EL COMIENZO DE TODO

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En el corazón del bosque, donde ningún humano ha pisado nunca, o al menos ninguno sin magia considerando que a los brujos nos consideraban humanos, se celebraría: el Concilio de los Ocultos, una reunión anual de seres mágicos para relacionarnos entre especies y celebrar el solsticio de invierno.

En el círculo de pinos altos, se encontraban todos los jefes de cada pueblo, discutiendo los típicos problemas que puede tener una población escondida de la mayoría de los humanos del planeta y no querían ser descubiertos. Me recosté en el tronco de un árbol al límite del claro, cuando del extremo del circulo salió un hombre de capa roja, delgado y alto, con pelo platino largo recogido en una coleta con mechones sueltos y tenía orejas largas y puntiagudas de elfo. Se unió a la conversación que mantenían los duendes sobre los minotauros que habían dejado los bosques sureños para asentarse al este.

Toda la noche estuve sin quitarle los ojos de encima, por algún motivo me fascinaba. En un momento giró su cabeza y posó su mirada en la mía, sentí las mejillas calientes y decidí caminar por la orilla del riachuelo que bajaba unos pasos más adelante. Noté sus pasos detrás me giré y me quedé sin aliento al ver lo hermoso que era, le sonreí y el me devolvió la sonrisa, así nos conocimos. Conversamos de la magia, de sus creencias, de las reuniones pasadas, de todo un poco hasta que llegó la hora del banquete, donde comimos contando historias, y luego bailamos juntos y llegado el amanecer yacimos a los pies de un tronco ancho.

Esa noche marcó un antes y un después. Salíamos a menudo y nos encontrábamos en las profundidades del bosque, entre besos, canciones y magia. Pero justo antes del próximo concilio, donde anunciaríamos nuestro compromiso, los elfos atacaron a los aquelarres del sur en busca de más territorio.

La guerra se aproximaba, y los bandos se estaban formando. Los brujos, los demonios, los licántropos, los vampiros y toda criatura de magia oscura establecían alianzas. Los de magia blanca, los elfos, las sirenas, las ninfas y los hechiceros se alineaban en intereses. Solo las sacerdotisas y criaturas menores como minotauros, duendes y centauros se mantenían neutrales.

Nosotros, en nuestros territorios, sin poder acercarnos. Un día descubrí en la torre de alquimia de nuestra fortaleza un pasadizo que daba a lo profundo de la tierra, encendí una llama en la palma de mi mano y lo seguí. Resultó tener la salida en un jardín en el pozo del santuario de la sacerdotisa Ettiene. Le envié con el viento un mensaje y lo esperé sentada en un banco.

Cuando llegó mi amor, vino corriendo hacia donde estaba, me abrazó con fuerza y me llevó debajo donde estaba el pasadizo. Con magia de tierra creo una amplia sala justo debajo del jardín para encontrarnos.

Allí pasamos las noches que podíamos fugarnos sin ser vistos. La sacerdotisa prometió guardar nuestro secreto. A la décima noche, ya la guerra había progresado tan deprisa, que supimos con certeza, que en cualquier momento se nos acabaría el tiempo.

Los superiores comenzaron a prestarme demasiada atención, sospechaban de mis desapariciones.  Tuve que dejar de enviar mensajes, dejar de escaparme en las noches y no supe más de mi amado elfo en mucho tiempo.

A finales de otoño unos meses después, quemaron el santuario donde nos reuníamos y la sacerdotisa desapareció. El rumor me lo trajo el viento, supe que era de él, nos habían descubierto, lo tenían encerrado en los calabozos y a mí me esperaba un destino peor. En la huida me atraparon, me enjaularon y estaban seguros de que era una espía. Me llevaron a la batalla encadenada, me postraron de rodillas en el suelo y justo frente a mí, a unos metros de distancia estaba mi amor en la misma posición, mirándome a los ojos pidiéndome perdón con la mirada, le respondí con un susurro en el viento que siempre lo amaría y nos veríamos otra vez. A nuestro alrededor todas las criaturas mágicas, incluso las que estaban neutrales habían escogido un bando.

Los elfos acusaban a los brujos de robar sus dones mágicos, nada más lejos de la realidad, deseaban quitarse de en medio a una especie que podía hacerles frente en cuestiones de poder.

Nuestras muertes servirían de ejemplo para cualquiera que intentara mezclarse con la especie equivocada, para cualquiera que intentara crear mestizos, solo quedaran los puros, como les decían a los de linaje antiguo, los que ya tenían mezcla de sangre probablemente serían repudiados después de la guerra si es que quedaban los elfos como ganadores.  En caso contrario sería el mismo resultado, por el odio generado en el enfrentamiento. Cuando los dos fuéramos asesinados, comenzaría la batalla.

Deberíamos ser capaces de amar libremente, a la criatura por la que nuestro corazón palpitara con pasión y deseo, con el fuego interminable del amor verdadero. Lo tenía tan claro que no me detuve incluso cuando mi corazón se hizo añicos al ver a mi amado caer al suelo con su último aliento y con mis últimas palabras lancé la maldición que llevaría a una guerra interminable, sufrirían en sus carnes mi dolor, mi tristeza, mi furia y también mi pérdida. Mi alma se elevó junto a la de mi amado, pero un poder  nos separó con fuerza para siempre hasta que el cometa rojo surcara el cielo.

Escuchame,
con mi último
aliento os digo,
sufrirán mi dolor
y mi furia,
perderán todo
lo que aman en una
guerra sin paz.
Nuestras almas
seguirán
reencarnando
hasta estar juntas
solo si el amor
vence el destino,
hasta el
reencuentro,
los elfos no tendrán
hijos y los brujos
están condenados
a no tener
descendencia
masculina.

Cuando el cometa
dorado surque
el cielo, en el invierno
más frío del  eón
nacerán los amantes
que traigan paz,
solo si logran vencer
al destino,
en la rueda de la
historia que se repite.

Cuando el amor
triunfe, nuestras
almas hallarán la paz.

Profecía: El último concilio de los ocultos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora