VII

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—¡¿TREINTA DÍAS?! — Aren chilló.

Habían vuelto a la casa de los Murray, Otto estaba preparando todo para empezar con la formación de los hermanos. Cada día contaba.

—En treinta días no logré ni siquiera encontrar mis calcetines en mi cuarto— agregó el mayor desconsolado.

—Calma Aren, no tienen que temer. Si realmente ustedes son los elegidos podrán completar las Pruebas de la Valentía. Una persona común no podría lograrlo, pero ustedes llevan dentro el espíritu de unos grandes guerreros— Otto posó su mano en el pecho del muchacho, quien escuchó con atención —Treinta días para los Hermanos del Fuego son más que suficientes.

A pesar de confiar plenamente en sus instintos, los nervios los consumían. No podían negarlo. Querían creer que ellos tenían algo que ver con toda esta profecía. Luego de lo que sucedió en la universidad, sentían que había una conexión con este lugar.

Rudolf les había enviado unos conjuntos especiales para el combate. Consistían en ropa más cómoda como camisas, pantalones, botas con buen agarre y por supuesto las armaduras necesarias. Todo en tonos de turquesas y grises oscuros.

Otto los reunió en la parte trasera de su casa, donde generalmente sus hijos entrenaban. El campo que se extendía allí era inmenso así que contaban con el espacio necesario para practicar y luchar. Los hizo formar una fila horizontal delante de él.

—Lección número uno— Otto les lanzó a cada uno de los hermanos una espada —Deben fundirse con su arma.

Ivar intentó atrapar la suya pero era demasiado pesada y grande, así que Otto le entregó una daga. Resultó ser el tamaño perfecto para el chiquitín.

—¡Uno, dos...! — Jensen les mostraba los movimientos básicos para atacar, y ellos cinco lo imitaban.

—Esta cosa es muy pesada, no creo que pueda— exclamó Erika con esfuerzo, dejando caer la hoja metálica al suelo.

—Claro que puedes hija, solo es cuestión de usar el peso de la espada a tu favor— respondió Otto, dándole impulso para seguir.

"Usar el peso de la espada a mi favor..." repitió Erika en su mente. Cerró los ojos, mentalizándose, y pudo jurar sentir que reunía una gran fuerza interior. Abrió los ojos, con el ceño fruncido en decisión e imitó los movimientos de Jensen casi a la perfección. Balanceaba la espada de un lado al otro, giraba sobre su eje, daba vueltas sintiendo como el peso del metal se distribuía a lo largo de todo su cuerpo. Logrando manejar el arma como ella quiera. Se sentía como otra persona.

—¡Así se hace!— festejó Otto.

—Wow, eso fue más fácil de lo que creía.

—Lo llevas en la sangre, guerrera— dijo Jensen seguido de un guiño.

Los Hermanos del FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora