CAPÍTULO 5

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Aunque estaba disfrutando al máximo de aquella actividad, al mismo tiempo trataba de observarla. Al principio, ella dejó reposar las manos junto a la cabeza. Parecía tranquila y relajada, pero después de los primeros besos, se le puso la piel de gallina y empezó a hundir las manos en la almohada. Tenía los puños tan apretados que los nudillos se le habían quedado blancos. A medida que yo me acercaba a la zona baja de su espalda, la piel se le cubrió de temblorosas gotas de sudor, que resplandecían como gotas de lluvia.

Respiraba con dificultad, pero seguía con la cabeza enterrada en la almohada. Muy despacio, suavemente, recorrí con los dedos el camino que iba desde su cuello hasta su trasero. Se estremeció en varias ocasiones. Su respiración era cada vez más agitada, pues le empezaba a faltar el aire. Levantó la cabeza de la almohada y la dejó
caer de lado, mientras cogía aire. Aunque yo estaba convencida de que su reacción era auténtica, un diablillo se posó sobre mi hombro. Tal vez la curiosa dinámica de aquel juego al que yo jamás había jugado se había adueñado de mi mente y había
anulado mis mecanismos de control, que normalmente siempre están alerta. En cualquier caso, decidí no pensar más en ello.
Aun sabiendo que cometía un grave error, la reprendí.

—No quiero que actúes para mí... ¡ya te lo he advertido!

Se suponía que sólo era una broma, y yo estaba plenamente convencida de que ella se daría cuenta. Sin embargo, tensó el cuerpo de inmediato. Seguía boqueando, en busca de aire. Tras inspirar profundamente varias veces, se echó a temblar y acercó lentamente las manos a la cabeza.

—No, por favor —susurró apagadamente. En su voz ronca se adivinaba el miedo. “¿Qué pasa?”, me pregunté. Le acaricié la espalda con dulzura, pero ella se encogió como si acabara de recibir un latigazo y se cubrió la cabeza con las manos—. No —
susurró con voz grave, casi inaudible—, no me pegues, por favor.
Me quedé estupefacta durante unos instantes. ¿Y aquella era la mujer alta y fuerte que me había dado tanto miedo? Luego me recuperé de la sorpresa y la agarré por el hombro. Ella gritó, aterrorizada, pero yo la sacudí con fuerza.

—¡Jamás! ¿Me oyes? ¡Jamás! ¡Yo jamás te pegaría! Mírame, por favor. —Dejó caer las manos, inclinó la cabeza a un lado y bajó
la mirada. Estaba despertando de una pesadilla. En cuanto me reconoció, volvió la cabeza hacia el otro lado.

—Por favor, vete. —Hablaba mirando hacia la pared—. No tienes ninguna obligación conmigo. —Hizo una pausa—. Por supuesto,
no hace falta que me pagues. —Detecté amargura en su tono de voz—. Y por supuesto, no puedo evitar que le cuentes esto a alguien. —Suspiró profundamente. Al principio, quise protestar enérgicamente, pero después me controlé, porque no era bueno para ninguna de las dos. Cogí la manta y cubrí su cuerpo desnudo.
Sorprendida, se dio la vuelta y apoyó la cabeza en una mano.
—Gracias —dijo, en un tono de voz neutro. Dejó que su mirada glacial resbalara por mi cuerpo—. Y ahora, sería mejor que te marches.
Me senté muy despacio en el borde de la cama.— Pues yo creo que no.

Le llevé la contraria sólo porque todo había sucedido demasiado rápido y porque no me gusta salir del cine sin haber entendido la película, pero su reacción fue un tanto exagerada. Entornó los ojos hasta convertirlos en dos ranuras que brillaban como estrellas.

—Ya entiendo —dijo, como si estuviera muy cansada—, no eres de las que se conforman con la mitad del pastel si se lo pueden comer entero, ¿verdad? —Con un movimiento rápido, me cogió y me arrastró
hacia la enorme cama—. Pues ven, que te voy a dar la otra mitad. Yo siempre cumplo mis promesas. Y encima, como antes te he dicho que no hacía falta que me pagaras, es gratis.

volverás a encontrar una prostituta con tanta clase como yo por este precio.
No se lo discutí. La desesperación que había visto en ella me había dejado completamente indefensa, y lo único que
deseaba era que no me hiciera mucho daño, pues nunca he sido capaz de soportar el dolor. Y en lo que iba de día, ya había tenido
ocasión de comprobar que, efectivamente, mi capacidad de resistencia al dolor no había aumentado en lo más mínimo.
Ella advirtió mi miedo.

MI REINA DE LA NOCHEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora