Pasos, murmullos, sudor y un ligero olor a lavanda. No podía moverme ni ver nada delante de mis ojos. Todo era oscuridad.
Dos voces, asustadas, pronunciaban palabras no muy lejos de mí. Voces gruesas y varoniles. Eran adultos, al parecer.
¿Qué querían de mí?
— Ella así lo quiso. ¿Quién soy yo para desafiarla? ¿Acaso sabes siquiera quién es?
— ¡No tiene ningún derecho! —Sanjo, y por el tono de su voz pude percibir su enojo.
Ambos siguieron hablando de manera en que solo se escuchaban palabras entrecortadas o ruidos extraños hasta que uno de ellos dijo de manera muy fuerte y tajante:
— ¡Él es solo un niño!
Sabía de alguna manera que se referían a mí, es decir, dudaba que tuvieran a más chicos cautivos de la misma manera en la que yo lo estaba.
— Ese es el problema, que...
El otro tipo ni siquiera pudo terminar la frase. Un silencio inmundo llenó la habitación. Comencé a dudar sobre todo lo que había hecho cuando llegué a la capital, y comencé a plantearme si de verdad había ofendido a alguna persona importante.
Intenté zafarme de las cadenas en mis muñecas y pies que eventualmente sentí al segundo de despertar, pero cada vez que lo intentaba ellas se apretaban más, y si intentaba usar mi magia, un fuerte dolor emergía de mis muñecas y tobillos y se extendía por todo el cuerpo. Ellas bloqueaban mi magia.
El miedo que invadía a aquel hombre que escuché, era tal vez el mismo que me invadía a mí.
Mi corazón comenzó a latir de manera exagerada y comencé a intentar moverme y así buscar otra manera de salir de donde sea que estaba, pero me fue imposible.
Sabía que debía pensar con claridad, buscar muy dentro de mi cabeza una solución, pero el miedo me invadía en cada parte de mi cuerpo y no me permitía tener ideas claras.
— Su Alteza Real —dijeron ambos al mismo tiempo con respeto y tal vez miedo.
¿Su Majestad? ¿Qué hacía la reina aquí? ¿Acaso ella viene a rescatarme? No escuché palabra alguna en cambio, los corazones de ambos sujetos sí. Latían rápido.
— Su Alteza Real, tengo que informar que... —no terminó.
— Quiero verlo —su voz era dulce y alegre. ¿Era la voz de una niña?
Casi de inmediato se escuchó una puerta abrirse y pasos inseguros se dirigieron en mi dirección. Luego todo fue claridad. Mis ojos no tardaron en adaptarse a la luz.
Era una habitación con colores grisáceos con detalles en oro y plata. Una alfombra con el escudo del reino, una cama enorme y tres personas en ella.
Pude ver a un hombre alto y fornido con una armadura; por los latidos de su corazón deduje que era el de voz aguda. El otro estaba un poco más calmado. No era tan alto como el otro, su estatura era promedio y llevaba la misma armadura que el otro, y ambos tenían el escudo del reino.
Ambos me miraban como si esperaran algo de mí, y pude entenderlo cuando alguien dio un paso al frente.
Era una niña. Ella tenía una pequeña armadura, a juzgar por su estatura diría que tiene mi edad. Sus ojos eran los más hermosos que había visto en toda mi vida, su cabello negro terminaba en sus hombros, su piel era blanca como la nieve, y sus mejillas rosadas.
Me hipnotizó su belleza, tanto que no reaccioné en un largo rato.
Ella sonrió e inconscientemente hice lo mismo.
Preguntas merodeaban por mi cabeza, pero estaba tan atontado que no podía pensar en alguna respuesta posible a ellas.
— Hola, soy Emma. Te vi pelear el otro día y me preguntaba si podías tener un duelo conmigo. —Su presentación y su invitación fueron dichas con tanta dulzura que me costó asimilar todo. Su dulce voz me llevó a un ensueño.
Ese ensueño, esa situación y esa invitación marcaron el rumbo de mi destino, y ¿quién pensaría que tan pequeña bola de ternura terminaría forjando mi camino?
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HEREDERA
Fantasy¿Magia? ¿Reinos? ¿Guerra? ¿Eso era todo lo que el destino tenía preparado para mí? ¿Destinada a grandes cosas? ¿Yo, una pequeña sin nombre que ahora debía ser llamada Emma Darkbloom? ¿Heredera de una tierra sagrada? ¿Cómo fue que pasó esto? Heredera...