Capítulo 28: ¡Bienvenidas!

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Después de comer, recoger y limpiar lo que he ensuciado, entro en el cuarto de Gemma. Busco su teclado, pero creo que no lo ha traído. Hace tiempo me enseñó a tocar un par de canciones sencillas, pero como no tengo piano en casa, no podía practicarlas. Entonces, se me ocurrió que ahora, como vivía con ella, podía practicar más a menudo y, además, recibir clases. Pero no caí en la cuenta de que muy pocas personas cargan con un teclado desde una ciudad hasta otra.

Entro en mi cuarto y cierro la puerta. Vacío mis bolsillos: móvil, auriculares, un clip y el número de teléfono del chico al cual no quiero encontrarme nunca más en mi vida. Guardo en el primer cajón de mi mesita de noche el papel, nunca se sabe. Me tumbo en la cama y cierro los ojos, hasta que me quedo dormida.

—¡Anne! —Un grito ensordecedor me tapona los oídos. Soy zarandeada por unos brazos fuertes pero manos pequeñas.

—¿¡Qué mierda te pasa!? —Digo muy cabreada sin abrir los ojos.

—¡Tenemos que ir a comprar! —Reconozco la voz chillona de Lucy.

—¡Genial! ¡Id, pero dejadme en paz de una puta vez! —Me recuesto en la cama dándome la vuelta.

—¡No, no, no! —Me coje de nuevo.— ¡Tú no te libras de esta! ¡Ponte los zapatos que salimos en cinco minutos! —Escucho como sale de la habitación. Aliviada, vuelvo a cerrar los ojos.— ¡Qué te levantes ya! —Vuelve a entrar en mi habitación. Es peor que mi madre.

Me levanto y me pongo los zapatos. Entro en el cuarto de baño para lavarme los dientes y peinarme. ¿Cuánto tiempo he dormido? Me ha dado tiempo a despeinarme y todo.

—¡Anne! —Me vuelve a regañar.— ¿Quieres darte prisa?

—¡Hago todo lo que puedo! —Digo peinándome a una velocidad nunca antes vista ni experimentada por mí.

Cuando estoy medianamente presentable, salgo del cuarto de baño y me reuno con las demás en el descansillo. Ruth cierra la puerta con llave. Decidimos tomar el transporte público, también llamado autobús. En unos 10 minutos estamos en un supermercado cualquiera comprando.

—Coje dos barras de pan, Gemma. —Dice Ruth arrastrando el carrito por el pasillo de las conservas.

—Sólo falta coger... —Dice Lucy mirando un papel cuadriculado.— Queso, azúcar, pizzas, aceite y leche. —Se acaricia la barbilla y levanta la vista para buscar Dios sabe qué o quién.— Anne.

—Dime. —Digo guardando mi móvil en el bolsillo trasero de mi pantalón.

—¿Podrías ir a buscar las pizzas?

—Claro, ¿cuántas?

—Coge dos. —Me contesta Lucy.

—Coge una de barbacoa, por favor.

Una vez escuchadas todas las sugerencias de mis amigas sobre qué cantidad y qué tipo de pizza escoger, me pierdo entre los largos e inmensos pasillos. Llego hasta los frigoríficos grandes donde se guardan todos todo tipo de embutidos y ¡pizzas! Me acerco a los estantes y cojo dos pizzas: una de barbacoa y otra de cuatro quesos. Cuando estoy andando de camino al pasillo donde están las demás siento como alguien golpea mi espalda, llamándome. Me giro para ver quien me reclama.

—Anne, ¿eres tú? —Dice una mujer de unos cuarenta años.

—Sí, la misma... pero lo siento, no sé quien es usted.

—Soy Emily, la madre de Marie. Y no me llames de usted, por favor. —¿Marie? ¿Quién es Marie?

—Perdón, pero creo que te has equivocado, yo no conozco a ninguna Marie.

El Susurro de AnneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora