Capítulo IV

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[Narrador omnisciente]

Lewis se encontraba estupefacta, no quería creer que lo que estaba sucediendo era cierto, más aún, era demasiado absurdo para ser considerado realista. Incluso cuando sus ojos, los que antes creyó perfectos, no le engañaban, se negaba a aceptar lo que estaba pasándole, justamente a ella, para colmo de su paciencia. Aquella extraña con la que antes estuvo hablando se encontraba admirando su cuerpo, moviéndolo como si fuese algo natural y sonreía como si fuese algo completamente satisfactorio, que debía serlo a su parecer, pues estaba en su muy perfecto cuerpo, a su opinión. En cambio, ella estaba en su mugroso, sucio, y para nada cuidado cuerpo. La extraña que antes se presentó como Sieglinde Evans agitó su mano levemente en señal de despedida antes de desaparecer de su visión y dejarle solo con el reflejo de su actual cuerpo. No entendía nada, y antes de poder pensar siquiera en la situación, escuchó un llamado que hacía alusión a la propietaria original de aquel recipiente de carne y hueso.

-¡Sieglinde! ¡Sieglinde! ¡¿Dónde te has escondido esta vez?! _exclamó una mujer desde algún lugar. Rebuscó por la pequeña habitación una salida, hallándola justo tras el espejo. Salió del escondrijo con telarañas en la cabeza debido a la suciedad del mismo y buscó con la mirada quién podía estar llamando por “ella”, quedando anonadada ante lo que observaba. Se encontraba en un amplio pasillo, limpio y reluciente con una hermosa alfombra roja que le recorría de principio a fin. Costosos y grandes cuadros y retratos adornaban ambas paredes, exhibiendo marcos dorados de la más alta calidad. No tuvo demasiado tiempo de admirarlo todo debido a que quien fuera que le llamaba apareció y se apresuró a llegar con ella sumamente preocupada. Era una mujer algo mayor, algunas mechas de su cabello ya comenzaban a tornarse blancas_ ¡Al fin te encuentro, Sieglinde! No podemos seguir perdiendo el tiempo. El duque vuelve a casa mañana en la mañana y hay mucho por limpiar. Te aconsejo que comiences ahora antes de que la doña regrese de su paseo matutino o ya sabes cómo se pondrá. _finalizó para luego continuar con su paso apresurado y comenzar a llamar por otras personas que se suponía que estaban en aquella residencia tan lujosa_

-¿Limpiar? ¿Duque? ¿Doña? ¿Pero de qué va esta mujer? _negó sin tragarse ni una palabra de lo que había dicho aquella persona para luego distraerse admirando los pasillos y los objetos que los adornaban_ Ni siquiera en casa los pasillos eran tan largos y los adornos tan costosos… _susurró para sí misma_

Se dedicó entonces a revisar la casa de arriba abajo, aunque no pudo acceder a muchas de las habitaciones, pudo caer en cuenta de que aquella residencia excedía la suya en tamaño por lo menos unas 4 veces. Quien viviese allí tenía lujos para presumir y las especulaciones se quedarían cortas. Sin embargo, no pudo continuar explorando desde que aquella mujer le puso a limpiar las escaleras de la primera planta. Accedió de mala manera ante la mención de los castigos que le esperaban si andaba de vaga. De por sí su cuerpo estaba bastante maltratado y sucio, no necesitaba sumar cicatrices por castigos. Talló aquellos escalones con tanta fuerza que apenas y removía el polvo, no quería quebrarse una uña, ni hablar, dolería un infierno. Para su mala suerte, eso y mucho más se ganó ante los regaños de la mujer que, tras escuchar conversaciones, supo que era la ama de llaves de la residencia, asimismo, era la encargada de orientar tareas a la servidumbre de la misma, se podría decir que era algo así como su jefa de trabajo.

“Sieglinde” dejó de tallar escalones ante el dolor que persistía por sus uñas rotas, le dolía la espalda y sus manos apenas las sentía. Le costaba tenerse en pie tras haber estado hincada en el suelo tanto tiempo. Ni siquiera había logrado limpiar una sola escalera y ya estaba sintiendo el peso de su baja condición atlética. Harta, arrojó la esponja de limpiar a cualquier sitio que poco le pudo importar y decidió autoimponerse un tiempo libre de 4 horas, por lo que procedió a escaquearse del trabajo y evitar a toda costa a aquella mujer mayor que había comenzado a buscarle luego de notar su ausencia en el sitio que le correspondía para limpiar. ¿Por qué debía ella limpiar cuando nunca tuvo necesidad de hacerlo? Capaz y los castigos fueran un farol para obligarle a limpiar. Con esos pensamientos en mente, decidió irse a cualquier sitio de la residencia y pasearse por esta como si fuese señora de la casa. Veía a las demás sirvientas del lugar trabajar como si su vida fuese a acabar si paraban sus quehaceres, aunque eso para ella era menos que secundario en la situación. Primero debía saber dónde estaba y luego actuaría en base a esa información.

Buscó por una salida de la residencia con el fin de apreciar el exterior. Tras cruzar una puerta doble de una hermosa madera cuya pintura blanca y adornos cuidadosamente tallados no dejaban nada que desear, se vio atravesando un amplio y verdoso jardín, el cual era tan grande que juraría que igualaba la zona deportiva de su instituto. No se quejaría si tuviese que vivir en aquella casa, ya fuera sola, compartida o bajo cualquier circunstancia. Superaba por mucho su estilo de vida anterior y eso le encantaba. Solo le restaba averiguar si había maquillaje, internet, centros comerciales y mil y un tiendas de ropa que estuviesen actualizadas en moda. Su fantasía se vio erradicada cuando la ama de llaves le encontró y arrastró al interior de la residencia, reprochándole severamente por su atrevimiento, sin embargo, esta cerró la boca de golpe cuando observó la ora en un gran reloj de péndulo. Mientras susurraba que la “doña” volvería pronto y le rogaba a Sieglinde que terminase de limpiar las mentadas escaleras antes de 2 horas. Las escaleras se le hacían interminables, pero si cada vez que intentase escabullirse aquella mujer le iba a gritar por 10 minutos, prefería intentarlo al menos antes que tener que soportar sus gritos con aquella voz de cigüeña desentonada.

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