28. LA OTRA PARTE DE MÍ

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NICOLÁS

Abro los ojos y veo el techo de la cocina, tan blanco, con tanta luz, que por un momento pienso que estoy muerto.

Ya no siento dolor, pero sí una enorme debilidad. Me ayudo de todo lo que hay a mi alrededor para sostenerme y pararme de nuevo, lo que no fue algo rápido, tardé una eternidad porque estaba mareado y casi caigo otra vez. Y encima ese maldito timbre que no deja de sonar.

—¡Basta ya! —ordené en un grito que sonó desesperado al final.

Siento angustia por mi condición, tengo miedo y me echo a llorar. No puedo moverme más rápido y ese ruido infernal me está volviendo loco.

Al fin llegó hasta la entrada y abro un poco. Una caja voló sobre el cerco y después él, que escaló para saltar adentro del jardín como un maldito Spiderman.

Tengo el impulso de cerrar la puerta en su cara, pero no lo hago. Ele busca la caja con la vista por el suelo y cuando la localiza, la levanta y la limpia con la sudadera. A veces es tan ridículo. Distraído, atolondrado, torpe, tartamudo... ¡Tonto! ¡Estoy tan enojado con él!

—¿Qué haces aquí? —pregunto en un tono qué se supone sea cortante.

—Fui a la librería y no te encontré. Jorge me dijo qué te sientes mal.

Deja de ser tan lindo, Eleodoro, qué no puedo enojarme cómo es debido.

—No, solo no tenía ganas de ir y le dije mentiras, igual que cualquier empleado.

—No te ves bien.

Me analiza mirándome con esos hermosos ojos enormes que tiene.

—¿Vas a entrar o te vas a quedar ahí?

Abro la puerta, pero por causa de un repentino mareo me sujeto del marco con ambas manos para no caer, apoyando también la frente.

Planeaba hacer un drama mayor cuando lo viera, pero ya no tengo ganas ni siquiera de hablar.

Cuando menos pienso, estoy acostado en el sofá con una cobija encima. Vino a rescatarme, mi ángel vino a rescatarme. Justo en el momento en el que más me hace falta. Se brincó el cerco porque está preocupado por mí.

Puede que exagere, pero cada día que no lo veo, siento qué el aire me falta, la luz, la fuerza, la felicidad ¡Todo!

Su cara es tan hermosa... Masculina y delicada al mismo tiempo. Si muero ahora, quiero que esa cara me acompañe al infinito.

—¿Ya comiste? —Se sienta en la orilla del sofá donde estoy.

—Sí, en la mañana.

—Pero ya pasan de las tres. Te voy a preparar algo.

—No tengo hambre.

—Tienes que comer, tal vez solo se te bajó el azúcar y necesitas algo para reanimarte. Si no te sientes mejor después, nos vamos con un doctor, no voy a dejarte así.

—Supongo que no vas a desistir.

—«Desistir». No, no voy a desistir —tiene la osadía de burlarse de mí léxico.

—Cómo quieras, tú mandas hoy.

Sonríe a medias, me mira y dice:

—Hoy y siempre.

Se levanta, enciende la televisión y me pone el control en la mano para entretenerme mientras se va a hacer no sé qué en la cocina. Los chocolates aún están donde los dejó: en la mesa de centro; lo suficientemente cerca para sacar la mano de entre la cobija y alcanzarlos. Es una buena marca y aún tienen el precio pegado por atrás.

No eran excesivamente caros, pero harán mella en su presupuesto para arena de gatos, comida de gatos y juguetes para gatos. Debería subirle el sueldo. Allan es un literal agujero negro en su cartera, que todo absorbe. Pero siendo justo con él, su único trabajo es hacerlo feliz y sé que lo cumple muy bien.

Creo que besa más a Allan que a la señora esa.

Un desastre de cosas rompiéndose se escucha en la cocina, seguido de unas cuantas maldiciones. Debí pedir algo en la aplicación. Solo cocino en la mañana y no diario. Casi siempre meriendo fuera porque no me gusta comer solo y en la noche pido algo ligero.

Un sándwich de jamón con queso y media taza de té después, Ele sale de la cocina.

—¿Todo ese alboroto para esto?

—Había algo en el piso y me resbalé. Mis pies siempre encuentran algo con qué hacerme caer. Pero no fue tan malo como se escuchó. Espero que te guste lo que te hice.

Lo puso sobre la mesa y se chupó el pulgar. Había sangre en él y un poco de queso derretido.

—¿Cómo has sobrevivido todos estos años, Eleodoro?

—¡Ah! ¡Come y calla!

—¡Grosero! ¿No ves qué estoy muriendo?

—¡No digas eso, Nicolás! No llames a la desgracia. Las palabras tienen poder ¿No sabías? Además, mi legendario sándwich de jamón con queso tiene los extraños poderes curativos del cosmos y te vas a sentir mejor en cuanto te lo acabes.

—¿Legendario? ¿Qué tiene de legendario?

—El nombre. Y que yo lo hice. Con mis manitas suavecitas.

Esto ha pagado con creces todo el tiempo qué lo he estado esperando. Su sándwich — en verdad delicioso—, sus chocolates, su tiempo, su risa, sus chistes de primaria y su interés genuino, me ha devuelto la vida. Al menos por ahora.

Temí que la tarde llegara y él se tuviera que ir. Pero Allan tenía que cenar.

—¿Quieres que me quede? -—pregunta a las seis de la tarde.

—¿Lo harías?

—Si me voy, no podré dormir de todos modos y Allan tiene un plato nuevo, de esos donde siempre tiene comida y agua.

—Me encantaría —respondo, honrado por la distinción. Toma eso, Allan.

ELEODORO

Sé que Frida me quiere, pero el amor que veo en los ojos de Nicolás, no se compara con ningún otro. Solo espero estar a la altura de eso.

Porque cuando estamos juntos, al menos por ese lapso de tiempo, dejó de sentirme un completo perdedor.

Aunque me de carrilla* y me diga cosas que pretenden ser hirientes, o me llame por mi nombre completo solo para fastidiar, estar con Nicolás, es como estar con esa parte de mí a la que no detesto.

No volveré a dejarte, lo prometo. Y si me esperas, debes tener por seguro que siempre volveré.

Lo abrazo y le doy un beso en la mejilla como siempre lo hago. Con él, porque salvo en casos especiales como éste, suelo rechazar todo contacto físico.

*****
*Dar carrilla. Una forma más sutil del bullying, qué no siempre conlleva hostilidad. A veces es solo una forma de crear conciencia.

Bueno, no sé si fue tan tierno, pero para mí sí. Ele no se considera digno de ser amado, le parece difícil que alguien vea algo bueno en él.

ELE (Versión Extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora