I. Lo Que Reclama Para Si Mismo.

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Los primeros rayos de luz se asomaron por las rejillas del ventanal. Los relieves del Santo en la vidriera reflectaron en la cara de Rédan.

Con la primera hora de la mañana también vino el primer pensamiento del día: Se había quedado dormido y llegaba tarde al Sermón Recitado.

Rédan dio un salto respingón que lo sacó de la cama y lo puso en el suelo. No había tiempo para desayunar, pues de todas formas también se lo había perdido. Los dormilones y rezagados no tienen lugar en el Santuario de la Misericordia, se decía a si mismo, repitiendo las palabras del Prelado Remilio.

Dieciocho años viviendo en aquél lugar y nunca se le había ocurrido quedarse despierto hasta tan tarde. La noche anterior se la gastó repasando las lecciones de Los Congregados, su orden monástica, aquella que lo había criado desde que era un niño, cuando el Mensajero acudió al hogar de los Rams y se llevó "Aquello que El Altísimo reclama para Si Mismo" cuando tan sólo tenía cuatro años, "para darle una nueva vida, más plena y un significado más profundo".

Una vez se hubo atado el cordel para sujetar la túnica por la cintura, cerró la puerta de metal tras de si, y con paso acelerado cruzó el vasto y amplio -aunque vacío- pasillo central hacia El Recordatorio, donde estarían el resto de Congregados.

Al colarse en el Recordatorio, trató de hacer el menor ruido posible para no llamar mucho la atención, pero al Prelado Remilio no se le escapaba ningún detalle, y mientras encaraba a todos los Novicios, le mandó una mirada inquisitiva en señal de reprimenda.

Al colarse en el Recordatorio, trató de hacer el menor ruido posible para no llamar mucho la atención, pero al Prelado Remilio no se le escapaba ningún detalle, y mientras encaraba a todos los Novicios, le mandó una mirada inquisitiva en señal de ...

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Suspirando hacia sus adentros, Rédan ya podía darse por acabado. Tras el Sermón, probablemente le esperaría un segundo discurso sobre su falta de responsabilidad. Sabía que había obrado mal, y es lo mejor que podía hacerse.

-...Tormentas del Cielo, que hicieron temblar la mismísima piedra que pisaban los Sin Fe. Uno a uno, cayeron por el Abismo. La misma tierra que los vio crecer, se los tragó, y les enseñó la lección más valiosa que uno jamás podrá aprender: Una vez le damos la espalda al Altísimo, dejamos de ser humanos, y por ende, nuestra alma desaparece. Es así que ya no somos mas que materia inerte, y como tal, nos convertimos en deshechos sin uso alguno. -Explicó Remilio. Su porte era rígido. La túnica negra cubría prácticamente todo su cuerpo y apenas se podían ver sus ojos a través de la tela transparente.

-El Altísimo vela por nosotros. -Dijeron todos los Novicios al unísono, en un tono solemne y monótono, incluído Rédan. Los Ritos no eran sólo un asunto de protocolo. Aquél que entonaba una frase, la decía de corazón. Todos los Novicios eran criados en la Fe más absoluta. Era algo totalmente lógico, pues desde que se les traía al monasterio, alejados de las perturbaciones del mundo exterior, no aprendían nada más que los fundamentos religiosos, esperando el regreso de su Señor para que les llevara a la vida eterna.

Mil años habían pasado desde esa promesa, desde que abandonó su cuerpo mortal y se alzó para reinar los Cielos Empíreos, desde donde controlaría todo lo que fue, es y sería. Mil años de silencio y rezos, plegarias y cantos que no eran respondidos.

En cuanto la congregación se dispersó, el Prelado se acercó a Rédan, tal y como había previsto. -Novicio De Rams -Espetó Remilio. -, ¿Ni siquiera ha pensado en pasearse por aquí con un peinado en condiciones?

Rédan se puso firme de una. Tuvo el impulso de tocarse la cabeza. Las prisas no le habían hecho preocuparse en absoluto de la apariencia de su pelo, pero sabía perfectamente que lo llevaba enmarañado. La mata de pelo que se había dejado crecer durante el último año podría haber cobrado vida propia si no fuera porque de vez en cuando decidía recortarse los laterales enteros, en forma de casco. -Prelado. -Curvó ligeramente su espalda hacia delante, tratando de hacer una disimulada reverencia. -Mis más sincerás disculpas. He obrado mal y me arrepiento de ello, en cuerpo, alma y mente. -Se exculpó el joven Novicio.

-Quiero que se lea el Tomo de la Ascensión. Le conviene saber qué es lo que nos hace Santos en esta vida. Las disculpas no serían necesarias si hiciéramos lo que debemos.

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⏰ Última actualización: Feb 06, 2023 ⏰

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