Capítulo 8. El caso Harden

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Sobre la mesa del despacho, Ellery había distribuido los archivos del caso Harden según los sospechosos que habían sido investigados. En una esquina depositó la ficha del médico forense con las fotos del cadáver. 

De pie y con las manos tras la espalda, incapaz de concentrarse desde la anodina comodidad de la silla, examinó con detenimiento las fotos de la fallecida. Estrangulada con el collar de diamantes que su marido le había regalado en su aniversario de bodas, un feo y encarnado recordatorio grababa en su cuello la potencia asesina del asesino. Según los apuntes tomados por el experto forense, la musculatura esquelética presentaba signos de contracción, lo que situaba la hora del fallecimiento entre tres y seis horas previas a su hallazgo. Tomando en cuenta aquella observación, la policía estipulaba que el crimen podía haberse cometido en una franja horaria comprendida entre la una y las cuatro de la tarde.

El collar no se encontraba entre los objetos de la escena del crimen, única substracción del asesino. La policía barajó tres suposiciones a partir de aquel descubrimiento: que el collar resultara ser el objeto ambicionado por el asesino y que cometiera el crimen al ser descubierto por la fallecida en pleno acto; que el blanco estuviera puesto en la señora Harden y el asesino, al usar el colgante como arma, quisiera evitar huellas incriminatorias; o, vinculada a la anterior y sugiriendo una hipótesis de tintes más perversos, que se tratara de un premio con el que recordar el asesinato.

Con las tres teorías en mente, Ellery se embarcó en la lectura de los informes:

<<El primero en hallar el cadáver fue el propio James Harden, que contactó con la policía después del shock inicial. Lo encontraron sumido en un profundo llanto histérico junto al cadáver de su esposa, agarrando la mano fría e inerte de esta mientras articulaba sonidos incomprensibles. La siguiente en llegar al escenario del crimen fue su hija, Aylen. Impactada por la imagen que le daba la bienvenida al hogar familiar, se abrazó a su padre entre convulsivas lágrimas.

Ambos fueron trasladados a la comisaría al tiempo que la casa se colmaba de oficiales y peritos para iniciar la obtención de pruebas. A pesar de las horas de exploración en el domicilio y el entorno colindante, la búsqueda no fue fructífera. No se encontraron rastros de ventanas rotas, cerraduras truncadas o huellas dactilares ajenas a la familia o allegados.

Durante el interrogatorio a Harden salió a la luz el arma del crimen, el colgante de diamantes valorado en cinco millones de dólares. La policía esperaba que el ladrón visitara alguna casa de empeños que trabajara con objetos de precio similar para obtener dinero en efectivo. Se alertó a todos los prestamistas, en especial a aquellos de los que se conocían sus actividades a espaldas de la legalidad y que contaban con policías encubiertos, y se inspeccionaron en redadas todos los negocios de la ciudad.

Como más tarde se escuchó murmurar entre los agentes de la Comisaría 6, fue un fracaso apoteósico.

Con aquella deprimente falta de indicios, los inspectores a cargo del caso cambiaron de estrategia. Aprovechando que podían retener a Harden sin cargos durante veinticuatro horas, decidieron aislarle en la sala de interrogatorio. Buscaban que se desmoronara y confesara ser el causante del crimen. Pero para descontento de los inspectores, la insistencia de aquel hombre en su inocencia los llevó a la desesperación.

En una habitación aparte, Aylen corría la misma suerte que su padre. Declaró sobre la estrecha relación que mantenía con sus progenitores, a los que adoraba y cuyo apoyo continuo —en especial el procedente de las ganancias monetarias de la empresa de su padre—, le supuso el ingreso en la Universidad de Columbia donde cursaba Derecho. Vivía en la residencia universitaria, pues prefería disfrutar de cierta intimidad. Sin embargo, las visitas al hogar eran habituales; cenas, cumpleaños y festividades los reunían de nuevo. El día del crimen, Aylen justificó su presencia en la casa como una de las tantas sorpresas que hacía a su familia al finalizar las clases.

[4] Ellery Queen: Copias Casi PerfectasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora