CAPÍTULO 3

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—Es muy sensible —dijo, con una sonrisa más que obvia.
Me invadió de nuevo el pánico.
—Por favor, no hagas eso —susurré, temblando de miedo.
Levanté las manos en actitud defensiva y traté de apartarla de mí, pero ella me las sujetó de nuevo con fuerza y las condenó a la inactividad. Se echó a reír, excitada, y forcejeó medio en broma conmigo. Poco a poco, bajó la cabeza hacia mi pecho y se pasó la lengua por los labios. Tensé el cuerpo una vez más, aunque estaba temblando de pies a cabeza. Mi cuerpo entero era como un arco tensado que se preparaba para el dolor. Apoyé la cabeza en la pared y cerré los ojos. Tenía los pezones tan sensibles que sabía que no
podría resistirme a sus caricias. Me chupó el pecho y me acarició el pezón con la lengua, una y otra vez. Ni el miedo que tenía en ese momento impidió que sus caricias me excitaran. De nuevo quise empujarla con las caderas, pero un sudor frío me cubrió la piel. Ella me miró y sonrió.

—Tienes miedo —dijo, satisfecha.
—Sí —respondí. De todas formas, no tenía mucho sentido negarlo—. Me vas a hacer daño. —Traté de que mi voz sonara lo más tranquila posible. Y cuando menos me lo esperaba, me soltó. Sin dejar de mirarme, dio un pequeño paso hacia atrás, me agarró por la cinturilla del pantalón y me desabrochó el botón. Acto seguido, y con un gesto rápido, me bajó la cremallera. Me apoyé contra la pared, como si
estuviera paralizada, y ella se dio cuenta de que ya no tenía intenciones de defenderme.

En su rostro apareció un gesto de decepción.
—Oh, venga, no me estropees la diversión. —¿Diversión? —Monté en cólera—.¡Pues será para ti! ¡Mierda, aquello era exactamente lo
contrario a la verdad! En sus ojos apareció de nuevo una mirada de deseo contenido.—Así está mucho mejor. —Se acercó y colocó una mano a cada lado de mi cabeza, pero sin llegar a tocarme—. Eres una gatita muy mala —me susurró al oído. Después me mordisqueó el lóbulo de la oreja y yo volví a tensar el cuerpo, a la espera de que me
Mordiera con fuerza en cualquier momento Dejó resbalar los labios por mi cuello y yo experimenté sucesivas oleadas de placer, miedo y deseo que me recorrieron todo el cuerpo. Ella se rió en voz baja, satisfecha. Noté su aliento cálido sobre mi piel—. Sí, así está mucho mejor. Tienes miedo, pero te gusta. La rabia me hizo cometer un error.
—Sí, me gusta. —Recobré las fuerzas y la aparté de un empujón. Ella saltó ágilmente hacia atrás y yo le lancé una mirada furibunda—. Pero no quiero que me lo hagas a la fuerza. No quiero dolor: quiero deseo, ternura, pasión, excitación y todo eso, pero nada de fuerza brutal, porque es...—Busqué una palabra que transmitiera lo
que sentía. Ella arqueó las cejas, con un gesto burlón.—¿Perverso? —dijo.
—Sí... ¡Sí, perverso! —le grité, furiosa con ella y conmigo misma y con aquella palabra que nunca antes había empleado. Siempre me había dado rabia que los petulantes millonarios utilizaran esa palabra
para afirmar su propia “normalidad” y desacreditar a los demás. Todo aquel que fuese distinto a ellos (daba lo mismo el motivo: homosexuales, comunistas, lo que fuera) era difamado indiscriminadamente. Mi rabia, sin embargo, sólo duró unos instantes, pues dio paso de inmediato a otra sensación: la de que todo aquello no tenía sentido. Crucé los brazos a la espalda y me apoyé en la pared.

—. Y ahora, por lo que a mí respecta, ya puedes ir a buscar tu látigo o lo que sea y pegarme —dije. Dejó resbalar su mirada por mi rostro.
—Estás preciosa cuando te enfadas —me dijo, con voz muy suave.
Quise protestar por aquel tópico, que parecía sacado de una pésima peli porno de los setenta, pero no me dio tiempo porque su boca ya había sellado la mía. Esperé la penetración violenta de su lengua, pero se limitó a acariciar con ella mis labios cerrados.
El cosquilleo era ya insoportable. Cuando abrí la boca, jugueteó dulcemente con mi lengua y me acarició la punta hasta que el deseo casi me hizo gritar. La boca era la única parte de su cuerpo que me tocaba y tuve la sensación de que el aire que había entre nosotras crepitaba. Levanté las manos. No, no quería tocarla. Mientras ella seguía besándome, me empezaron a temblar los brazos, hasta que finalmente suspiré, dejé caer las manos sobre sus hombros y la atraje hacia mí. Noté en mi piel el frío de los botones de su blusa.
Ella suspiró de placer entre mis labios y me rodeó con los brazos.

MI REINA DE LA NOCHEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora