34. SIN ALMA

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ELEODORO

—Hola, Davina ¿Podemos hablar?

—¿Qué quieres, Ele?

—Hablar, ya te dije.

—¡No, y aléjate de mí o grito! ¡Auxilio! ¡Ayúdenme!

Estoy haciendo acopio de toda mi paciencia, pero esto no va muy bien. Yo no quería, Davina, pero me estás obligando a ser poco amable contigo.

Respiro hondo, no puedo hacerlo de otra manera pues la irá me está dominando ¿Puedes verlo, verdad? Mi amargura reflejada en el rostro...

La azoto contra uno de los pilares para golpearle la cabeza, pero al parecer, no fue lo suficientemente fuerte.

—¡Cállate! —le ordeno al escucharla chillar— ¡No debiste, Davina!

En este punto ya está llorando sin parar, rogando qué la deje ir, pero más que conmoverme, me enfurece más a cada segundo.

—Yo te amaba cómo nadie volverá a hacerlo jamás... ¡Pero me traicionaste! ¡Y no puedo permitir qué lo que hiciste, se quede sin castigo!

Le estrello la nuca contra el pilar de concreto de nuevo. Algo dentro de su cabeza truena y ahora está desmayada. O muerta, no lo sé, realmente ya no me importa, pero no la puedo dejar aquí tirada. Es una suerte que mi carro esté justo a mi lado, por lo que en éste momento, me alegro de no estar en el cajón al lado del suyo. Bastó con abrir la cajuela y echarla dentro.

El error que cometen muchos, tanto en la realidad como en la televisión y el cine, es permitir que el miedo se apodere de ellos . El miedo es tonto y no permite pensar fríamente las cosas, los pasos a seguir.

Salgo muy tranquilo del estacionamiento, como lo hago diario. Incluso saludo al guardia de la caseta, permitiendo que el destino se haga cargo a partir de ahora. Si vieron o escucharon algo y llamaron a la policía, pues iría a la cárcel, fin de la historia. Si no, sigamos con el plan.

Es gracioso como suelo ponerme ansioso por tonterías, por nada, pero ahora que tengo un posible cadáver en la cajuela, me siento tan tranquilo.

Tal vez debí dejar que el mal se apoderará de mí mucho antes para poder vivir mejor. Porque el mundo debe admitirlo, a los malos les va excelente. Rara vez les ocurren desgracias, más bien son quienes las provocan, pasan por encima de todos sin ningún remordimiento y son felices comiendo perdices. En mi vida he visto una de esas cosas, pero supongo que deben estar buenas.

Pensaba llevar a Davina a nuestro lugar especial, pero creo que me desviaré un poco. Debo asegurarme de que se sienta cómoda.

DAVINA

¡Dios mío! ¡Va a matarme! ¡Estoy atada! ¡No pudo moverme, no puedo gritar! ¡Lo va a hacer! ¡Este lugar es demasiado pequeño, no me puedo ni estirar! ¡Lo hice por tu bien, estúpido! ¡Fue por ti!
¡No, me encerró otra vez! Voy a ahogarme aquí... Voy...

ELEODORO

Subiré un momento a mi casa, necesito qué me vean por aquí.

—Don Gregorio, buenas tardes —saludo al vecino qué asoma la cabeza por la puerta. Un vecino qué ni siquiera estoy seguro de que exista, pero antes loco qué mal educado.

—¿Hace frío o soy yo?

—Sí, hace frío —respondo al mismo tiempo que abro mi puerta.

—Ya era hora, ya duró mucho el calor este año —dijo y se metió a su departamento.

Saludo a Allan con un beso en la frente y antes de recostarme un rato, alguien toca a mí puerta.

—Ele...

Me levanto para abrir un tanto fastidiado.

—Frida, pasa.

Me aparta un mechón de la cara, dejando la mano sobre mi cabeza por un momento y luego entra. No es un buen momento. No me siento estable, ni bien. No quiero hacerle daño, a ella no. Tampoco quiero que me saque el demonio todavía, tengo cosas por hacer y lo necesito. Necesito mi dolor, necesito mi rabia.

—No pensaba volver nunca por aquí. Pero no quería que todo terminara así.

—No tiene por que terminar —digo con sinceridad.

—Estuve pensando en lo que dijiste el otro día. No quiero que mates a nadie por mí, Ele. Y tampoco creo que seas capaz. Más bien me gustaría ser alguien más especial para ti.

—Lo eres.

—Tengo demasiada competencia. No soy tu amiga, porque ya tienes uno. No me amas, porque amas a otra. Solo soy alguien con quién te quitas las ganas de vez en cuando.

—¿En serio? ¿Tan celosa estás? Se puede tener más de un amigo, Frida y después de lo que hizo, te juro que todo el amor qué llegué a tenerle a Davina alguna vez, se acabó.

—Pero eso no quiere decir que me quieras a mí.

—¿No? ¿No te lo he demostrado? ¿Qué tengo qué hacer para convencerte?

—No me hagas caso, estoy muy sensible hoy.

—Se nota.

—Solo quiero sentirme querida.

—Dime cómo y yo hago lo que tú quieras.

FRIDA

¿Qué te pasa, Ele? ¿Qué te han hecho? No eres el mismo de siempre. Pareces el mismo, pero hay algo en ti que no concuerda.

Nunca me sentí en peligro a tu lado y ahora tu mirada, no es la misma mirada tierna de siempre. Es como si no estuvieras aquí realmente, cómo si fueras otro.

No cambies, no permitas que esa mujer te apague. Yo quiero a mi Ele.

—Creo que mejor me voy —anuncio.

—¿Por qué?

—Debes estar cansado y yo aquí, molestando ¿Nos vemos después?

—Si eso quieres...

—Entonces nos vemos otro día.

Tu mirada me da escalofríos, mi instinto dice que tengo que salir de aquí. No me gusta esta versión tuya.

ELEODORO

Fue una buena decisión, Frida. Otro día será mejor. No quiero exponerte. Tengo cosas importantes que hacer.

DAVINA

Creí que había muerto. Este lugar es horrible, huele asqueroso. Me ató a un mesabanco sin paleta, pero no sé dónde está, no lo veo por ningún lado.

—Hola, Davina ¿Te sientes bien?

Escucho su voz y trato de enfocar. Me duele mucho la cabeza ¡¿Qué es eso?!

—Siempre quise una cita contigo. Espero estar bien vestido para la ocasión. No me gustaría estar mal presentado en la alfombra roja.

Me quita el tape gris de la boca y aprovecho para gritar, gritar mucho, hasta que casi quedo afónica, pero él ni se inmuta. Solo se sienta frente a mí para verme por largo rato, totalmente inexpresivo. Cómo si no tuviera alma ya.

ELE (Versión Extendida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora