, pero me desperté a medianoche y no volví a quedarme dormida en horas.

—Ay, mi pequeña —Me abraza y acaricia mi cabello—. Has estado muy decaída estos días. Sea lo que sea que ocurra, sabes que tu papá y yo moveríamos cielo, mar y tierra por ti. Te amamos, Ima.

Escuchar eso se me hace tan doloroso. Porque yo también los amo, pero aun así les miento y oculto cosas, ¿por qué no puedo ser sincera con ellos de una vez por todas?

—Lo sé, mamá, yo también los amo, pero te aseguro que estoy bien —Miento a duras penas.

—¿Qué te parece si hoy vamos de compras? Como un día de madre e hija —Dice intentando hacerme sentir mejor—, tu padre se puede quedar preparando algo delicioso para cenar y nosotras compramos algunas cosas. ¿Te gusta la idea?

Odio que noten mi decaimiento. Odio no contarles sobre él. Odio decir que todo está bien cuando a veces no lo está. Odio tener a los mejores padres del mundo, pero aun así no ser buena con ellos.

—Sí, gracias, mamá.

—No hay de qué, mi vida —Me besa la frente—. Ahora ve a arreglarte, recuerda que existe la escuela.

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