Toxinas:

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Las sorpresas no tenían fin. La tarjeta magnética funcionó. El ascensor no nos incineró ni nos mató de la caída. Sin embargo, a diferencia del anterior que había tomado, ese sí que tenía música de fondo. Subimos lenta y suavemente, como si Nerón quisiese darnos el tiempo suficiente para disfrutar del trayecto.

A mi lado, Austin toqueteaba las teclas de su saxofón. Parecía preocuparle la banda sonora.

—Ojalá fuese Miles Davis—dijo.

—Pues, no sé quién es, pero te creeré.

Las puertas del ascensor se abrieron. Salimos a un rellano con un mosaico en el suelo urbano de Nueva York en llamas. Saltaba a la vista que Nerón llevaba meses, tal vez años, planeando provocar esa hoguera gigantesca independiente de lo que yo hiciese. Me pareció tan espantoso y tan típico de él que ni siquiera pude enfadarme.

Nos detuvimos justo antes del final del rellano, donde se dividía en una T. Del pasillo de la derecha venían sonidos de muchas voces que conversaban, copas que tintineaban e incluso algunas rosas. En el pasillo de la izquierda no se oía nada.

Austin me hizo un gesto para que esperase. Sacó con cuidado una larga varilla de latón del cuerpo de su saxofón. Tenía todo tipo de accesorios nada convencionales en su instrumento, incluida una bolsa de lengüetas explosivas, limpiadores de agujeros que hacían las veces dr bridas y un estilete para apuñalar monstruos y críticos musicales que no supieran apreciar su arte. La varilla que eligió estaba equipada con un espejito curvo en un extremo. La asomó poco a poco por el pasillo como un periscopio, estudió los reflejos y la retiró.

—Un salón de fiestas a la derecha—susurró—. Está lleno de guardias y hay un montón de personas que parecen invitados. Una biblioteca a la izquierda; parece vacía. Si tienes que llegar a la esquina sudeste, tendrás que atravesar a toda esa gente.

Apreté los puños, dispuesta a hacer lo que fuese necesario.

Del salón de fiestas venía la voz de una joven que anunciaba algo. Me pareció reconocer el tono cortés y asustado de la dríade Areca.

—¡Gracias a todos por su paciencia!—dijo a la multitud—. El emperador está concluyendo unos asuntos en el salón del trono. Y pronto de solucionarán los, ejem, problemillas de los pisos de abajo. Entre tanto, disfruten del pastel y la bebida mientras esperamos a—se le quebró la voz— que empiece la quema.

Los invitados le dedicaron algunos aplausos de cortesía.

Preparé el arco. Quería arremeter contra esa multitud, liberar a Areca, disparar a todos los demás y pisotear su pastel. Sin embargo, Austin me agarró el brazo y me hizo retroceder unos pasos hacia el ascensor.

—Hay demasiados—dijo—. Déjame distraerlos. Atraeré a todos los que pueda a la biblioteca u haré que me persigan. Com suerte, tendrás vía libre para llegar a tu objetivo.

Negué con la cabeza.

—Es demasiado peligroso. No puedo permitir que...

—Eh.—Austin sonrió. Por un momento, atisbé a mi hermano en él; esa expresión que decía "Soy músico. Confía en mí"—. El peligro forma parte de nuestro trabajo. Deja que yo me encargue. Tú quédate atrás hasta que yo los saque. Luego ve a buscar lo que necesitas. Te veré al otro lado.

Antes de que pudiese protestar, Austin corrió al cruce del pasillo y gritó: "¡Eh, idiotas! ¡Van a morir todos!". Luego se llevó la boquilla del saxo a los labios y empezó a tocar a todo volumen.

Esa canción, tocada por un hijo de Apolo, provocó una estampida. Me pegué a la pared del ascensor mientras Austin corría hacia la biblioteca, perseguido por cincuenta o sesenta invitados y germani enojados y chillones. Esperaba que Austin encontrase una segunda salida de la biblioteca, o sería una persecución muy breve.

Las pruebas de la luna: La Torre de NerónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora