Mis insomnios no son tuyos. El borde del precipicio en donde me siento cada noche tampoco te pertenece.
Las estrellas y yo te miramos todas juntas desde la altura. Con mis pies descalzos rozando las rocas y el musgo del acantilado, te veo a lo lejos, allá en la orilla de la playa, con la mirada perdida en el horizonte, soñando con el amor de alguna sirena. No hay escena más bella y más triste en el mundo. Tú sin saber nadar, las sirenas sin saber vivir fuera del mar. Y yo, por temor a que la caída sea mortal, sin lanzarme a decirte que asesinas tu tiempo en vano. Alcanzarte duele, y puede hasta matar. Salvarte sería condenarme. Yo no deseo agonizar y tú no quieres ser salvada.
Por eso mis pensamientos tampoco serán tuyos. Solo hay vacío y silencios. El sonido de tu voz se ha tornado inaudible, mudo, inexistente. Te veo gritar pero no te ecucho. Estás tan cerca y tan lejos a la vez, como si te observara desde otro mundo. Como si visitar tu orilla me dejara sin oxígeno. En tí no hay nada mío. En mí ya no hay nada tuyo. Ni esas miradas, ni aquellos pensamientos. Ni un sorbo de café. Ni una bocanada de humo. Solo mis letras, solo mis versos podrían pertenecerte, en alguna vida, en otro universo, donde el destino nos coloque en el mismo peñasco, o en la misma costa. Donde tenga alas para volar a tu vacío o donde tú no ansíes ahogarte en las profundidades.