Recuerdos

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Un grito desgarrador.

En cuanto las manos de Light tocaron el cuaderno de muerte, no pudo hacer otra cosa que gritar con todas sus fuerzas mientras rememoraba cada momento, cada instante; todo lo que había vivido desde que se había convertido en el Dios del nuevo mundo.

El cuaderno

Shinigami

Ryuk

Rem

Misa Amane, el segundo Kira

Raye Penber, Naomi Misora

L.

L tiene que morir.

Aquel último recuerdo hizo que su grito se apagara abruptamente; y no solo eso, sino que también provocó que su cuerpo entero se paralizara. Fue la voz de Ryuzaki la que, de forma repentina, lo devolvió a la realidad del helicóptero donde se encontraban.

"Light-kun... ¿Te encuentras bien? Cualquiera se asustaría al ver a ese monstruo..."

El detective observaba con preocupación a Light, que continuaba petrificado, con la expresión desencajada.

Calma. Sé lo que tengo que hacer. 

Tendré más tiempo para pensar en todo esto después.

Le llevó unos segundos volver en sí mismo. Cuando por fin lo consiguió, se dirigió a L con toda la calma que le fue posible.

"Lo primero será cotejar los nombres aquí escritos con los de las víctimas, ¿no crees, Ryuzaki?"

"¿Eh...? Sí, bueno... Tienes razón."

Evitando establecer contacto visual con L, Light fijó su vista en la pantalla de su ordenador e introdujo al azar algunos de los nombres apuntados en el cuaderno. Ambos se sumergieron en un silencio prolongado e incómodo, tan solo roto por las voces alteradas de los policías, que en ese momento estaban deteniendo a Kyosuke Higuchi.

He ganado.

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Se podía decir que el plan maestro de Light había salido a la perfección. No solo había recuperado todos sus recuerdos relacionados con el cuaderno de muerte, sino que también había conseguido eliminar a Higuchi y, con él, la única posibilidad de ser descubierto por L. La victoria estaba muy cerca; tanto, que ya podía rozarla con la punta de los dedos.

Sin embargo, había algo que con lo que Light Yagami no había contado en absoluto; algo que jamás habría podido predecir, ni aún con su brillante inteligencia.

El hombre al que tenía que matar, aquel que consideraba su principal amenaza, era el mismo con el que se había obsesionado.

A pesar de sus sentimientos, Light sabía bien lo que tenía que hacer. Él aspiraba a ser nada más y nada menos que el Mesías del nuevo mundo, el elegido que transformaría radicalmente la sociedad corrupta en la que vivían, salvando únicamente a aquellas personas que considerase buenas y justas. Bajo ningún concepto iba a permitir que sus absurdas emociones entorpecieran la importante misión que tenía entre manos.

Aquel mismo día, Ryuzaki había decidido soltar a Light. Sin duda, pensó el castaño, su liberación le parecía una bonita metáfora de lo que estaba por suceder. El detective sabía mejor que nadie que él era Kira y, aun así, lo estaba dejando ir, consciente de su incapacidad de demostrarlo.

Sí, estaba claro. L había perdido, y lo sabía. Sabía que tenía las horas contadas.

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"Light-kun. A pesar de que por fin has sido liberado, apenas sales del cuartel. Cuando viene Amane, te limitas a hablar con ella durante unos minutos en la entrada, sin ni siquiera sentaros... Ya no hay ninguna traba en vuestro amor, sois libres."

L le hablaba pausadamente desde su silla, sin mirarlo; tenía los ojos fijos en una enorme taza de café, a la que había añadido con anterioridad cantidades ingentes de azúcar.

"¿Qué dices, Ryuzaki?", soltó el castaño, con aparente molestia. "El caso Kira todavía no está resuelto. No estoy de humor para amoríos..."

Desde que Light había recuperado los recuerdos días antes, parecía que un muro infranqueable se había levantado entre los dos. Apenas hablaban, ni siquiera se miraban; era casi como si no se conocieran de nada. Mejor así, pensó Light; de esa manera, no tendría que lidiar con estúpidos sentimientos interponiéndose en su camino a la gloria.

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Cuando por fin terminó el día, Light se dirigió a su habitación a descansar.

Después de tanto tiempo, tener un cuarto para él solo se le hacía extraño; casi se podría decir que se había habituado a la continua presencia de Ryuzaki. A pesar de ello, sabía de sobra que el detective era extremadamente precavido; no le cabía duda de que había mandado instalar cámaras y micrófonos en la estancia, por lo que, muy probablemente, estaba siendo vigilado en ese mismo instante.

El castaño dejó escapar un profundo suspiro. Definitivamente, necesitaba dejar de pensar en Ryuzaki, y la mejor opción que se le ocurrió para ello fue darse un baño. En cuestión de pocos minutos, se quitó la ropa y llenó la bañera de agua bien caliente, a la que añadió sales de baño relajantes.

Ya dentro de la bañera, Light sintió cómo su cuerpo se destensaba poco a poco y se rendía a la placentera sensación del agua caliente acariciándole la piel. Con los ojos cerrados, trató de dejar la mente en blanco y se concentró en el agradable aroma que desprendían las sales de baño que había elegido. Sin embargo, como era de esperar, su atención no tardó en desviarse hacia lo último en lo que quería pensar en ese momento.

L.

Su cabeza lo llevó a percibir el característico olor de Ryuzaki, una mezcla perfecta entre ropa limpia, café recién hecho y dulces; a escuchar su voz, casi siempre grave y pausada, pero agitada y lasciva cuando le suplicaba más; a visualizar su cuerpo tembloroso, anhelando el placer, su espalda arqueándose con cada caricia; a imaginar su miembro, duro y erecto, esperándolo, llamándolo.

"Joder..."

Inconscientemente, se encontró rodeando su propio miembro con los dedos. Pensar en Ryuzaki lo había excitado tanto, que fue totalmente incapaz de frenarse. Lentamente, comenzó a mover su mano de arriba abajo, dejando escapar gemidos suaves que no tardaron en volverse más audibles y agitados. Light sabía que, muy probablemente, también habían instalado cámaras y micros en el cuarto de baño; sin embargo, todo eso le daba igual en ese momento.

"Ah... Ah... Te... ¿Te gusta, Ryuzaki? ¿Te... te gusta lo que... ves?"

Y así, sin necesitar nada más que el mero recuerdo de L, siguió tocándose frenéticamente hasta que se dejó ir en el agua.

Dos plantas más arriba, en la sala de vigilancia, Ryuzaki  también se masturbaba, entre jadeos entrecortados y sin apartar su mirada de la pantalla.

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