32. LA CURIOSIDAD MATÓ AL JUAN

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FRIDA

¡Vete, Ele! ¡Vete, por favor! ¡Juan está aquí, ya metió el carro!

Texteo desesperada, casi a la velocidad de la luz.

Afortunadamente lo lee y se va. No quiero ni pensar en lo que hubiera pasado si Juan llega a darse cuenta.

Se ve raro. Si no supiera que no le gusta para nada el alcohol, diría que estaba borracho. Por otra parte, no sé qué hace Juan aquí tan temprano. Llegó directo a la cama y se acostó.

Me meto al baño y le mando varios mensajes, pero no me responde ninguno. Ahora estoy preocupada.

Borro todos los mensajes y salgo porque el niño despierta y me lo llevo del cuarto antes de que le haga ruido.

Juan se levanta y nos mira en la sala. Jugamos y Juanito sonríe en silencio, como si supiera que no debe hacer ruido. Él nos mira con desprecio y me quita al niño para cargarlo. Yo me aterro y supongo que se me nota. El niño voltea haciendo pucheros, buscando mis brazos.

Me devuelve al niño y sale a la calle. Ahora la verdadera paz se respira en esta casa.
Me siento culpable por creer que lo lastimaría, pero con él nunca se sabe.

Después de comer, el niño se queda dormido y yo junto con él.

ELEODORO

No tengo más remedio que regresar a casa. No sé en qué estaba pensando, soy un idiota. La puse en riesgo innecesariamente y nunca me habría perdonado si hubiera provocado un problema con ese animal.

No puedo depender solo de Nicolás. No quiero que se harte de mí, de mis estupideces y mis interminables problemas. Intento corresponder de alguna forma, pero siento que todo lo que hago resulta muy poco en comparación con lo que él me da.

¿Y si lo intento? Es decir, no puede ser tan difícil, pero... Yo quiero seguir teniéndolo cómo amigo, pero si no funciona, me quedaré solo otra vez. No me quiero quedar solo.

Está sonando mi teléfono. Es él.

—¡¿Dónde estás?!

Eso me sonó a reclamo.

—En mi casa.

—¡No seas mentiroso, Eleodoro! ¡Tengo quince minutos aquí afuera de tu departamento!

—Entonces ya voy llegando.

—¡Me tienes angustiado!

—Tranquilo, cómo escuchas, no me he pegado un tiro todavía.

—¡No digas eso ni de broma!

Estaciono el carro a un lado del suyo, aunque era el cajón de don Gregorio, pero él no maneja y nadie lo visita. Nicolás está ocupando el mío.

Al verme bajar, se paró junto al barandal. Me dio risa, porque se parecía a una foto que he visto miles de veces en internet. Con su carita de señor estirado. Subo rápido las escaleras para llegar pronto y abrirle.

—¿Puedo hablar con usted?

Me detiene. la casera antes de entrar.

—Sí, claro, dígame...

—Venga... Es respecto a ese señor que viene a visitarlo muy seguido.

—¿Nicolás? ¿Qué pasa con él?

—No, se trata de.... Lo que pasa es que cuando yo le renté el cuarto, no sabía que pensara traer gente aquí.

—Leí el contrato de arrendamiento y en ninguna parte decía que no podía tener invitados en mi casa.

—Invitados sí, pero no... Usted sabe. Este es un edificio decente.

—Defina «decente».

—Señor Sánchez, no quiero tener problemas con los otros inquilinos por sus conductas inapropiadas.

—¿Comer queso, beber té y conversar por horas, le parece muy inapropiado? Porque mi amigo y yo hacemos eso todo el tiempo. No sé usted qué se esté imaginando, pero aunque así fuera, ni usted ni nadie tiene derecho a meterse en lo que no le importa, señora.

—No sea grosero, Eleodoro.

—Ni siquiera he comenzado, Petra, pero le aseguro que cuándo lo haga, va a tener suficientes razones para echarme. Mientras tanto, que pase una buena noche. Con permiso.

—¡Vieja metiche!

Se escucha desde adentro del departamento de don Gregorio, antes de cerrar la puerta.

NICOLÁS

Ayudame, Señor, para no agarrarlo a besos ahorita que entre.

Allan y yo escuchamos todo detrás de la puerta. Así es señora. Esas cosas solo pasan en su imaginación porque, cómo él bien dijo, aquí solo comemos queso. Cantidades industriales de queso y té.  Qué diera yo por hacer las cosas «indecentes» en las que piensa, pero a veces hay que hacer sacrificios para tener algo realmente valioso. Y no hay nada más valioso para mí, que él.

Suelto al gato y éste huye hacia su trepadero para seguir juzgándonos desde ahí con más comodidad.

—¿Cómo estás? —pregunto en cuanto entra.

—Mejor. Pero por favor, no hablemos de eso.

—¿Qué te dijo esa mujer?

—Puras babosadas —se dejó caer en el sofá más grande y se recostó.

—Traje vino ¿Te gusta?

—No me gusta el alcohol. Pero supongo que va mejor con el queso que el té.

—¿Entonces te sirvo?

—Sí, por favor.

No quiero confundirme, pero a veces, Ele parece estar coqueteando conmigo. No sé cómo explicarlo, es algo en su mirada y su sonrisa.

JUAN

¿En serio, pinche Eleodoro joto? ¿Cambiaste a la Frida por un fulano?

Apenas si veo algo entre las cortinas, pero esperaré para ver quién es. Según Davina...

¡No, no puede ser...! ¡Ese...ese...ese desgraciado de Mendívil!

«Eleodoro está protegido por alguien muy poderoso. Poderoso y peligroso, Juan».

ELE (Versión Extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora