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Los problemas. . .

(El siguiente capítulo trata temas delicados como autolesiones. Leer bajo su propio consentimiento.)

Con el pasar de los días, no solo Horacio había notado un cambio en él, sino también Volkov. Después de haberle regalado la ropa, no había vuelto a sonreír, no hablaba, tampoco salía de su habitación y él, no sé atrevía a tocarlo. Horacio estaba tan preocupado, cada día se tormentaba más, pensando en que tanta veracidad tenía lo que dijo el alfa, había llorado tanto que sentía su rostro hinchado. Se levantó de la cama, la nieve había dejado de caer y el frío disminuyó considerablemente, eso era bueno, no le agradaba el frío.

Camino al baño, notando que su rostro había delgazado, las ojeras eran más notorias, la palidez se había adueñado de él, incluso sus labios perdieron color. Su cabello paso a ser color vivo, a uno completamente opaco y feo; se alejó y observo su cuerpo, unos días más o semanas, estaría en los huesos, ¿Dónde había quedado Horacio? El no era su yo de hace tiempo.

No había más lágrimas por ahora, ya estaba tan decepcionado, que se comenzaba a aceptar así, quizá nunca lo soltaran o lo hicieran, solo para morir perdido por allí. No tenía palabras, estaba desecho y solo quería una cosa, huir de esa pesadilla, tembló y levanto su puño, estampando este contra el cristal del espejo, el cual se había roto en pedazos, cayendo uno por uno en el frío suelo.

—¿Qué se hacían con los problemas, Gustabo?. . . ¿Gustabo?

Cierto, estaba solo y ni Gustabo, ni una familia que lo amará estaría para preguntar. Se dejó caer de rodillas y los vidrios del suelo hicieron lo suyo, lastimando su pobre piel, se había vuelto tan débil, que cada esquina de los cristales rotos eran tentadores para el, que no dudo en tomar uno y deslizarlo entre sus delgadas muñecas.

Sus hombros estaban tensos, su cabeza aún mantenía tantos problemas. El sonido de los cristales rompiéndose captó su atención, otro problema más añadido a la lista. Resoplo con enfado y antes de quitarse el pasamontañas, subió a la habitación del Omega, abrió la puerta y no lo encontró, por lo que supuso que estaba en el baño; tocó la puerta.

—¿Se puede saber que haces?

No hubo respuesta, insistió y hasta que se harto, finalmente abrió la puerta, encontrándose con una imagen perturbadora, el aire casi se escapaba de sus pulmones, su cuerpo estaba pasmado, el color carmín adornando el piso, el rostro pálido, la mirada perdida y es que simplemente no pudo más.

—¡Horacio!

Se tiró al suelo junto a él, abrazando su cuerpo contra el suyo, retiro el pasamontañas y rápidamente lo uso para subir la muñeca lastimada. Su rostro estaba aterrado, no coordinaba, no sabía que debía hacer.

—¡Horacio quédate conmigo! ¡¿Por qué lo hiciste?!

Dos hombres entraron al escuchar los gritos y Volkov aprovecho para indicarles que necesitaba de un médico, ellos atendieron la orden y salieron. Rápidamente cargo el cuerpo que cada vez era más liviano, lo dejo sobre la cama y envolvió la muñeca en un vendado improvisado con las sábanas, sus manos temblaban y juraba, que nunca se había sentido tan impotente como ahora.

—Horacio, lo siento. . . Escúchame, por favor, Gustabo está vivo, Gustabo está vivo.

—¿Gustabo?. . .

Su voz le dió esperanza, por lo que se quedó a su lado, sosteniendo su mano fría, lo miro y nunca dejo de hacerlo, no quería verlo cerrar sus ojos, si lo hacía entonces nunca se lo perdonaría.

(. . .)

Pasado de dos horas, despertó. Sus ojos trataron de enfocar, un rostro, era pálido, los cabellos quizá obscuros, no distinguía el color de los ojos, su cabeza dolía un poco y se sentía mareado, pero se centro en la imagen delante de él.

—¿Es usted un ángel?

Una risa resonó en sus oídos.—No Horacio, no soy un ángel. Soy un médico, ¿Puedes oírme?

—Si, si que puedo. . .

—Perfecto. Entonces avisaré que has despertado.

—¡No! Ay. . .— Se quejo en voz baja cuando intento levantarse.

—Hey, no te levantes aún. Por favor descansa, no me iré.

Se reincorporo, tomando asiento en la cama, su vista finalmente enfoco a su nuevo invitado en la habitación. Miro al médico, era guapo y tenía una sonrisa encantadora; le sonrió avergonzando cuando se dió cuenta de lo que había pasado, su intento de suicido se había ido a la mierda.

—Esto. . .

—Descuida, lo entiendo; no tiene que darme explicaciones, mira, he visto muchas cosas que comparado con esto, no es mucho.

—Lo se, pero no deja de avergonzarme. Ahh, ¿El está aquí?

—Si te refieres al jefe, no.

La respuesta lo decepcionó, soltando un suspiro rendido.—Ya veo, supongo que está muy enojado el cabeza hormiga.

—¿El cabeza qué?—Rió, negando mientras sostenía su estómago ante las carcajadas.

Horacio se contagio con las risas del médico, finalmente veía un rostro alegre después de estar conviviendo casi un mes con el alfa, de pronto el aire se llenó de un suave aroma a pino, era suave y le recordaba al verano o quizá al otoño en los bosques. Se trataba del aroma del médico, era alfa.

—Usted es gracioso, Horacio. Bueno, dime, ¿Te sientes mejor?

—Bueno, me duele un poco la muñeca, pero. . . No puedo hacer nada.

—De hecho me refería a que, si estás mejor ahora que te lastimaste, tiene una razón lo que acabas de hacer.

—Eso... No, no me siento mejor, de hecho me siento patético, esto no es algo que yo haría, creo que me sentía muy desesperado y triste.

—Te entiendo, tu posición no es la mejor y creeme que me gustaría ayudarte, pero es imposible, él es el jefe.

—Lo se, no pido mucho, solo quiero saber de mi hermano, él dijo que está muerto y eso me aterra.

El médico entendió, estaba sorprendido, más de una vez había atendido a omegas que entraban y salían de esa casa, pero esté en particular, había durado más de un día y eso era de asombrarse, se sintió mal por el y sabía que debía retirarse o ambos estarían en problemas. Rápidamente recogió sus cosas y tomo unos medicamentos para dejarlos aún lado de su paciente.

—No lo está, estos hombres deciden tener relación íntimas con omegas por un determinado tiempo, ya sean dos o un día, después de eso los botan a la calle. Probablemente tu hermano este por allí, no decaigas y mejora tu salud, así podrías salir y recontratarte con él.

Horacio había escuchado las mejores palabras de los últimos días, sus ojos volvieron a llorar, pero está vez de esperanza, le sonrió al médico y le agradeció con un corto abrazo. Horacio volvía a las andadas, necesitaba regresar a esos días, cuando era más astuto, cuando no se limitaba a apuñalar a alguien y cuándo era capaz de perder la cabeza si tenía que defenderse.

Gustabo tenía razón, los sentimientos a veces no cabían y tenía que defenderse si quería protegerse y saber de su hermano.

—Los problemas, me los como. . .









































Remin

Tuyo 3 (Volkacio) FINALIZADA Donde viven las historias. Descúbrelo ahora