CAPÍTULO I.

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                                                           PRÓLOGO.

El caos es real.

A veces surge de forma involuntaria, de la mano de algún ser que no posee auto-control, y otras veces, es forjado.

Nuestra historia comienza muchos siglos atrás, cuando cuatro brujas elementales tuvieron la misma visión.

Fuego, Agua, Tierra y Aire se reunieron en lo más profundo del bosque pensando en una sola tarea: dejar que se cumpliera la profecía o impedirla.

Se posicionaron en forma de círculo, con Fuego y Agua cruzando miradas, así como lo hacían Tierra y Aire. Siendo esta última la primera en hablar:

- Debemos impedir que se cumpla esa profecía -

- No podemos – replicó Fuego.

- Por  esta vez estoy con Aire, Fuego. No podemos dejar que se cumpla. Ya has visto lo que pasará, morirán si no hacemos algo – Agua consideró la opción de acercarse a la de ojos rojos, pero sabía  que no debían romper el círculo o las consecuencias serían graves.    

- Mirad, se que estáis asustadas, todas lo estamos, pero no se puede impedir una profecía así porque sí. Ya lo sabéis. Siempre hay un precio  que pagar y a veces es incluso peor que dejar que se cumpla – razonó Fuego. Todas miraron a Tierra, a la espera de su opinión.

- Fuego tiene razón - Agua y Tierra resoplaron. - considero que deberíamos preguntarle a la Anciana qué debemos hacer – las demás, incluida Fuego, replicaron pero no tuvieron más opción que aceptar rodando los ojos.

La hoguera frente a ellas crispó cuando hicieron uso de su magia. Fuego y Agua cruzaron miradas, rojo escarlata contra azul eléctrico, sintiendo escalofríos en cada fibra de su cuerpo mientras que Tierra sacaba la Daga para empezar a preparar el ritual.

- Madre  de todas y de ninguna – empezó haciéndose un corte en la palma  de la mano izquierda para dejar que su sangre, y su poder, inundara el fuego frente a ellas. Le pasó la Daga a Agua.    

- Recurrimos  a ti como nuestra única y real esperanza – continuó repitiendo el proceso y entregándole la Daga a Aire.

- Para que nos alumbres con tu interminable sabiduría -    

- Y nos enseñes el camino correcto con tu deslumbrante luz – la pelirroja arrojó la Daga al fuego haciendo que se estremeciera.

- Anciana, madre y señora, ayúdanos con lo que lidiamos y demuéstranos que nos equivocamos. No nos dejes cometer un error que carguemos con dolor hasta el fin de los días. Anciana, madre y señora, imploramos de tu inteligencia y amor para arrojar luz a nuestros dilemas. Anciana, madre y señora, nuestros poderes te debemos y por eso te obedeceremos. Anciana, aparece – terminaron todas a la vez, con sus manos unidas y sus ojos brillando, cantándole a la luz de la luna, a la espera de una respuesta.    

La Anciana apareció, pero de Anciana no tenía nada. Su largo y oscuro pelo le llegaba hasta la mitad de la espalda y sus ojos, de un color púrpura brillante, parecían sacados de algún cuento de hadas tan antiguo como las estrellas mismas.

Miró a las cuatro chicas a su alrededor y extendió ambas manos hacía ellas. Las féminas revivieron la visión, solo que está vez lo hicieron unidas para que la Anciana frente a ellas supiera a lo que se enfrentaban, cuando terminó, las miró y dijo:

- Hijas mías, lo que se avecina es tan peligroso como necesario. No hay manera de detenerlo y no debéis ni pensarlo. La oscuridad vendrá y, con ella, tanto mal que es casi imposible imaginarlo -

𝑺𝒆𝒓𝒆𝒏𝒅𝒊𝒑𝒊𝒂 ~ Donde viven las historias. Descúbrelo ahora