2014 fue el año del maki.
En 2014 yo casi vivía para comer makis, una clase de sushi. El ambiente que emanaba del restaurante Yoshida era mi pasión y los ingredientes usados por los cocineros a la vista del comensal, mi ilusión.
Rara vez había ido a ese local de comida japonesa y luego adquirí la rutina de comer ahí de manera regular; guardaba un poco de mi mesada para degustar algo del extenso menú, probé las variopintas comidas japonesas y me hice fan de los makis de nombres curiosos. Encontré en aquel menú en hoja enmicada comidas de nombres pronunciables: yakimeshi, kushiague, yakisoba, tempura; y además usaba un montón de salsa de soya. Probé makis de todos los tipos y elaboré tipos inimaginables al mezclar los makis con salsa de soya y chiles jalapeños. Pequeños vapores blancos de olor a verdura, arroz y aceite flotaban en el restaurante y combinados en un todo, se esparcían por los rincones del mediano lugar en el que yo permanecía por muchos minutos. El mobiliario, el techo, las ventanas, los baños, casi todo estaba impregnado de su olor. Un olor parecido al restaurante Las tres ranas que perteneció a Leonardo da Vinci y Sandro Botticelli.
Esta historia tuvo lugar en el año 2014 d.C.
Al principio pedía un maki y me encontraba rodeado de muchos comensales. Sucedió que por una razón u otra, comí una vez acompañado de un colega, pero prefería comer solo. Para empezar, en aquella época yo estaba convencido de que el maki era un alimento para degustarlo en solitario. Aunque ahora tengo la menor idea de que no era así; a aquel lugar acudían estudiantes de la facultad de medicina y ocasionalmente parejitas.
Con los makis a veces tomaba una Pepsi. También llegué a pedir aderezo. Ponía una porción de aderezo encima del maki, en buenas cantidades. Colocaba el plato sobre la barra metálica que fungía como mesa y comía rápidamente, tomándome mi tiempo mientras miraba de reojo a los clientes.
Los días del maki se sucedían de lunes a viernes, y al terminar el ciclo, volvía a iniciarse a partir del lunes, otro ciclo nuevo.
Mientras comía, a menudo me daba la sensación de que los cocineros del local recordaban mi cara. Me sucedía especialmente en aquellas tardes. Todos, como fragmentos de memoria que son, permanecen haciendo su trabajo.
Afuera caía la resolana.
Primavera, verano, otoño... Y yo continuaba yendo al Yoshida. Como si fuera una costumbre o algún ritual. De la misma manera que un mecanismo de reloj, yo iba comiendo makis, siempre en silencio.
Tengo retazos de aquel tiempo en los cuales sostengo unos palillos de madera. Y me planto frente a la zona donde preparan los alimentos, palillos en mano, sin moverme de ahí hasta que vociferen mi nombre, señal de que podía recoger mi pedido.
No podía quitarle el ojo de encima al personal que laboraba en Yoshida. Porque de repente me parecía que los makis se iban a acabar y los kilos de arroz en las vaporeras se desvanecerían. Y de la misma manera en que la selva renace, poco a poco, así también el local fue remodelado mientras yo, conteniendo el aliento, esperaba a que preparan mi maki.
Maki nevado
Maki Titanic
Maki Tampico
Maki Filadelfia
Maki vegetariano
Maki California
Maki mexicano
Y luego estaban los makis empanizados arrojados en un recipiente grande con aceite hirviendo.
El arroz blanco hervido nacía desde una vaporera, pero protagonizaron el declive de 2014 como la caída de una cascada. Los recuerdo con cariño.
Los makis de 2014.
Cuando promediaban las tres de la tarde ya sabía que caminaría unas pocas cuadras para llegar al Yoshida. El sol de justicia de la primavera, el verano y el otoño formaba una resolana encima de mí. Pero me había protegido del sol dentro del local, durante el año 2014. ¿Qué habrá sido del personal que laboraba ahí? A veces pienso en ello. Por lo general eran trabajadores temporales. Pero quiero que me entiendan. En aquella época yo no quería tener muchas amistades. Justamente por eso comía makis cinco días a la semana y observando aquellas enormes vaporeras donde se hervía arroz de la marca Mitsuki.
Maki buñuelo.
Una variedad que va capeada y con queso fundido por dentro. Los japoneses se habrían quedado sorprendidos y contentos si supieran que lo que exportaban en 2014 era júbilo.