Leila Y Carsan

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En su interior sabía que era lo correcto, pero era allí mismo donde también le dolía.         Su corazón palpitaba más fuertemente que al nacer y más de lo que le palpitaría en sus últimos instantes de vida. Su garganta estaba reseca y su mente mareada. Las lágrimas caían sin cesar de sus ojos sobre sus sucias ropas.

Había intentado detener aquello toda su vida, había sido su misión y el sueño de incontables humanos ya fallecidos, y hubiera sido el deseo de todas las personas que ahora ya no podrían nacer.

Todo se derrumbaba a su alrededor, y cuando supo que la última chispa se había apagado para siempre, sintió un gran alivio, y en su pecho un peso helado que lo sofocaría por el resto de sus días.





El hombre con la chaqueta larga y oscura ingresó en el establecimiento, cuyas puertas de vidrio oscuro y blindado no lograban contener el bullicio del interior. El guardia no lo había revisado, su escáner corporal de mano había fallado y su gordura le provocaba tal pereza, que a aquel hombre le había bastado con darle una tarjeta de pago con cien mil bits para que, bajando el rostro, le dejara el paso libre.

Al entrar lo primero que hizo fue detenerse y mover la cabeza a todas partes ¿Cómo la encontraría en un lugar como aquel? Pese a todo, estaba esperanzado, su rango de búsqueda se había reducido, durante años había tenido que buscarla en dos planetas, pero ahora sabía que ella se encontraba allí, y en cuanto la viera quizás podría volver a sentir lo que era un poco de felicidad, antes de desatar el infierno que su ira y su odio tanto deseaban.

El lugar era enorme, como cualquier prostíbulo diseñado para los hombres más ricos del sistema solar: un salón abovedado que se extendía tanto como dos canchas de futbol, con paredes oscuras y rojizas, un piso blanco y brillante, y un techo tan alto como una catedral, por que para muchos eso era precisamente ese sitio, un santuario del deseo, de la perversión y del placer, si es que podías pagar por las mejores chicas que se podían conseguir en la tierra y en Marte, y algunos incluso decían que eran más bellas de lo que habían sido las venusianas.

Seguía inspeccionando el lugar, intentando decidir por dónde comenzar su búsqueda. A su lado seguían ingresando pervertidos de altos ingresos.

Decenas de mesas estaban dispuestas por todas partes: la mayoría eran redondas y tan grandes que sobre cada una había una pequeña jaula redonda en la cual, si los clientes de la mesa pagaban por ello, podrían tener a una chica bailando para ellos toda la noche, derramando su sudor sobre ellos, recibiendo sus insultos, insinuaciones y ofertas, pero ellas, con sus uniformes apretados y una luz directamente sobre sus cabezas para que todo su cuerpo fuera más visible, rechazarían cualquier posibilidad de ser liberadas, de ser tomadas por esposas o incluso amantes. Ellas sabían que eso era imposible, no había forma de que alguien las pudiera sacar de allí, y cualquiera que se los dijera no era más un tonto o un desgraciado, como era la mayoría de los casos, pues les decían eso sólo para darles esperanza, intentar que les cobraran menos dinero o que el servicio les saliera gratis. Pero ya ninguna de las chicas caía en la trampa, eran esclavas y nunca habría libertad, únicamente más dueños.

El hombre de la capa oscura maldijo en su mente; durante los últimos diez años había entrado en innumerables burdeles y prostíbulos, pero aquel era el más oscuro que había visto, ya que las luces se concentraban en las mesas para que cada una tuviera algo más de privacidad, aunque esta no fuera más que una ilusión, ya que cerca siempre había otra mesa, con uno o dos degenerados masturbándose mientras la hermosa y triste mujer bailaba para ellos.

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⏰ Última actualización: Dec 06, 2021 ⏰

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