correr no vale de nada si no tienes piernas

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MARINA
Abrí los ojos, controlando cada mosca pasando a mi alrededor.
Otro puto sábado más.
Otro puto sábado más sin amigos.
Otro puto sábado más sin mamá.
Me incorporé en la cama, mirando la foto colgada en la que aparecíamos yo y mamá sonriendo, como si nada de lo que fuera a ocurrir dos días después hubiese pasado.
Borro todos aquellos pensamientos de mi cabeza, por pensar tanto mi madre no volvería a respirar, así que de nada servía seguir dándole vueltas a eso.
Me pongo de pie delante de mi espejo para poder verme reflejada en el.
No era tan mounstruosa como decía aquel niño en el parque al verme.
Últimamente había adelgazado, mi pelo negro caía con gracia sobre mis hombros, con algún mechón gracioso sobre mi frente.
Mi parte favorita de mi cuerpo sin duda eran mis ojos.
Aquellos ojos verde esmeralda, aquellos ojos que podían hacer llorar hasta al más fuerte.
Mis ojos transmitían todo el dolor que había acumulado durante años.
La muerte de mi madre (se que dije que no pensaría más en eso, soy consciente), la desaparición de mi hermana mayor, el asesinato de mi gata.
Por no hablar de las decepciones a las que mis "amigos" me habían sometido.

Y así,  fue como descubrí que estando absolutamente sola nada podría dañarme.

Cuando decidí dejar de viajar en mi pensamiento y volver a la realidad, aún que no me agradase mucho, pensé en tomar la moto y ir a dar una vuelta, pero no era el mejor momento y lo sabía.
Así que opte por coger el último libro que mi hermana me había regalado.
"Veinte poemas de amor y una canción desesperada."
Fue mi última adquisición de Pablo Neruda y se que no habría más después de esa.
Lo abrí por la página marcada con aquel único post-it azul, y, fue así como me releí por 57° vez mi poema favorito, seguí ojeando los demás poemas, los cuales en conjunto hacían aquella obra maestra, poco tiempo después estaba totalmente concentrada en mi lectura.

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LUCAS
Mis piernas estaban comenzando a fallar, aquel estruendo que había sonado momentos atrás en mi casa me alertó demasiado, no podía dejar que un mounstruo me cazase, no no no no, no entraba entre mis planes morir hoy.
Seguí corriendo hasta que caí exhausto contra el frío parqué que formaba el suelo de mi acogedora casa.
Era el final, lo sabía.
Aquel bicho se acercaba a mi con brutal velocidad, cuando sus pasos llegaron a mi altura me preparé para ser desgarrado.
Pero su ataque jamás llegó, en su lugar llegaron lametadas en mis tobillos, cuando me giré ahí estaba mi perrita Sunrise, a veces olvidaba que ella existía.
-Dios Sunrise, me acabas de dar un susto de muerte, literalmente. -Dije riendo aún en estado de shock por lo que había pasado momentos atrás.
Era sábado, y recién me había levantado de la cama, así que tampoco podía pedirme a mi mismo pensar rápido.
En el lugar de lamentarme por mis penas decidí bajar a comer algo.
Estaba solo en casa, como de costumbre.
Papá y Mamá dedicaban sus días al trabajo para poder mantenerme, a duras penas llegábamos a fin de mes así que yo debía esforzarme en mis estudios para conseguir una beca en una buena universidad.
Una vez con una tostada recién hecha y calentita me la lleve a la boca, mientras subía las escaleras para dirigirme a mi cuarto a estudiar los 5 exámenes que tenía esta semana.
Era nuevo en el barrio por lo que no me había dado mucho tiempo para socializar con nadie.
Abrí mis montones de libros de texto y dirigí mi atención a ellos, memorizando cada una de las palabras escritas en esas aburridas hojas.

NENSHAMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora