Me encuentro en mi habitación nuevamente, con la carta de Christine en manos. No me decido a abrirla, porque no quiero llevarme otra sorpresa que tenga que lamentar. Estoy en mi cama y con el ordenador frente a mí. Eso nunca puede faltar. Mi madre se asoma en la puerta de la habitación:
—Susan, cariño.
La miro, frotando la parte de atrás de mi cuello—¿Pasa algo, mamá?
Mira a mí alrededor, estudiando cada parte de la habitación. Lo que me hace sentir nerviosa. Vuelve su mirada a mí—Sólo quiero que limpies tu habitación.
Asiento y ella se va. Me recuesto en la cama por un par de minutos, en posición fetal. Sólo reúno fuerzas para acomodar mi habitación, nada más. Me levanto y dejo la carta sobre mi cama. Comienzo a limpiar mi habitación que se ve aparentemente normal, pero que escudriñando en ella se nota la suciedad. Eso me hace pensar en las personas que se ven aparentemente normales—como Dylan y yo—pero que cuando vas más a fondo en ellas descubres muchas cosas sucias.
Como Dylan y yo…
Termino mi trabajo con la escoba en este lugar, meto todos los desperdicios en una bolsa de plástico. Me siento algo decepcionada mirando todas esas cosas que algún día yo quise guardar y ahora irán a la basura. Saco la bolsa de mi recamara y vuelvo a entrar, hay un reto en limpiar mi habitación.
Ahora me fijo en vaciar cajas llenas de papeles viejos; me acerco a mi estante de libros en donde hay un par de cajas grandes. Suspiro, jadeando de cansancio por el esfuerzo que conllevó haber estado limpiando mi cuarto, pero esto nunca se va a comparar con el cansancio de cuidar a la nena en casa de Dylan.
Nunca.
Aún cansada, pongo mis manos en la parte superior del estante y deslizo mis manos en dirección a una de las cajas, la halo hacia adelante para atraerla hacia mí. Es tan pesada que la sostengo inestablemente por un par de segundos en el aire; pero pierdo el equilibrio porque mis brazos se debilitan, y resbalo cayendo de pompis en el suelo.
¡BAM! ¡TRAK-PUM!
Es todo lo que puedo oír por el momento.
Me desplomo hacia atrás en el suelo con la caja, quedó sobre mis piernas, aplastándome—¡Auch, mala idea, mala idea!
Me levanto del suelo, adolorida.
Coloco la caja en la cama y la abro, está polvorienta y horrenda por dentro. Entrecierro mis ojos y alejo mis manos de ella esperando ver salir un insecto o un roedor, pero como jamás pasa comienzo a ojear lo que hay en ella. Encuentro muchas cosas que estuvieron allí desde que era niña: mis dibujos de preescolar, mi diploma de ascensión de grado. Muchas cartas a mis padres en su día y demás.
Encuentro dibujos y diplomas de mis hermanos mayores, Logan y Charlotte. Mirar esto es todo un recorrido por el pasado. Miro más al fondo y encuentro una pequeña nota que me habían escrito en quinto grado, la abro con una sonrisa, sé lo que es. Es la carta de un chico el cual estaba enamorado de mí, y del cual yo también estaba enamorada para ese tiempo, su nombre era Mathew.
Quizá todavía lo sea.
La nota decía algo como:
“Uh, hola Susan. Yo… sólo quería decirte lo mucho que te quiero y que eres muy especial para mí. La verdad, nunca conocí a nadie igual a ti. Eres una en un millón y no puedo negar lo que siento. Me gustas, Susy. Mucho. Espero que esta confesión no cambie las cosas, de verdad lo siento si lo hace. Pero igual, me gustarás siempre…
…Soy Mathew”
De verdad no puedo evitar dejar salir una sonrisa, me encanta la sensación que recuerdo para este momento. Mathew y yo estuvimos juntos hasta el quinto grado, sólo fuimos amigos, pero nada más. Bueno, él me gustaba y no puedo negarlo, y al parecer, él tampoco podía hacerlo. Lo cierto es que nos separamos por el cambio de escuela tan repentino. Perdí toda comunicación con él desde entonces, y jamás lo he vuelto a ver.
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Mi Perfecto Idiota.
Teen FictionSusan es completamente una "corazón de roca". Nada puede conmoverla o hacerla cambiar, sus bases están clavadas dentro de sí y ninguna persona la hará cambiar de opinión. Pero eso se pone a prueba cuando su mejor amigo Dylan, un chico con más aire e...