3. Con la llegada del Invierno el Halcón Cae

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El chico estaba en la recepción de su pequeño local, esperando clientes, el invierno había llegado y era uno de los momentos con más y menos clientes a la vez, pues las personas pudientes solían ir mucho más seguido, pero quienes tenían cultivos o trabajos que necesitarán del calor debían recortar gastos, así que los inviernos para ellos no eran tan malos pero sin duda no tenían muchas ganancias.

El chico se encontraba en silencio mientras el calor del agua caliente se encargaba de mantener todo el ambiente de manera muy cálida, esta era una muy buena sensación.

Pasaban las horas allí y como no tenía mucho que hacer empezaba a limpiar. Mientras tanto sus padres se encontraban en la casa haciendo la resolución de los impuestos. Pero cada vez se hacían más dolorosos.

~¿¡Aumentó el impuesto a treinta monedas de oro grandes?! ¡El año pasado era de diez, es imposible de pagar!~ dijo el hombre revisando los papeles que habían llegado desde la capital, el aumento de los impuestos era inevitable pero que aumentara tres veces en solo un año era algo inaudito.

La pareja empezaba a observar las opciones que tenían para pagar, en sus ahorros deberían tener más o menos cincuenta monedas de oro pequeñas que era lo que habían ahorrado pensando que el impuesto era similar.

El sistema de monedas era el siguiente:
La moneda de cobre pequeña siendo la de menos valor.
Cinco monedas de cobre pequeña hacen una de cobre grande.
Cinco de cobre grande son una de plata pequeña.
Cinco monedas de plata pequeña eran una plata grande.
Cinco plata grande eran una oro pequeña
Cinco oro pequeña eran una oro grande
Y por último, 100 monedas de oro grande eran una de platino.

Solo una moneda de platino debería ser suficiente para comprar una mansión y sirvientes para morir sin problemas de vejez.

Y ahora la familia miraba sus problemas financieros que tenían impuestos casi sin sentido.

~Un oro grande por la compra de tierra, un oro grande por ser terrateniente, impuesto a la familia pequeña de un oro grande, impuesto por persona menor de 14 de un oro, impuesto de negocio de dos oro grande, impuesto por alquiler de hogares de dos oro grande, impuesto a familia extranjera de doce oro grande, impuesto a la empresa no contratista de diez oro~ El hombre no podía creerlo, el impuesto a la familia extranjera era por no haber nacido en la ciudad, lo que era casi un insulto para la cantidad de años que pasaron en ese pequeño pueblo.

Pero el hombre solo podía morderse la lengua, habían dos opciones, pagar y aguantar al próximo año, o no pagar y ser vendido como esclavo para pagar tu deuda, aunque teniendo en cuenta todo, no tenían muchas posibilidades de lograrlo.

El hombre dejó los papeles sobre la mesa mientras observaba a su mujer en silencio, era una fuerte impotencia la que sentía el hombre en ese momento, no sabía que hacer o cómo hacerlo, era imposible.

El terreno que tenían fácil valía unas cinco monedas de oro grande, si tenía suerte podía conseguir diez si era un mal regateador quien compraba, pero la casa en la que vivían no era totalmente suya, era de un señor feudal que al venderla se queda el territorio a cambio de que la familia genere dinero y pueda vivir en este, por lo que no podía vender la casa, pero si las aguas termales.

Aunque son las aguas termales lo más probable es que tampoco llegaran al siguiente año. El hombre miraba el calendario, en unos días llegaría el cobrador de impuestos, tendrían que tener más de doscientas personas al día, todos los días.

Esa noche el chico escuchó a su madre llorar en la otra habitación, e igual que siempre la conversación de estos, el chico sabía bien que lo querían, pero cuando hablaban de su antiguo hogar sonaban Yam felices y nostálgicos, se sentía culpable de quitarles eso, si solo sus ojos pudieran ser normales, si tan solo no hubiera sido tan mal afortunado de nacer con la única condición que no debía tener.

La ceguera que le había mostrado una manera distinta de vivir, forzó a sus padres a abandonar la suya y eso le rompía el corazón al chico.

Llegó el día y por suerte los padres tenían quince monedas de oro gracias a que alguien les había prestado, pero no alcanzaba, no podían correr pues si alguien no estaba presente durante la cobra de impuestos sería juzgado de traición y ejecutado con toda la familia.

-Veo que este año no les fue tan bien-Dijo el cobrador de impuestos que bajaba del caballo gigantesco, este mismo debía comer mejor que muchos de los del pueblo, el caballo tiraba de una carreta que llevaba ya a dos familias que no habían logrado pagar.

-Si nos fue bien, pero nos hubiera servido que nos dijeran cuánto era con más de tres días de anticipación~ Dijo mientras se ponía de rodillas el hombre, aún podía apelar pero las posibilidades de que sirviera eran casi nulas.

-Quince monedas, ¿solo tienes la mitad? Debes estar bromeando- Dijo acomodando la espada de su cintura, el cobrador era un guerrero fuerte, de aproximadamente 1,78 que iba con una gran armadura plateada, todo pues debía proteger el dinero que le pertenecía al señor de las tierras. Su cabeza cubierta por el casco que no dejaba que se viera, pero aún así podía sentirse la decepción en ese suspiro.

-Por favor, tenga piedad, hicimos lo que pudimos pero es imposible que unos baños consigan tanto dinero, es como pedirle al gallo que de huevos de oro- Dijo bajando la cabeza, esa era una expresión muy común que funcionaba de dos formas a la vez de manera chistosa.

El hombre soltó una risa mientras sacaba las llaves de la carreta.

-Sabes que no puedo tener excepciones, pero si puede cumplir con una parte, la mitad es bastante pero aún debo sacarte algo, el año que viene deberás pagar completo- Dijo mientras se acercaba al chico tomando su muñeca con fuerza. Esté aterrado solo se quedaba en silencio.

-¿¡Que haces?!-Dijo el hombre tratando de ponerse de pie pero en seguida volvió a su posición de rodillas al ver al hombre sujetar el mango de su espada.

-Tomo el dinero de otra manera, un esclavo puede valer hasta quince oro grande, aunque esté ciego diré que si puede valer algo, agradece que no los lleve a todos- Dijo abriendo la puerta de la carreta cubierta de barrotes de hierro y lanzando al chico al interior.

Este soltó un fuerte quejido al caer y sujetó los barrotes al instante acercándose a ver a sus padres, pero no podía, no los veía, solo podía escucharlos, no lo veía pero pudo sentir el corazón de su madre casi romperse mientras se levantaba, pero su marido le sujetó, sabía lo que pasaría si intentaba algo.

-Eso es, se inteligente, ahora tengo que seguir por otros lugares- Dijo mientras se volvía a subir a su caballo, los padres se acercaron un poco para ver a su hijo por lo que pensaron sería la última vez.

-Mamá... papá, ahora pueden volver a casa ¿verdad?- Dijo el chico y eso solo rompió el corazón de sus padres nuevamente, así descubrieron que todas las noches que se habían quejado de él, había escuchado.

El chico tenía una sonrisa escupida y lágrimas que caían por sus mejillas, que por última vez fueron limpiadas por su madre mientras la carreta avanzaba alejándose.

Esa noche, los tres lloraron por separado pero a la vez, sintiendo el dolor de sus contrarios el chico fue llevado como un esclavo, a un lugar totalmente desconocido.

El Ojo Ciego Del Halcón [En Pausa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora