II • El Comienzo •

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Deslizó el lápiz sobre la hoja en blanco, sin un sentido en específico donde sólo garabateaba. El silencio de la biblioteca del castillo lo hacía recordar fervientemente el delicado rostro de una chica al cual le adornaban un par de hermosos zafíros. Había dejado a un lado la tarea de Strange para concentrarse en un recuerdo que se mantenía vivo y que provocaba que sus latidos se aceleraran. Recordaba perfectamente las finas facciones de la chica: su mandíbula definida, sus labios rosados de un tamaño medio, sus largas pestañas negras y su suave cabello del mismo color. Para él, era perfecta.

—¡George! Termina esa tarea antes de que Stephen llegue— pidió Helmut mientras observaba la puerta, esperando que el consejero del rey no llegara en el peor de los momentos. El rubio alzó la mirada y suspiró con frustración— Estás muy extraño desde la celebración en Rumanía, ya han pasado tres meses desde que bailaste con la princesa. Supéralo.

—No puedo sacármela de la cabeza— admitió apoyando su cabeza contra el escritorio— Creo que sólo con un lavado de cerebro o volver a nacer podría olvidarla.

Zemo lo observó y rodó los ojos, el príncipe se estaba enamorando y rompía su propia promesa junto con ello. Quiso aprovecharse de la situación al haber ganado, pero su primo estaba bastante atormentado como para agregarle otro problema con el cual lidiar. Tenía una posible solución que podría tener el efecto deseado o empeorarlo.

—Escríbele una carta y no la envíes. Sería una forma de liberarte de esos pensamientos que te atormentan.

George lo vio no muy convencido, pero al final terminó por escribir rápidamente dejando que las palabras se impregnaran sobre el papel con demasiada fluidez. Le escribía todo aquello que podría decirle si la tuviera frente a él una vez más, aunque si eso fuera verdad, terminaría tartamudeando o se quedaría sin palabras. Escucharon pasos acercándose y George escondió la carta que terminó, para después guardarla entre otras hojas de papel, le arrebató la tarea a Zemo y fingió que terminó.

—¡Hey!— se quejó Helmut, con intentos fallidos por recuperar su tarea.

El consejero los encontró en medio de su conflicto y su mirada era seria, como ya era costumbre.

—No necesitaré preguntar y ya saben que la tarea de hoy se duplicará por este conflicto entre ambos.

Los dos asintieron, pero el primo del príncipe se contradijo al poco tiempo. Le arrebató la hoja a George y se aproximó a Stephen, con la finalidad de librarse de los deberes adicionales.

—Es justo que sólo él tenga ese castigo, porque yo sí la terminé— dijo mostrándole la hoja completamente arrugada y maltratada, pero la mirada de Strange no cambió.

—Le recuerdo, joven Zemo, que la presentación siempre dirá mucho de usted, sin importar cual sea el puesto que ocupe en un futuro. La perfección habla de su esmero— la cabeza de Helmut giró para ver al heredero al trono con enojo, obviamente se vengaría de ello y ya sabía cómo— Ahora vayan a cenar. Los están esperando.

George se dirigió antes a su habitación para dejar la carta bajo su almohada y después irse al gran comedor. Helmut se ocultó en uno de los pasillos y entró a la habitación de su primo, no fue difícil de deducir dónde la escondió. La tomó, la leyó con rapidez y la dobló para después sellar la carta dentro de un sobre. Caminó por varios pasillos y se la entregó al mensajero real.

—¿Cuál es el destino de la correspondencia?— preguntó el hombre mientras tomaba el sobre de papel y lo colocaba dentro de su bolso.

—Bucarest, Rumanía.

El mensajero asintió sin problemas antes de perderse en la oscuridad y frialdad de la noche donde el sonido del auto era cada vez menos perceptible. Con una sonrisa victoriosa, regresó al interior del castillo y revisaba cada pasillo para asegurarse de que nadie lo viera. Abrió las puertas que dirigían al gran comedor y las miradas cayeron sobre él.

LINAJE BARNESDonde viven las historias. Descúbrelo ahora