Capítulo XLVI

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Aiden

El cementerio de Sylver Valley, que se encontraba en las afueras de la parte este de la ciudad, estaba desierto en ese día de enero, probablemente por la lluvia de invierno, pero ni un huracán detendría a Ashley de visitar a su madre en lo que habría sido su cumpleaños número 42.

Me mantuve a una distancia prudente mientras ella murmuraba una oración católica, arrodillada en el pasto mojado por el rocío junto a la tumba de su madre, manchando sus pantalones blancos.

Siempre era difícil acompañar a Ashley a visitar a su madre, sobre todo porque la había perdido cuando era apenas una niña que comenzaba a conocer el mundo y se daba cuenta del valor que tenía una madre, pero no fue solo la muerte de Christine Rhodes lo que acabó con una vida mayormente tranquila y normal: fueron las circunstancias de su muerte y todo lo que acarreó después para su padre y para ella, y en los ojos de Ashley solo había un culpable, y ese culpable tenía nombre y apellido.

Elton King.

La historia era mayormente trágica. La ciudad tenía un muy buen programa para el tratamiento de cáncer gracias a las gestiones de un alcalde que gobernó hace más de quince años. La familia de Ashley nunca fue de dinero, y pagar el tratamiento de su cáncer de páncreas habría sido imposible sin la ayuda del programa de la ciudad, hasta que sin previo aviso, Elton King decidió que la ciudad no tenía suficiente dinero para financiar el tratamiento de cáncer de su madre. Fueron meses largos de peleas con abogados, en los que el alcalde siempre tuvo las de ganar. Los Rhodes se esforzaron, pero al final perdieron, y sin el dinero para atender a la señora Rhodes en un centro especializado, los esfuerzos de los hospitales fueron inservibles para frenar el cáncer, sobre todo porque no tenían ni los especialistas ni los métodos de las clínicas especializadas para parar un cáncer tan agresivo. En un principio, los doctores le habían dicho que tenía suerte: era muy difícil encontrar el cáncer de páncreas antes de que fuera muy tarde y casi siempre se detectaba por accidente. Ella fue uno de esos casos, pero luego... bueno, las cosas se dieron de la peor manera posible.

Ashley más que nadie tenía una razón para sostener rencor en contra del lado norte. La razón por la que al alcalde no le interesó dejar a una familia sin dinero para pagar el tratamiento del cáncer fue por la mera razón de que sus jugosos seguros médicos y las fortunas en sus bancos jamás los dejarían a la deriva si vivieran un caso similar. La gente rica del norte no necesita ayudas estatales en caso de enfermedades graves, y pocos han desarrollado la habilidad de sentir empatía por aquellos que tienen menos. A esta altura, no tenía idea de si era algo exclusivo de esta ciudad, o era así en la mayoría del país, o del mundo.

Ashley no solía mencionar lo que el alcalde hizo. Le dolía más de lo que le gustaba demostrar, pero siempre lo veía en sus ojos cuando era mencionado en alguna conversación, o estaba en el evento de caridad de turno, incluso lo veía cuando miraba a Alex; después de todo, era su hija. Quizá esa era también la razón por la que le costaba aceptar que Katherine le gustaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.

—Ya puse las flores —me dijo Ash, sacándome de mis pensamientos. Sus ojos estaban rojos y su boca fruncida, como si estuviera tratando de no llorar—. ¿Nos vamos?

—Vamos —le di una sonrisa que esperaba la reconfortara un poco y pasé mi brazo alrededor de sus hombros mientras caminábamos de vuelta al auto de papá—. ¿Cómo te sientes?

—Extraña —frunció un poco el ceño—. Cada año que pasa, parece que solo puedo concentrarme en las cosas que mamá no alcanzó a ver.

Estaba seguro de que la razón por la que Ash no conseguía encontrar paz con la muerte de su madre era por culpa de su padre, que le había heredado sus problemas y sus responsabilidades para poder perderse en el alcohol y las apuestas sin sentido.

—Está bien, todo a su tiempo.

—¿Cómo te sientes para el partido de hoy? —preguntó, probablemente para cambiar de tema.

—Preparado —le doy una sonrisa—, como siempre.

—Engreído —rodó los ojos—. De todas formas, quiero ver cómo le patean el trasero a esos incluso más engreídos idiotas de Vanglens Valley.

—Probablemente... probablemente Alexandra esté ahí —sentí la necesidad de decirle, porque ya me sentía lo suficientemente culpable. Ashley sería la última persona en darme la lata si supiera mis elecciones de vida, pero definitivamente Alex era una historia diferente, sobre todo en este día.

—¿Qué pasa con esa chica? ¿Te está acosando o qué? —rodó los ojos.

—Entrena ahí. Animación competitiva. Mencionó que probablemente iría al partido con otras chicas que son de la ciudad y siguen al equipo de Vanglens Valley.

—Mira, está bien, no tengo mayor problema con Alexandra a parte de que irrita todo mi sistema nervioso por mil razones distintas.

—Solo pensé que debería decírtelo, considerando que hoy es el cumpleaños de tu madre, y su conexión con el alcalde.

Ashley empalideció un poco más.

—No te preocupes, mientras no la vea a menos de diez metros prometo no arrancarle ninguna mecha de su perfecto y ridículamente liso cabello —rodó los ojos, pero sabía que detrás de su tono malhumorado había algo de vulnerabilidad que no quería dejar ver.

—Así qué... ¿cuál es el plan? —pregunté para cambiar de tema.

Ash miró la hora en su celular antes de hablar.

—Creo que ya deberíamos irnos. Se supone que me reuniré con las chicas a las 5 para repasar la coreografía una vez más. ¿Puedes dejarme en el Parque Brooks?

—Claro. Mis cosas ya están en el auto.

El camino a Vanglens Valley duró aproximadamente 50 minutos desde el cementerio. Ash estuvo callada la mayor parte del camino y simplemente nos fuimos en silencio mientras escuchábamos música de los 80. La dejé en el parque a eso de las 5:15, donde la mayoría del equipo de porristas estaba ya reunido en ropa deportiva y con un parlante portátil practicando la coreografía. Me despedí rápidamente de Ashley y manejé hacia el estadio, donde aparqué el auto y me pregunté qué demonios iba a hacer por la siguiente hora y media hasta que llegaran todos.

Entonces vi que justo al frente había un complejo deportivo, ¿un gimnasio, quizás? Pero lo que llamó mi atención fue la camioneta que se alzaba gigante al lado de los otros autos deportivos y varios BMW del año.

Quizá había algo que podía hacer mientras. 

The wrong side of town -  Parte I y IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora