Me maquillo un poco, mi doncella Atena me ayuda a ponerme el vestido y me calza los zapatos de marfil. Me miro en el espejo y sonrio mientras Atena me hace una larga trenza con mi cabello castaño.
- Esta preciosa... mi señora.
- Acercate, quiero verte.
La muchachita se acercó, tendría unos trece años, tan solo tres menos que yo. Acerqué un pintalabios rosa pálido a sus labios y se los tinté del color con suavidad. Saqué un viejo vestido de su talla y se puse con ternura. Era como vestir a una muñequita.
- Mi señora...no... - susurró.
- Eres mi doncella, no mi criada.
A las diez en punto de la noche me vinieron a buscar, mi primo Borx y mi prima Nayla, iban vestidos exquisitamente. Como yo, y como Atena mi doncella. La miraron un segundo pero luego repararon en mi, en los diamantes de mi vestido.
- ¿Preparada? - preguntó Nayla, que tenía seis años más que yo.
Asentí y bajamos por la gran escalinata, bueno, solo yo. Ellos cogieron la secundaria y Atena se quedó en las estancias de las doncellas. El baile era magnifico y me quedé observando todo el salón desde la escalinata. Todo era marmol luminoso, oro y plata, telas de todos los colores adornando la fiesta. Y los vestidos más preciosos que había visto en mi vida.
Mis padres me observaban con orgullo desde la tarima de honor, mi madre me miraba sonriendo pero era una sonrisa fría... En cambio, mi padre, me brindaba la sonrisa más cálida y tierna de todas.
Los músicos tocaban una melodía bonita, pero triste, y no pude evitar obserbar a todos los invitados al baile. Grandes personas de la aristocracia neoviana, todos con sus esposas o maridos, todos enseñando sus riquezas en sus ropas.
Habría sido bonito de verdad, si sus rostros mostraran la misma sonrisa que mi padre, pero no, todas frías como la de mi señora madre.
- Lady Neyra Astrhan. - dijo el hombrecillo que presentaba a la gente que iba entrando.
Comencé a bajar las escaleras con cuidado y al final de ellas un atractivo chico de más o menos mi edad me ayudó a bajar los últimos escalones.
- Mi señora... - dijo galante.
- No tengo el placer de conoceros ¿sois?
- Dario Ivorich.
Norteño. Tenía rasgos de la antigua manetia, el pelo rubio platino y los ojos azules levemente rasgados. Era un príncipe de cuentos, o se parecía.
- Ese apellido me suena. Vuestro padre es un gran comandante, o eso me han dicho.
El se rio jovialmente.
- ¿Permitis que os lleve fuera de aquí? Me habéis hechizado, señorita Neyra.
Sonreí y fuimos hasta el bosquecillo de sauces, un lugar hermoso del castillo de mis padres. Había un estanque en calma en el que flotaban juncos y florea silvestres.
- Todo este lugar es...
- Mágico. - susurré.
- Si... pero también, no da buenas vibraciones.
Suspiré y le miré a los ojos, su expresión me resultaba desconocía. Estaba meditando, y se interesaba por mi.
- Hoy si.
- ¿No odias todo esto?
- No os entiendo.
- Toda tu vida... bailes... bueno, y todo lo que hagas. La vida de una mujer.
Le miré severa pero el no se doblegó.
- En el norte todo es distinto.
- Pues formáis parte de mi mismo reino.
Sonrió encantador.
- No es lo mismo, en el norte las mujeres son distintas. Más duras. No les gustan estas cosas.
- ¿Ni a vuestra madre?
- No tengo madre.
Mascullé una obscenidad y le miré avergonzada.
- Lo siento...
- Oh, es la primera vez que veo hablar así a una sureña.
Ese chico me descolocaba. Además de no conocer su historia... ¡y yo conocía la de todo el mundo! En realidad creía que Ivorich no tenía hijos, si no una hija. Y si, ahora que recordaba, su esposa había muerto hacía años.
- Lo siento... Dario... es que, no te conozco, no se quien eres, nunca te habia visto... - susurré. - Me... me tengo que ir.
Y me marché, tan rápido que ni le dio tiempo a despedirse. El baile ya había finalizado cuando llegué al salón, los criados iban entrando para recogerlo todo. Atena charlaba con uno, estaba preocupada, me acerqué a ella y soltó un suspiro.
- No te han visto en todo el baile, vuestro primo... me da miedo... me obligó a buscarte... y si no te encontraba me daría de bofetadas...
Arqueé las cejas y sonreí tranquilizadora.
- Nadie te dará de bofetadas. No temas.
- Dijo que Lady Norma quiere veros... En vuestra habitación.
Asentí y subí hasta la torre del dragón, donde se encotraban mis aposentos. Allí me esperaba mi madre pero antes de que abriera la puerta...
- Qué...
En el dobladillo del vestido había un trozo de pergamino, la tinta por los pelos estaba seca y no había manchado el vestido.
*A las doce en punto en el bosquecillo de sauces, te espero*
Sonreí y lo guardé en el dobladillo, de repente se abrió la puerta y mi madre me ordenó que entrara.
- Oh, niña...
Me senté en el tocador y ella comenzó a peinarme con brusquedad.
- Pobre niña..
Más fuerte.
- Ilusa niña...
Y paró.
- Qué hacías con Darío. Pequeña tonta.
- No sé... es el hijo de Lord... Lord Urbano.
Soltó una carcajada.
- Es el bastardo, el maldito bastardo de Lord Urbano el suave.
Desencajé la mandibula.
A las doce va a ir quien yo te diga. DARÍO EL BASTARDO...