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Desearía poder culpar al trabajo de medio tiempo y a la orden de una hamburguesa doble con un jugo de manzana para la mesa siete, o tal vez darle ese peso a Min por faltar aquel día y obligarme a ser su suplente.
O solo al bendito despertador.
De haber estado configurado a la hora que le correspondía marcar, habría llegado a la hora que debía. No tendría que haber tomado ese puesto y se lo hubiesen dado a alguien más.
O a mí, por olvidarme de configurarlo.
Incluso, podría culpar al vendedor o al fabricante de estos... aparatos.
Una culpa que es sencillamente complicada de asumir: conocerte.
Sí; conocerte fue la mejor manera de condenarme al ofrecerte el timón de mi barco —aunque enamorarme fue la peor forma de hundirlo hasta hacerse uno con el mar—.
Sin embargo, lo cometería una y otra vez sin importar qué.
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