único

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Le decían el pasillo de la muerte y aquello era más que obvio. Era nuestra puerta: La de los muertos.

Los muertos eran seres como yo, Âme. Ese es mi nombre o al menos el que utilizo desde que la muerte me atravesó con un beso. No recuerdo mi nombre humano pero tampoco lo necesito, tampoco mi edad pero sé que soy joven. En cuánto a cómo soy, dentro del mundo de los muertos solamente me expando en el espacio pero cuando cruzo la puerta hacia el mundo de los vivos ahí recupero mi forma.

Así que creo que lo que veo en el espejo es lo que era cuando estaba viva.

En el mundo de los muertos, vamos a llamarla tombeau , no soy nada. No tengo voz, no siento emociones y como dije no soy más que algo que se expande en un inhóspito espacio. Eso nos pasa a todos los Âme. Porque en la tombeau todos somos lo mismo. Lo único que nos diferencia es que habemos unos que podemos interactuar con los humanos y otros que no porque rompieron la regla de las doce de la noche.

Todos los humanos vivimos y todos morimos, algunos tenemos la segunda oportunidad de volver cada amanecer al mundo de los vivos pero eso sí, hay que atravesar la puerta hacia la tombeau en donde yace la única advertencia que tenemos: A la medianoche se cierran las puertas y no podrás volver.

No tenemos vigilantes ni hora en la tombeau, así que hay tanta libertad que nuestro único castigo es que no podemos permanecer tanto tiempo en la Tierra o nos convertimos en los "grises".

Los grises son Âme igual que nosotros, es decir, almas que están en el mundo de los muertos pero que más nunca podrán tener contacto con los humanos. Incluso pueden salir a través de la puerta pero no pueden hacer más que vagar en pena por la Tierra. Ni siquiera mover cosas ni espantar como muchos piensan en la cultura popular. 

Por otro lado nosotros sí, pero siempre que amanece lo hacemos en un lugar nuevo, un año distinto y nada es igual. Tampoco podemos recordar las personas que conocimos o con las que interactuamos. 

Es porque nuestro mundo no se rige por las leyes físicas y del tiempo que se rigen los humanos. Así que realmente es al azar lo cual junto a la norma de las doce de la noche alimenta el hecho de que no podamos hacer lazos con los humanos por mucho tiempo.

No sabemos por qué sucede esto, tampoco nos dijeron por qué algunos muertos tenemos este privilegio y otros van directo al cielo o al infierno pero lo cierto es que algunos lo disfrutan y otros no mucho. 

Yo era del segundo bando hasta que hubo un desajuste en mi rutina. Un desajuste que he mantenido en secreto ya no sé por cuánto tiempo pero sé que ha sido suficiente para encariñarme con los humanos nuevamente y anhelar la vida.

Resulta que uno de los amaneceres en los que crucé la puerta lo hice en un país asiático, específicamente Corea del Sur. Estaba en lo que parecía una universidad y ese día mis interacciones fueron escasas, de hecho, sólo me atreví a hablarle a un chico llamado Jimin. 

Jimin era mi humano favorito hasta que conocí a Jungkook pero primero todo comenzó con Park. Él lucía tan solitario y triste esa mañana que me acerqué a hablarle y entonces el mundo se encandiló de amarillo a costa de su sonrisa. Nunca había pensado antes que un ángel había descendido a la Tierra pero ahí estaba Park Jimin.

Por supuesto que sólo era un humano pero uno muy especial, en aquel entonces, me daba pena no volver a verlo nunca más porque me había agradado. Estudiaba arte en la universidad y no era de muchos amigos, en ese momento no sabía la razón pero la conocería más adelante. 

Jimin y yo conversábamos tan animadamente en unos bancos de madera a un costado del campo de fútbol que no nos fijamos de dos cosas: que Jimin sin querer se había saltado su próxima clase y que un balón de fútbol venía directo hacia mi rostro, el cuál casi terminó chocando si no fuera por el enérgico chico de cabello negro y coleta. 

hall of death → jeon jungkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora