Un efecto óptico, el reflejo ambarino que reluce atrapado en la botella. Centellea en la oscuridad el cristal que la luz detona; una criatura misteriosa, inerte, suspendida en el fondo da sabor y enigma al líquido traslucido por el que se desliza al vaivén del movimiento que mi curiosidad inquieta examina, que sigue a cada movimiento de cerca.
Inmóvil y erguida la botella espera y reposa, así ha sido desde que salió de Oaxaca, taciturna aguarda sobre el estante en un lugar apartado y lóbrego del pequeño supermercado del barrio.
Las botellas silenciosas se hacen compañía unas a otras. Esos solían ser pasajes secretos a la ensoñación, a las recreaciones de la imaginación fértil de unos niños. El misterio que encierra la vida envasado en una botella y que agita la imaginación dormida. Solía ser materia de la que se componen las pequeñas historias que dan sabor a la vida, tal como el gusano; que se reconstruyen de adultos con la memoria y que examinadas bajo la luz del tiempo carecen de significado mágico y de poesía.
Sí, lo sé, fue sólo una bebida, una embriagante, una de esas que en grandes cantidades atrae las penas o las alegrías. Y el pequeño fardo rojo atado a un costado de la boquilla, era sal de gusano, habitante natural del maguey, y que espolvoreado sobre la pálida criatura congelada en el tiempo es todo un manjar. Esta peculiar compañía proporciona encanto y embrujo al desolado pasillo sombrío de la vinatería; hogar del pecado, a donde se asiste y se observa con singular complacencia el líquido en cristal contenido que es néctar de la hechicería, de los fantasmas que traen consigo la serenidad del olvido, la reflexión o la victoria sobre la mojigatería y que, con unos buenos tragos a cuestas sirve hasta para olvidar la carencia.
El mezcal es la bebida que controla la memoria, que afloja la angostura, espanta la rigidez y proporciona a la garganta tibieza, es el ardor que acompaña un buen guiso con un buen fajo de tortillas de las de a deberás. Los recuerdos que despierta, hilos son de una enmarañada madeja que susurran viejos sucesos de la niñez empolvados, impregnados de nostalgia, aquellos días mágicos de aventura y ensoñación en el pasillo desierto de una vinatería que provocaba evocar historias de terror y brujería que nos llenaban de emoción. Poco queda del pequeño super y sus botellas a media luz para la conservación y para la privada complacencia, muy parecido al pasillo desolado de las películas prohibidas del entonces video club.
Era solo una botella común, ahora lo sé. Era solo una bebida embriagante y no un hechizo para la mala suerte mía, en esa vinatería, no había tal botella llena de misterio y magia que aquella de mezcal derecha de gusano de maguey a la que mis amigos y yo, al final de la procesión veía.