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David había perdido todo sentido de su vida hacía ya varios años

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David había perdido todo sentido de su vida hacía ya varios años. La monotonía se había apoderado de su existencia, y los días se sucedían sin mayores cambios ni emociones. No había nada que fuera lo suficientemente bueno ni lo suficientemente malo para romper esa rutina. Lo peor de todo era que él mismo no hacía ningún esfuerzo por cambiarlo; simplemente esperaba, una espera que parecía no tener fin. ¿Qué esperaba exactamente? Ni siquiera él lo sabía con certeza. Quizás su propia muerte, o algo que finalmente lo hiciera sentir vivo.

Si alguien le hubiera preguntado si prefería el verano o el invierno, probablemente habría respondido que el otoño. El otoño era para él la época perfecta, cuando Londres dejaba de ser un lugar gris para teñirse de un hermoso naranja y cobrar vida por un breve instante. Además, combinaba perfectamente con sus cabellos y ojos cafés.

En esa tarde de otoño, David estaba cómodamente instalado en su apartamento, hablando por teléfono con su amigo Sam. Sam era ese tipo de amigo que solía llamarlo con frecuencia para "corroborar sus señales de vida", como él decía en tono de broma, cada vez que David pasaba demasiado tiempo en casa. Habían sido amigos toda la vida, ya que sus padres fueron amigos antes de tenerlos. Probablemente si no fuera por sus padres odiaría a Sam o simplemente nunca se habría dado la oportunidad de conocerlo. Sam era demasiado extrovertido, le gustaba salir de casa cada vez que podía, hacía amigos con facilidad, y era todo lo que él no era. A pesar de eso, no podía imaginar a nadie más que sea su mejor amigo más que él.

—Vas a terminar siendo un anciano solitario —le decía Sam por teléfono—. ¿Es eso lo que quieres?

—No suena como una idea tan mala —respondía David mientras se acomodaba en la cama y se envolvía en las sábanas—. Mucha gente espera llegar a ser anciana, y a mí me encanta estar solo. Lo consideraría un verdadero logro.

—Eres imposible, David —decía Sam con molestia—. ¿No disfrutas de mi compañía ni de la de los demás del grupo?

David escuchó el ruido de los coches y las voces que llegaban desde el teléfono de Sam. Era común que Sam lo llamara cada vez que salía de casa, para evitar que personas raras se le acercaran en la calle, simplemente para aparentar que tenía una vida interesante —lo que si era cierto en parte, pero no había momento en el que no quisiera ser el centro de atención— o ya fuera por aburrimiento.

—¿Fuera de casa otra vez? —preguntó David, desviando la conversación—. Pensé que hoy tenías un examen importante que estudiar.

—Voy camino a tu departamento. Voy a sacarte de ese mugrero y vamos a estudiar juntos, quieras o no.

—No tengo ganas —murmuró David, arrugando la nariz.

—Deja de hacer eso, te van a salir arrugas antes de cumplir los veinticinco.

—¿Cómo sabías que estaba haciendo eso? ¿Me estás espiando o qué? Por si acaso, voy a tapar la cámara. No vaya a ser que un día de estos me veas desnudo por andar espiando.

El amor de mi muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora