Capítulo 39

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—Muy bien, hasta aquí —dijo Erixa, cubriendo el cuchillo que se había guardado en la bota con el dobladillo de su pantalón—. ¿Qué diablos te pasa?

Kell la miró, medio sonriendo.

—No sabía que te importara lo que me pasara.

Erixa rodó los ojos.

—Vete a la mierda entonces.

Casi al mismo tiempo, Kell escuchó la voz de uno de los soldados dando la señal para que avanzaran a sus posiciones. Suspirando, él se levantó. Tomó su chaqueta del respaldo de la silla y se acomodó la aljaba en la espalda.

Erixa jugó con un cuchillo mientras caminaban por las calles vacías de Stella. Ellos habían hecho lo posible por alertar a los pueblerinos de lo que sucedería, no les dieron nada demasiado conciso, sin embargo. No podían correr el riesgo de que hubiesen espías entre ellos que pusieran en peligro a los demás.

—¿El portal? —Le preguntó Erixa cuando doblaron una esquina.

Stella era muy particular en cuanto a su geografía. El Palacio Real estaba ubicado en los límites con Nissam, cuya frontera atravesaba el bosque Gladio y se perdía más allá de las montañas. De un lado, el castillo daba con todo aquello, árboles y montañas y valle, y del otro, con la ciudad abriéndose como el tallo de una flor desde la Ciudadela hasta las construcciones de la plebe.

Kell y Erix caminaban por lo que serían los sépalos. Cuatro calles que se abrían hacia la izquierda y la derecha, rodeando lo que, antes de la tiranía, era un enorme Mercado repleto de toldos que se combinaban con los elementos y estaciones. Cada una tenía un color, y para el Solsticio de invierno se colocaba el plateado, para el año nuevo, el dorado.

Se había planificado que un portal se abriría en el Palacio, y otro en las profundidades del Mercado Estrella.

Había dos guardias del Príncipe en las esquinas. Erixa y él se movieron como dos sombras bajo la tenue vela de las farolas, cuando aquellos comenzaron a recorrer las calles en busca de quien quebrantase el toque de queda. Desde la reja del Mercado se veía el Palacio, los carruajes iban y venían por la frontera para asistir a la celebración.

Kell se giró y abrió la reja casi sin hacer ruido.

—No estás tan mal haciendo esto para ser un heredero.

—Honestamente no entiendo tu aversión por mi posición social. Tu también eres una heredera, estoy seguro de que tus padres te dejaron propiedades y títulos y todo lo que puedas desear al alcance.

—¿Me ves ataviada en oro, Kell? Rechacé todo eso.

—¿Por qué? Tu madre tenía un trabajo muy importante, era una Protectora.

El filo del cuchillo de Erix brilló en la oscuridad cuando ella le dio una vuelta. Kell se preparó para ser apuntado con él, pero todo lo que ocurrió fue que Erix lo tomó de regreso en el aire.

—No era lo que quería —admitió—. Las fallas nunca me parecieron tan importantes. No me interesaba si venían o no y mucho menos si vivían o morían. Lo que siempre quise fue… pintar. —Al decir eso, Erixa pareció incómoda. Carraspeó, mirando hacia los dos demonios que esperaban al final del camino. Su padre y Tyrannous Icar—. Lux es el orgullo de nuestros padres, compartían todas sus aficiones y metas.

—¿Y tú? —Erixa lo miró de reojo, arqueando una ceja—. ¿Qué compartías con ellos?

—El amor por el arte —dijo—. Pero más grande que eso, el amor que le tengo a mi hermano.

Kell sintió que su corazón se estrujaba.

Se descubrió a sí mismo queriendo poner la mano en su hombro y decirle que todo estaría bien. Sin embargo, incluso antes de que acabara de procesar tan impulsivo deseo, que a pesar de todo no le parecía demasiado novedoso, un destello capturó su atención.

Silverywood: Una puerta al Infierno ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora