Epílogo parte D

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El mar y el sol de la Florida lo tenían encantado.

Además, las atenciones de Paty hacían de Stear un muchacho muy consentido.

Qué diferencia de vida gozaba y no la fúnebre que la guerra, a la cual pretendió unirse, le hubiera proporcionado.

Paty era también una excelente compañera, y junto a ella muchos más experimentos había realizado, siendo aquí la víctima de ellos: la queridísima abuela Martha que se divertía muchísimo de los sustos que se llevaba con aquellos extrañísimos inventos.

A patentarlos instaba a su futuro nieto, pero el sueño de éste era crear un avión; montarse en ello y volar por los extensos cielos.

Por supuesto, Paty iría a su lado para que ella se dedicara a colectar tanto recuerdo fuera posible y heredarlos a sus hijos.

La sola idea de tenerlos con Stear, a la jovencita de gafas la enrojecían hasta la punta del más largo de sus negros cabellos; empero, sería un anhelo pronto a conseguir.

El paladín inventor, en un loco momento, ya se lo había propuesto.

Y aunque al siguiente día pidió verificación de lo dicho una noche anterior, que se pretendía atrapar un rayo, afirmó su promesa al no haber sido alcanzado por aquella fuerza eléctrica. Pero también porque...

Por minutos, el terror se hubo apoderado de la pequeña morena que hubo rezado doble al haberse unido a aquella insensata aventura: su abuela.

Sin embargo, el éxito que no se obtuvo de ese experimento, la hizo caer en una inconsciencia que espantó tanto a su madre mayor como a su novio el cual prometió no volver a intentar hacer algo parecido.

Pasado el susto, se dedicaron a vivir contentos, aunque grandemente lo serían sí supieran lo más mínimo de sus amigos.

De los que no lo eran, —hablando específicamente de Los Legan—, se sabía que la familia entera había también decidido mudarse a Florida.

Los O'Brien residían en Miami, pero aquella parte de los Andrew fueron a refugiarse en una cabaña rodeada de pantanos colindantes al Estado de Georgia.

¿Qué los había motivado ir allá?

El embarazo de Eliza, que se negaba a hablar con respecto al padre de su hijo; ya que la hermana del amerindio que la abusara, la había amenazado de muerte.

Una que la misma pelirroja conseguiría dar antes de que se supiera el color de piel del recién nacido que sería: blanca debido a la procedencia paterna de Jack y de la cual se dio a conocer con anterioridad pero que ni aún así sería aceptado por haberse concebido fuera del matrimonio. Falta que la estricta Señora Elroy no podía perdonar de la que fuera su sobrina favorita.

Aunque de éstos, todavía tenía —metido todo el tiempo en una oficina—, a Albert y a Anthony quien en Baltimore estaba recibiendo la más dedicada de las atenciones médicas, pudiéndose decir, que ya podía ponerse de pie; sólo necesitaba comenzar a soltarse a caminar para así recuperar su vida normal.

De esa, Annie Brighton se sentía afortunada; y es que al estar el paladín jardinero completamente sano, el sacrificio de haber permanecido a su lado apoyándolo y acompañándolo en todo, se le compensaría también con matrimonio.

Grandes esfuerzos estaba haciendo la morena de ojos azules por formar el mejor y muy segura estaba de obtenerlo.

Ese que con Archie no; además, de que el paladín elegante no la amaba, sino a Candy que ni aún estando en el más lejano de los mares se podía quitar de la mente.

El Capitán Brown sabía a la perfección la desgracia del joven Cornwell; y pese a que le pareció descabellada la idea de aceptarlo en su tripulación, lo hizo aconsejándole que al hallarse en altamar, se parase en la proa y gritara a los cuatro vientos su frustración.

Éstos y los océanos eran excelentes amigos y lo ayudarían a sanar pronto.

En el propio padre de Anthony había funcionado al conocer la muerte de su querida esposa.

Y aunque eran situaciones muy diferentes ya que Candy vivía, Archie lo llevó a práctica sintiendo su corazón más tranquilo pero igual de temeroso de volver. Así que, mientras lo siguieran aceptando en los viajes navieros, ahí permanecería no sabiéndose cuándo volver.

¿Sucediendo lo mismo con Terry? Esperemos que no porque...

Desviado de su camino, el castaño se vio obligado a tomar un auto de servicio que lo llevara adonde su mamá.

Ella ya había visto partir al Duque luego de interceptar al cartero; y se concentraba en probar sus alimentos mañaneros; pero también el periódico consultaba, soltando una carcajada de los comentarios de los reporteros quienes se fijaban más en la belleza y juventud de la joven actriz que en sus verdaderos dotes histriónicos.

Para ella, Karen Klais había demostrado mejor aptitud para el papel de Julieta; pero como Robert Hathaway hubo sido el encargado del elenco, poco se pudo hacer por la castaña actriz la cual se conformaría con pequeñas participaciones hasta llegado el momento de su revelación.

Eleanor Baker podía ayudarla a sobresalir; no obstante, al conocer la amistad que mantenía con Susana a la cual sabía envidiosa y engreída no quiso ser partícipe de una desgracia.

Por ende, dejando a un lado sus buenas intenciones y las notas informativas, Eleanor le prestó atención a su taza de café.

Éste ya estaba frío; y la campanilla que tenía cerca la tomó para hacerla sonar.

La empleada encargada presto se acercó a atenderla mientras que otra se haría cargo de la puerta al haber sonado su timbre.

EPÍLOGO: UNA CHICA QUE VALE ORODonde viven las historias. Descúbrelo ahora