Capítulo 8

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A todos nos ah pasado que queremos recordar momentos en el pasado donde nos sentimos bien, que nuestro entorno sabemos que esta tranquilo. Pero llega una cosa a estropear es momento de paz y es donde te das cuenta que tú realidad no es tan pacifica como la que quieres. Y decides tomar medidas, bueno eso es lo que me pasa a diario en casa. Mis padres están buscando un colegio para cambiarme ya que es "inaceptable" que estudie con mi primo, casi que se quedan conmigo estudiando para asegurarse que no voy a estar con él. 

Quien diría que las cosas terminarían o eso pensaba, ya que estamos en el ultimo semestre y mis notas no son las mejores para ser sincera es un milagro que no llamen a mis padres para decirles que soy incorregible. Pero bueno es algo que puedo cambiar pero me da mucha pereza para hacerlo, soy de las personas de 60 +, pero regresando a lo que decía. No era que no me importara el colegio "bueno realmente si no me importaba" pero ese no es el punto, el punto de todo esto me distraía saber que mi propio primo que se volvió mi mejor amigo nos iban a separa solo por una estupidez, de hace años y bueno las cosas en casa estaban más tensas de lo que imaginan.

Un día, cuando llegué a casa después de clases, encontré a mis padres discutiendo en el salón. No podía oír bien lo que decían, pero capté algunas palabras como "colegio", "primo" y "escándalo". Me quedé quieta en la puerta, sin saber si entrar o salir corriendo. De repente, mi padre se dio cuenta de mi presencia y me llamó con voz severa. 

Hija, tenemos que hablar contigo -dijo-. Ven aquí y siéntate.

Me acerqué con miedo y me senté en el sofá frente a ellos. Mi madre tenía una carpeta en las manos y una expresión de decepción en la cara.

Hemos recibido tu boletín de notas -empezó a decir-. Y no estamos nada contentos con tus resultados. Tienes varias materias pendientes y tu promedio es muy bajo. ¿Qué te pasa? ¿No te interesa tu futuro?

Claro que me interesa -mentí-. Es solo que... he tenido algunos problemas este semestre.

¿Qué problemas? -preguntó mi padre-. ¿Tiene algo que ver con tu primo?

Sentí un nudo en la garganta. Sabía que ese era el verdadero motivo de su enfado. Mi primo y yo habíamos sido inseparables desde pequeños, pero hace unos años tuvimos un incidente que cambió todo. Resulta que le hicimos una broma a alguien en una fiesta familiar y alguien nos vio y se lo contó a nuestros padres. Ellos se pusieron furiosos y nos prohibieron vernos o hablarnos nunca más. Dijeron que era una aberración y una vergüenza para la familia.

Pero nosotros no hicimos caso a su prohibición. Seguimos siendo amigos y cómplices, aunque en secreto. Nos veíamos en el colegio y nos escribíamos por el celular. Él era lo único bueno que tenía en mi vida y no estaba dispuesta a perderlo por un capricho de nuestros padres.

No tiene nada que ver con él -respondí-. Él es solo mi amigo.

No mientas -dijo mi madre-. Sabemos que sigues viéndolo a escondidas. Hemos revisado tu celular y hemos encontrado sus mensajes.

Me quedé helada. No podía creer que hubieran violado mi privacidad de esa manera.

¿Cómo se atreven? -exclamé-. Ese es mi celular personal. No tienen derecho a meterse en él.

Sí tenemos derecho -dijo mi padre-. Somos tus padres y estamos preocupados por ti. No queremos que sigas cometiendo errores con ese chico.

Él no es un error -protesté-. Es mi primo y lo quiero mucho.

Eso es lo que nos preocupa -dijo mi madre-. Que lo quieras demasiado, que tu futuro dependa de su amistad.

¿Y qué si fuera así? -desafié-. ¿Qué tiene de malo? 

Tiene todo de malo -dijo mi padre-. 

Me levanté del sofá indignada.

No voy a escuchar más tonterías -dije-. Ustedes no entienden nada dela felicidad. Solo les importa lo que digan los demás.

Cuidado con lo que dices -advirtió mi padre-. Estás hablando con tus padres y te mereces un castigo por tu insolencia.

Castíguenme si quieren -dije-. Pero no voy a cambiar de opinión.

Así que salí de la casa sin mirar atrás y me dirigí al parque donde solía encontrarme con mi primo. Él ya me estaba esperando en un banco, con una sonrisa en los labios.

Hola, perra -me saludó-. ¿Cómo te fue hoy?

Mal -le conté-. Mis padres descubrieron nuestros mensajes y se armaron un lío.

¿Qué? -se sorprendió-. ¿Cómo lo hicieron?

Revisaron mi celular sin permiso -le expliqué-. Son unos entrometidos.

Lo siento mucho -me dijo-. Deben estar muy enojados contigo.

Sí, lo están -admití-. Pero no me importa. No voy a dejar de verte por ellos.

Yo tampoco -me aseguró-. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida y no quiero perderte.

Nos abrazamos y nos molestamos un rato. Sentía que él era el único que me entendía y me quería de verdad. No me importaba lo que dijeran nuestros padres o el resto del mundo. Solo quería disfrutar un tiempo con él. Pero no sabíamos que alguien nos estaba observando desde lejos. Era mi padre, que me había seguido hasta el parque. Tenía una expresión de furia, y una pistola en la mano. Pero en vez de dispararnos me esperaba una gran sorpresa en casa, mi padre había empacado todas mis cosas y me llevo al aeropuerto con uno de sus gorilas para vigilarme que si llegara a New York con mi tío y primos. Cuando llegamos al aeropuerto, mi padre me entregó un pasaporte y un boleto de avión.

Te vas a New York con tu tío y tus primos -me dijo-. Allí te pondrán en cintura y te alejarán de ese chico.

¿Qué? -exclamé-. ¿Estás loco? No puedes hacerme esto.

Sí puedo -dijo-. Soy tu padre y tengo la autoridad sobre ti. Y no voy a permitir que sigas arruinando tu vida con ese tipo.

Él no es un tipo -protesté-. Es mi primo y mejor amigo.

No digas tonterías -dijo.

Me empujó hacia el mostrador de la aerolínea y me hizo facturar mi equipaje. Luego me llevó hasta la puerta de embarque, donde me esperaba uno de sus guardaespaldas.

Este es Juan -me presentó-. Él te acompañará hasta New York y se asegurará de que llegues sana y salva a casa de tu tío.

No necesito que nadie me acompañe -dije-. Soy mayor para viajar sola y puedo cuidarme sola.

No seas insolente -dijo mi padre-. Juan está aquí para protegerte y para evitar que hagas alguna tontería. Así que hazle caso y no le des problemas.

Me miró con severidad y luego se despidió con frialdad.

Adiós, hija -dijo-. Espero que recapacites y vuelvas a ser la niña buena que eras antes. Te quiero mucho, pero no puedo tolerar tu conducta.

Se dio media vuelta y se fue sin más. Me quedé paralizada, sin poder creer lo que estaba pasando. Juan me tomó del brazo y me condujo al avión. Yo solo podía pensar en una cosa: en mi primo.

CONTINUARA.....

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