Buenas. Esta es mi primera historia Volkacio, y en un futuro Jake también. Las historias sobre hombres lobo siempre me han entretenido y últimamente no encuentro ninguna que me llame la atención. Así que decidí escribir yo una historia de mis parejas favoritas. El primer capítulo es cortito, intentaré que de ahora en adelante sean más largos. Ahora, comencemos esta aventura.
Era una noche fría de invierno en Los Santos. La luz de la luna llena iluminaba el bosque, dejando ver cómo corrían dos pequeños cachorros de lobo entre la espesura de la nieve con cierta dificultad. El que iba en cabeza tenía un pelaje de color moreno y unos ojos color azul oscuro, como el color del mar en una noche de luna llena. Era un poco más grande en cuanto a tamaño y se notaba que era el alfa de esta pequeña manada de dos. El que le seguía era un lobito de pelaje castaño y de ojos heterocromáticos, uno de ellos de color avellana y el otro de color verde, del mismo color verde intenso que adoptan las hojas cuando llueve. Este iba algo cojo en la pierna izquierda mientras un poco de su sangre manchaba la blanca nieve.
Siguieron corriendo un tiempo hasta encontrar una cueva. Nada más entrar, se derrumbaron y se volvieron a convertir en humanos. El lobito alfa se convirtió en un muchacho delgado, por falta de buena alimentación, de piel morena clara, pelo liso, de color moreno, corto y algo despeinado por la transformación. En su cuerpo desnudo mostraba algunas cicatrices en el cuerpo.
Su compañero, el lobito más pequeño, mostraba la misma delgadez debida también a la falta de una buena alimentación, tez morena, pelo algo ondulado de color castaño que le llegaba hasta los hombros, y mostraba varias cicatrices, muchas más que su compañero, siendo la más reciente la que se había hecho en el lateral izquierdo de la rodilla, de la cual salía sangre todavía.
—Horacio, ¿estás bien? Vete vistiéndote mientras hago fuego. En cuanto lo haga te curo la herida. —dijo el lobito alfa a su compañero mientras se ponía a ello.
—Lo siento Gustabo, tenía hambre y pensé que por una vez podría ser yo quien cazase para comer. No hace falta que me cures, puedo curarme yo solo, tú deberías de vestirte.— dijo Horacio mientras de acercaba al final de la pequeña cueva para irse vistiendo y no congelarse. Se puso unos calzoncillos azul claro, una camiseta de manga larga de color blanco, un jersey de punto de color beige y un abrigo de color canela.
—No seas tonto— dijo Gustabo consiguiendo por fin hacer fuego en la pequeña fogata que tenían —Además, no tardo nada— Se acercó a el pequeño y le miró la herida —Parece que te has cortado con algo— Acto seguido, le limpió la herida con alcohol y una gasa.
—Tsk— exclamó Horacio quejándose por la quemazón.
—Vamos Horacio, esto no es nada. ¿Qué hacemos con el dolor y los problemas?— le preguntó Gustabo mientras le vendaba la herida.
—¡Nos los comemos!—dijo exaltado.
A continuación, Horacio se puso sus pantalones negros, unos calcetines de perritos y unas botas negras con pelo para calentarse los pies. Gustabo aprovechó para vestirse a su vez. Se puso una camiseta blanca de manga larga, un jersey blanco con dibujos de castañas que Horacio había robado de una tienda como regalo de Navidad.
Nada más los dos vestirse, Gustabo cogió unos filetes de ternera que tenían guardados en una bolsa y unos pimientos, estos últimos se los dio a Horacio. —¿Podrías ir preparando los pimientos? Yo me encargaré de cocinar la carne—
—¿Estás seguro Gustabo? Estábamos guardando esta comida para cuando no tengamos alimento o para una ocasión especial—
—¿No te parece una ocasión especial el fin de año?—
—No sé... ¿Estás seguro?— dijo algo preocupado Horacio
— No te preocupes Horacio. Sonríe y come. Seguro que todo mejorará— le dijo Gustabo mientras le daba unas palmaditas en la espalda para animarlo.
—Si, tienes razón— dijo Horacio sonriendo —Autre temps, autres mœurs*— dijo utilizando el idioma de su madre, lo único que recordaba de ella.
Después de cenar, los dos niños se sentaron apoyando sus espaldas en una de las paredes de la cueva y arroparon con una manta, robado por Gustabo como regalo para Horacio, mientras miraban por la entrada de la cueva los fuegos artificiales anunciando el cambio de año.
—¿Crees que encontraremos algún día una manada que nos quiera de verdad acoger?— le preguntó Horacio mientras se arrimaba más a él para recibir más calor.
—Quién sabe. No podemos confiar en la gente, solo podemos confiar en nosotros— dijo con un tono de tristeza Gustabo. —Pero sería genial encontrar una familia. Solo sé, que siempre seremos hermanos y nunca nos separaremos— dijo abrazando con fuerza al pequeño.
Después de unos minutos, el más pequeño de los dos empezó a roncar levemente.
—No te preocupes Horacio, Pongo está aquí, y cumplirá con el trato— dijo Gustabo con una voz extraña mientras se disponía a dormir.
Lo que ellos no esperaban es que todo cambiaría en cuanto cumplieran los 18. Todo su mundo iba a cambiar, para bien y para mal.
*"Otros tiempos, otras costumbres" vendría a significar "Año nuevo, vida nueva". Es decir, empezar de cero.

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A la luz de la luna. 🐾 Volkacio 🐾
RomanceDos cachorros convertidos en hombres que no conocen el amor de una manada. Una manada de policías cuyo alfa los quiere como si fueran sus hijos. Y un hombre lobo ruso que no entiende sus sentimientos. Esto solo puede llevar a una cosa: a la locura.